Bajo el Sol


Roberto Martínez Garcilazo


Navegar


Para El Cartas

Escribe Manuel Vicent que sólo hay tres clases de hombres: los vivos, los muertos y los que navegan.

Dice Ricardo Cartas que sólo hay una experiencia poética verdadera: navegar.

Luego, la vida verdadera es la de los hombres que navegan. El poeta verdadero es el hombre que navega, el de la mar, no el marinero en tierra sino el de mar adentro.

Traigo de mi memoria a estas líneas aquella conversación, tejida con Ricardo a altísimas horas de la poblana noche y en un bar más bien siniestro, porque últimamente me ha dado por examinar la brújula que rige el rumbo de los veloces días de mi vida.

¿A qué puerto enfilo la proa del barco? Recuerdo ahora que el logotipo de cierta revista que, junto a Moisés Ramos, hice en los noventas era una nave griega con las velas arriadas y los remos bien dispuestos para la marina brega. Esa imagen, por cierto, la copie a lápiz de un volumen titulado Historia de la Guerra en la Antigüedad que el maestro Enrique Aguirre me hizo conocer durante mi estancia en la biblioteca José María Lafragua.

Pero volvamos. Cruzar el mar mitológico en una nave de papel o en una de veras es el dilema de hoy. No el símbolo, si el acto fecundo en el presente perfecto. Porque lo que es sólo existe en el instante. Porque el ser es el instante.

Y encuentro otra referencia que incide, escribe Jodorowsky que los hombres solemnes que padecen agriamente sus obligaciones jamás navegarán, que esos que respiran sin finalidad alguna debajo de sus grotescas máscaras de rol social jamás se libertarán de  sí mismos –el peor de los tiranos es el yo mismo-, jamás tomarán por las armas la Bastilla Interior.

 

En las primeras páginas de La Diosa Blanca, escribe Graves que si el poeta no se aleja del fasto de la política y la religión fracasará: abandonado será por la que dicta.  Llego hasta aquí ya sin duda: poesía, sin metáfora alguna, es navegar.

 



 
 

 

 
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