El cajón del desastre


Fritz Glockner

09/12/2009

¿QUIÉN SE ACUERDA DE MAFALDA?


Las generaciones han cambiado con una rapidez de vértigo, hasta hace unos cuarenta o treinta años como que los cambios se podían medir paulatinamente a través de diversas modificaciones en los hábitos, gustos o expresiones culturales, y a pesar de las diferencias existía un lazo comunicante entre las generaciones, la música por ejemplo era un síntoma de identificación que podría perdurar por dos o hasta tres generaciones, y de pronto los niños acortaron su existencia, por consiguiente la adolescencia comenzó a manifestarse mucho antes de lo esperado, y la tecnología y los avances científicos han hecho lo suyo a la hora de definir los parámetros entre padres e hijos, o entre los propios alumnos de una institución; ¿qué podrían tener en común hoy día un niño de primaria con uno de secundaria y con el joven de preparatoria?


Es clásica la escena familiar cuando arriba a la casa un aparato electrodoméstico nuevo, o un sistema de computo, todos los adultos se acercan con cautela para intentar conectar y echar a andar la novedad adquirida, mientras que el niño de cuatro, cinco o seis años se acerca a éste sin el menor rubor, toma los cables, de inmediato descubre cuál va conectado con cuál, ubica los mandos desde los cuales echa a andar el aparato, ante la sorpresa y hasta el orgullo de los adultos.


Atrás han quedado aquellos juegos como el packman, el Nintendo o el famosísimo Mario Bros, hoy día cualquier niño puede estar conectado a sus divertimentos, ya sea a través del celular, o en su micro computadora, o por medio de la realidad virtual del Play Station.


Mientras que para los treintañeros, cuarentones o peor aún para los cincuentones, toda esta realidad virtual parece ser una realidad inalcanzable, para todos ellos el celular era una idea absurda del programa de espionaje “el súper agente 86” quien a través de su zapato suponía estar conectado telefónicamente con su jefe; o bien las computadoras eran unos aparatos enormes, cuyos códigos eran leídos por grandes discos que giraban en las películas de ciencia ficción e incluso en las filmaciones del enmascarado de plata “El Santo”, durante los años sesenta y setenta quien lograba tener consigo una calculadora era ya considerado un gran capitalista, y llevar ese artefacto a la escuela bien podría ser la manera de presunción social; objetos que hoy cualquier niño lleva consigo como si del lunch del recreo se tratara, ya que precisamente y con cierta curiosidad, hoy día la función menor del celular es precisamente la de teléfono, por que las compañías se han dedicado a integrarles de todo: cámara fotográfica, de video, para guardar y escuchar música, para enviar mensajes escritos, para consultar internet, para jugar, y muchas, muchas aplicaciones más que por lo menos yo no entiende y que me da flojera descubrir.


Dentro de toda esta perorata deseo ubicar la existencia de Mafalda, aquella niña genio que educó sentimentalmente a varias generaciones no sólo de América Latina, sino que también de Europa, Asia y hasta de África, aquel personaje creado por el famoso caricaturista argentino Quino, la cual siempre estuvo atenta a defender al mundo, a los desprotegidos, la cual junto con sus amigos recorrió todo tipo de estados de ánimo, desde la enamorada del ser madre Susanita, pasando por la anárquica de nombre Libertad, o el comerciante de origen español Manolito, y qué decir de la inocencia de Miguelito y del pragmatismo de Felipito, o bien de lo perspicaz de Guille el hermano menor de la niña poco normal; el caso es que con su pandilla Mafalda contribuyó a sentar muchas reflexiones que hoy parecen no existir entre la infancia y juventud del siglo XXI.


Lo de hoy no es presumir los libros de tiras cómicas, ni mucho menos las colecciones de historietas, más bien se habla de cuántos amigos existen en tu red social, con cuántas personas eres capaz de comunicarte al mismo tiempo a través del chateo, y dichas prácticas sin duda han generado que las nuevas generaciones escriban y lean más que en otros tiempos, pero como siempre, la cuestión es descubrir que tan benéfico resulta este tipo de prácticas cotidianas.


Por ello hago el exhorto de volver a Mafalda, divulgarla, releerla, mostrarla a los niños y jóvenes, así como también al grillito cantor llamado Cri-Cri, que la tecnología sirva como medio en beneficio del propio ser humano y no en su constante dependencia absurda, ¿qué diría la adulta Mafalda de lo que está ocurriendo en estos días? Insisto, vamos por Mafalda para reincorporarla en el equipaje de la educación sentimental.

 



 
 

 

 
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