El cajón del desastre
Fritz Glockner
14/10/2009
ENCLAUSTRADO
Para poder recobrar la disciplina y ahora si entregar el manuscrito del cientos de veces cacareado libro “Los Años Heridos” la continuación de la historia de la guerrilla en México ahora del periodo que abarca de 1969 a 2007, me vine a encerrar a una casa en Huatulco, y claro, cualquiera podría imaginar, “si como no, mucho que va a trabajar este güey en la playa”.
Pues aunque no lo crean afortunadamente así ha sido, me he extraído tanto, que de pronto me siento fuera del acontecer nacional y local, ya que la única forma para mantenerme informado ha sido a través de la televisión, y evidentemente traigo un sentimiento de vacío, una sensación de que algo me ha estado faltando durante todos estos días.
También es cierto de que sólo de esta manera se puede uno concentrar en una tarea de pretender organizar la historia de los 31 grupos armados que actuaron en nuestro país entre 1969 y 1978 nada más, sin contar luego todo lo que se vino para la década de los ochenta y que decir para la de los noventa.
Aún que para estos días la abstracción ya comienza a plantearme síntomas de locura, como que la necesidad por agarrar un periódico y saber que está sucediendo más allá de las paradisíacas playas de Huatulco y del enajenante tema de la guerrilla ha comenzado a cobrar sus facturas.
Más aún, que tendría que contar sobre la visita de dos cangrejos, una media docena de arañas, tres sapos, cuatro lagartijas, un millar de hormigas y lo más escandaloso: un alacrán a la casa rentada, visitas que evidentemente han puesto a Cecilia y a mi con los nervios a punto de la freidora.
En las pequeñas poblaciones de nuestro país el tiempo parece que no avanza, el paso de las manecillas es lento, cuando arribas a un restaurante y solicitas lo que deseas comer, el mesero se toma su tiempo para saludarte, para ofrecerte algo de beber primero, y con una parsimonia envidiable se traslada al bar para ir por las bebidas, mientras que para un histérico acostumbrado a que las cosas sean rápidas esa actitud llega a ser hasta insultante.
Definitivamente tiene uno que ir aprendiendo, y poco a poco te vas acostumbrando, tanto al calor, como a la lentitud de la vida, y peor aún a las visitas inesperadas.
Lo que no ha sido parte del aprendizaje es el estar incomunicado informativamente y depender solo de las noticias televisivas, no he podido quitarme la sensación de que me están mintiendo, que la versión ofrecida no corresponde con la realidad, que me ocultan mucho, que la versión que difunden tiene más ángulos desde los cuales abordar el tema.
Cualquiera podría echarme en cara que ya existe Internet para que pueda revisar la prensa cuando quiera, pero precisamente el reclutamiento hasta este espacio tenía como función no conectarse por la red, incluso, ni el celular llega a tener señal afortunadamente.
Con este argumento habrá quién exprese desesperado, “¿y entonces? ¿de qué te quejas si eso elegiste?” Claro, no me estoy quejando de las condiciones a las cuales sabía de antemano que me iba a encerrar, desconectarse era precisamente una de las circunstancias por las cuales se realizo este viaje, el problema que planteo es como parece imposible existir exclusivamente manteniéndose informado por los noticieros televisivos.
¿Cómo le hace la gente para vivir sólo de lo que dice Loret, López Doriga o Alatorre? ¿No sienten un vacío en sus vidas? ¿Creen que en eso radica la felicidad? Como lo dijera en su momento Vicente Fox a una señora, que no leyera para ser feliz.
Como receta de libro de superación personal, tengo que dejar de andarme quejando por pendejadas, ¡a caray!, creo que ningún libro de superación personal sería capaz de expresarse de esa manera ¿verdad? Lo cierto es que el paisaje es de lo más agradable y el viaje tuvo como idea un objetivo específico que más o menos se ha ido cumpliendo.
Total, si en Puebla siguen o no los trágicos golpes debajo de la mesa para saber quienes serán los próximos candidatos del PRI, del PAN o del PRD para gobernador del estado, por aquí no llegan esas aguas, hasta la famosa influenza parece no existir, por lo menos no veo a gente en la crucecita con sus cubre bocas huyendo del virus.
Enclaustrarse de vez en cuando es bueno, no aprovechar al cien por ciento las maravillas que se tienen a la mano es del carajo, quejarse por no saber que sucede en el mundo, en México y en Puebla, en vez de ser un dolor de muelas tendría que ser considerado como el paraíso. ¿O no?
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