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El cajón del desastre
Fritz Glockner
20/04/2009
LAS ALARMAS
En el cajón del presente los desastres parecen no existir, revolviendo un poco dentro de él, se han asomado diversas notas de restaurantes, las calificaciones de mis alumnos quienes obsesionados buscan sacar A, que sería el 10 perfecto de la evaluación en México, facturas de una veintena de cosas innecesarias que se han adquirido en estas tres últimas semanas, para que no se diga que no estoy realizando el deporte favorito, de moda, único que practican los norteamericanos y que es el de consumir de todo. Las actividades domesticas han logrado absorber parte de mi existencia, restando la capacidad ilusoria de que durante esta estancia pretendo escribir la obra maestra.
La cultura norteamericana se cree libre, se han autodenominado y han vendido la idea de que en los Estados Unidos de Norteamérica se encuentra el paraíso de la libertad de expresión, de movimiento, de existencia y se supondría que cualquiera desearía estar en esta tierra para poder vivir y realizar el llamado “sueño americano”; pero de pronto la realidad es más que apabullante, recuerdo hoy lo que dijera John Reed en 1914, con respecto a la libertad en este país, y cito de su libro de crónica México Insurgente: “libertad es el derecho de hacer lo que las cortes dicen”, y cuanta razón tiene el legendario periodista inexistente hoy dentro de la historia gringa, debido a su participación de izquierda.
Por acá se prohíbe todo, las alarmas te persiguen como si las sombras no existieran, y en parte es obvio, toda la construcción se ha reducido a una pared de cartón, que podría desaparecer con el más mínimo cerillo; en el departamento perfectamente equipado que me habilito la universidad para que viva durante mi estancia en Dartmouth, existen exactamente nueve censores de humo en una superficie no mayor a los 30 metros cuadrados, los cuales parece que acechan todos y cada uno de mis movimientos, por lógica está prohibidísimo fumar dentro del depa, y para mi que soy un chacuaco consumado, esto ha bloqueado en parte mi capacidad existencial.
Olvidándonos un poco de la imposibilidad de echar humo de tabaco en ese espacio que supuestamente sería mío, porque han de estar de acuerdo que si yo pago la renta durante estas semanas, el depa es mi intimidad, mi propiedad privada ¿o no? Y entonces me cuestiono ¿pues no que estoy en el país de la propiedad privada por excelencia? Total que más allá de esta incómoda situación, el otro día tuve un enorme antojo por desayunar un par de huevos estrellados y acompañarlos con tocino, mmmmmmmmm, de seguro se les habrá antojado también a más de uno de los valientes que aún sigue leyendo está absurda crónica, y ni tardo ni perezoso saque el sartén, puse cuatro hermosas rebanadas de tocino, y me dispuse a freírlos, y más aún he de confesar que soy fanático del tocino bien quemado, de ese que hasta parece chamuscado, y ahí me tienen muy feliz jugando al amo de casa, cuando de pronto ¡HUEVOS!, pero no los que estaba por cocinarme, sino que el pinche depa se había llenado cabronamente de humo, y lógico, las alarmas comenzaron a sonar desquiciadamente, el pánico se apodero de todas y cada una de mis terminales nerviosas, afortunadamente éstas no evitaron que me movilizara en chinga y me pusiera a abrir las siete ventanas con las que cuenta el pequeño departamento, para ver si de esa manera dejaban de berrear las estúpidas alarmas, y luego de algunos segundos más de incesante berrido, por fin, las luces rojas dejaron de parpadear y el ensordecedor aullido se callo, mi corazón latía echo la madre, mi imaginación comenzó a viajar hacia todo tipo de tragedias, imagine que en unos segundos más estaría por llegar el Heroico Cuerpo de Bomberos de Hanover, tal vez y le llamaran al FBI por suponer que un pinche izquierdista mexicano había alterado el sistema de seguridad nacional con el apeste de cuatro cachos de tocino en un sartén.
Tímidamente continué con la manufactura de mi desayuno, el aire corría enloquecedor de un lugar de otro del depa, incluso la temperatura no era la mejor consejera como para andar con las ventanas abiertas, pero el pánico de que las energúmenas alarmas volvieran a activarse evitaba que las cerrara, aguantando el frío antes de volver a padecer esa impresión.
Afortunadamente no paso a mayores, nadie tocó a la puerta, no hubo una llamada reprimiendo mi imprudencia por no haber puesto el extractor de humo, el cual aquí entre ustedes y yo, hasta ese momento no sabía donde carajos se hallaba, hasta que mis amigos Paula y Miguel, previa narración de los acontecimientos me enseñaron su ubicación, como si se tratara de su hijo entrando al Kinder Garden, esta anécdota que ha recorrido ya la mayoría de los espacios del campus universitario, lo cual ha provocado que más de un estudiante se voltee a verme como diciendo: ahí va el que le teme a las alarmas, me permitió descubrir que son contados los habitantes de Hanover que optan por cocinar en sus departamentos, así como también que las estúpidas alarmas sólo provocan una obsesión persecutoria de la cual debe uno despojarse, y por último me hizo caer en la cuenta de la cantidad de humo que se necesita para que éstas comiencen a berrear como trastornadas, por lo tanto he optado por fumar dentro del departamento, aún y cuando exista una prohibición para hacerlo, pero ya se hasta donde aguantan los censores antes de que se activen y ahora puedo echar humo de tabaco a mis anchas sin que el fantasma de los Bomberos, la CIA, el FBI, los Rangers, Boinas Rojas, Verdes, Amarillas o Lilas desquicien mi tranquilidad; ¿y el cajón? Me sirve perfectamente para esconder la ceniza y las colillas.
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