Diversos problemas plantea el liberalismo económico al sostenerse de manera absoluta que el mercado es capaz de regularse a sí mismo bajo los esquemas de la oferta y la demanda. Es necesario reconocer que el llamado libre mercado no es una panacea ni tampoco un ente consiente que determine cuáles son sus excesos, desviaciones o insuficiencias.
Debemos insistir en una reflexión serena, sin el juego de choques respecto a las ideologías, que existen determinadas cuestiones que sólo las instituciones públicas, la sociedad civil organizada y los ciudadanos consientes podemos percibir, entender como fenómenos negativos y proponer, al tiempo de actuar, para gestar sus soluciones.
El marcado requiere de ejercicio amplio de libertades para poder funcionar. La libertad de pensamiento, de información o comunicación, de tránsito, de comerciar, de producir bienes y servicios, de comprar y de vender, sin mayores limitaciones que los indispensables para garantizar la seguridad pública, la jurídica, cuestiones de salud, impuestos, cuestiones ecológicas, propiedad intelectual y otros. Probado está que, a mayor cantidad de limitantes al ejercicio de las libertades en el mercado, menor competitividad de la sociedad, del país o de la región específica.
La experiencia del mercantilismo y el liberalismo clásico produjo tal cantidad de contradicciones sociales y económicas que terminaban, muchas de ellas, en procesos de revolución, guerra, dictadura o diversas formas de poder imperial.
En los tiempos de la globalización contemporánea observamos, nuevamente, la deformación del mercado o dicho de manera más específica, de los diversos segmentos que constituyen el gran mercado de la globalización. Se habla entonces de rubros como el de la infraestructura, el de la seguridad pública y jurídica, el laboral, el de la materia prima, el de la tecnología y otros que se requieren para la producción de bienes y servicios que son la razón de origen y el objetivo que se persigue dentro del mercado comercial, sobre todo cuando se agregan ciertas exigencias que deben contener dichos productos, como son la calidad, la innovación, el buen servicio, el bajo precio y la no afectación de la salud privada y colectiva.
Me preocupa particularmente, en este momento, que en el llamado mercado laboral se están presentando contradicciones inadmisibles pues, por un lado, se exige que quien pretenda incorporarse al área de producción debe tener una alta capacitación, experiencia y disposición para poder cumplir con los requisitos que el mercado impone, pero en sentido contrario, resulta que los profesionales no tienen habilidades que la mercadotecnia requiere para su expansión. Esto ha producido un crecimiento muy importante en los últimos años de la oferta educativa en nuestro país y se ha confundido el contar con una educación profesional que requiere tener las habilidades indispensables de competitividad que exigen las empresas, con el conocimiento que resulta irrelevante al mercado, léase ser culto.
Me refiero entonces, que se ha permitido la proliferación de oferta educativa profesional sin existir una adecuada reflexión sobre cuáles son los perfiles, conocimientos y habilidades que debe tener aquella persona que aspira a ser contratada en un centro de trabajo que, quiera o no, compite de manera directa o indirecta con otros productores o proveedores de los bienes y servicios nacionales o globales.
Observamos cotidianamente la oferta de empleos poco especializados y, sobre todo, dirigidos a profesionales clásicos que, paradójicamente, a pesar de sus estudios superiores, no son contratados por no reunir los perfiles que se requieren. Me refiero, desde luego, a profesiones tan dignas como la medicina, el derecho, la contabilidad, la educación, la ingeniería y algunos otros que se siguen ofertando de manera indiscriminada por muchas instituciones de educación superior. La consecuencia de esta acción lleva no sólo al desempleo sino también a la frustración de quien invirtió años de su vida para prepararse en una actividad que probablemente jamás desempeñe.
No es admisible para una sociedad en desarrollo como la nuestra, que médicos se dediquen a dar clases, abogados conduzcan microbuses e ingenieros sean vendedores ambulantes, pues es esta situación un desperdicio de recursos temporales, económicos y, principalmente, humanos.
No gusto de ofrecer utopías que permitan soluciones mágicas a problemas complejos, pero es necesario encontrar un equilibrio entre las realidades sociales y las necesidades del mercado, pues a este último ente, al no tener conciencia de sí mismo y de sus deformaciones, no le preocupa que varios o miles de jóvenes amarguen su existir por no encontrar trabajo y al tiempo, no ser sujetos para producir y para consumir, ya que el mercado canaliza sus productos a quien pueda comprarlos, dentro o fuera del país, en tanto que las personas no tienen la posibilidad de reubicarse en espacios geográficos donde encuentren empleo. Debemos recordar que en la Constitución Política Federal, vista como un sistema de reglas, se establece la posibilidad para que el Estado armonice al mercado productivo con el laboral en términos de lo dispuesto por los artículos 3, 5, 25 y 123 constitucionales.
En consecuencia, es una responsabilidad compartida el que se piense con gran profundidad e inteligencia si es conveniente seguir produciendo profesionales que no van a ser incorporados al trabajo productivo.
Otra mención tendrá que realizarse en razón de aquellos jóvenes que no han sido formados por los sistemas de educación formal y que, consecuentemente, también son excluidos del proceso de desarrollo nacional y global, pero esa será una consideración distinta.