Dios en el poder
Selene Ríos / Edmundo Velázquez
De shopping en el DIF
    
La verdadera pasión de Gabriela Alcalá no es apoyar a los niños pobres.
¡Nooo!
Ni ayudar a los discapacitados de la capital poblana.
¡Nooo!
Ni ser la hermana de la presidenta Blanquita.
No, su hobbie es comprar ropa.
Y en horas de oficina.
¡Quién tuviera un cargo honorario pa’ ir de compras a la hora que sea!
Qué envidia, dirán algunos.
—Aunque nosotros tenemos tiempo de sobra, no tenemos dinero—.
La presidenta del Sistema DIF Municipal ha sido vista en reiteradas ocasiones comprando sus garritas en horario de oficina.
Pero la señora no va solita, sino con su asesora de imagen, que en horario de oficina funge como su secretaria particular.
Dicen que las han mirado en Angelópolis y en el Triángulo de las Ánimas.
Que las muy presumidas damas de la caridad llegan a sus oficinas restregando las bolsas de Liverpool, Palacio de Hierro, Julio y Mango a los indefensos usuarios del DIF.
Ay qué buen corazón: Gabriela Alcalá les da a desear a los que menos tienen lo que nunca en su vida tendrán.
Filantrópica la muchacha.
    
¡Vive sin drogas! La legisladora de Convergencia se dispuso en los últimos días a limar asperezas con los reporteros que ha insultado y ofendido desde que es titular de una curul en el Poder Legislativo.
A nuestro compañero Yonadab Cabrera lo felicitó y lo abrazó por el “excelente” trabajo que ha desempeñado en sus últimos reportajes.
¿Miau?
Cri… cri… cri…
Yonadab la observó con miedo y la ignoró.
Horas más tarde, O’Farril se topó con nosotros en el Holliday Inn y sucedió lo mismo.
¿Miau, miau?
Cri… cri… cri…
Pero lo mejor pasó minutos después.
Cuando abandonó el hotel del Centro Histórico, la diputada marinista —ups, de Convergencia— se topó de frente con Arturo Rueda, sí nuestro jefe.
O’Farril abrió los brazos e invadió el cuerpo de Arturo para saludarlo.
Arturo estaba confundido y asustado.
Él no lo acepta, pero sabemos que tuvo miedo.
—Mi querido Arturo ¿Cómo estás? —preguntó la señora.
—Bien, gracias.
—Que te me vas de El Heraldo.
—No entiendo lo que dices, Carolina.
—Sí, que te me vas de El Heraldo —dijo la diputada con un tono de burla en su voz.
—Creo que te pasaste de coca, Carolina…
La diputada se quedó ofuscada.
Se espantó.
Abrió sus ojitos y no supo qué decir.
Arturo Rueda se dio la vuelta.
—¡Si te estoy bromeando, ya sé que estás en Cambio!
Rueda ni siquiera volteó.
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