Dios en el poder


Selene Ríos / Edmundo Velázquez


“Ay güil olweys lovillú”


Sí, leyeron bien.


“Ay güil olweys lovllú”.


Y para que entiendan, porque nosotros sí somos bilingües, eso significa “Yo por siempre te amaré” y es el título de la canción más famosa de la Withney Houston… sí se acuerdan ¿no? La rola de la película El Guardaespaldas, esa que no hubo quinceañera que no bailara como vals, canción que no faltó en boda alguna… algo así como hoy es la canción del Titanic, la de la Celine Dion. Y más famosa que el “No rompas más” de Caballo Dorado.


¿Ya se acordaron?


Ah, pues ¿quién creen que la canta cual himno personal desde su exilio?


Pues no les vamos a decir.


Nomás adivinen.


Les vamos a dar unas pistas. ¿Sale?

 


Primera pista


Es la primera ex funcionaria del gabinete.


¿Ah, verdá? Ora sí se las pusimos redifícil. Para que vean que somos sus amigos pues les van más claves.

 


Segunda pista


Uno de sus empleados de confianza, prefirió salir detrás de ella. Y acompañarla.


¿No dan? ¿De veras está muy difícil? Pues va más información.

 


Tercera pista


Ese empleado de confianza terminó de su guardaespaldas.


Y pues nuestra amiga en cuestión terminó cantando “Ay güil olweys lovillú” como si fuera Withney Houston, es más, dicen que ya hasta el guardaespaldas va que vuela para ser su Kevin Costner. ¿Será?


A ver… ¿de quién hablamos?


Mándenos sus respuestas al correo de ésta, su gustada calumnia, y a quien le atine le invitamos una paleta de grosella en el jardín de El Carmen, por aquello de los calores y bochornos que ya se dejan sentir en esta, como dijera Yuri, maldita primavera.

 


El estilo marinista y las piedras rodantes


Aún no llegaba la primavera, las flores todavía no abrían sus capullos y Kukulkán no descendía en Chichen Itzá, pero los ánimos en Casa Aguayo ya estaban calientes.


Miguel Ángel Martínez salía placidamente de una oficina de la Secretaría de Gobernación entonando una canción tropical, cuando el reportero Hugo Sánchez Izquierdo lo interceptó.


—¿Le puedo robar unos minutos?— preguntó el reportero con grabadora en mano.


El director de Protección Civil puso cara de sorpresa y cuando estaba a punto de acceder, entró en escena Ismael Bermejo, jefe de prensa de la Secretaría de Gobernación y uno de los hombres más cercanos a Mario Montero Serrano.


—¿De qué le quieres preguntar?— soltó Bermejo
—No lo sé, algo saldrá— respondió Sánchez Izquierdo.
—¡Que me digas el tema!
—¡Qué lo no sé!
—¡Entonces no lo entrevistas!
—¿Qué dices? ¡Cómo no!
—Que no, te digo que no. Que no, que no.


Miguel Ángel Martínez estaba sumamente confundido, no sabía qué hacer, ya había perdido el tono de su canción y no entendía la riña.


—Yo creo que…— intentó intervenir Martínez.
—Usted cállese— ordenó Bermejo.
—Tá bien. Perdón Ismael.


Sánchez Izquierdo insistió en entrevistar al funcionario que casualmente se le había cruzado en el camino.


Pero, el hambre de control de Bermejo se salió de su propio eje. Comenzó a gritar —¡Fue horrible!, Espérate Mundo—: “Pues que no lo entrevistas. Que sin temas, no te responde. Si no me dices, él no habla. Yo aquí mando. Tú no tienes tema. Vete a otro lado.”


Y Sánchez Izquierdo: “Que estás loco. No puedes hacerme esto. Vete a controlar a tus gallinas”.


Enmudecido, encolerizado, a punto de la locura, Ismael Bermejo le soltó un cabezazo, como si su cabeza no fuera dura como la piedra, al desobediente reportero de Cinco Radio.


Zas.


Lo peor es que el golpeado se quedó callado.

 



 
 

 

 
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