Por las entrañas del poder


Jesús Ramos

14/03/2012

 

Lo que quieren es chingarlos, no ayudarlos


El asesinato de la activista social lésbico-gay, Agnes Torres, debería indignar a las autoridades y a los partidos políticos (como dicen con seriedad y sobriedad protagónica en sus discursos), pero también, debería de preocuparles y obligarlos a tomar cartas en el asunto, porque de la discriminación y el adjetivo insultante secorre el riesgo deascender a actitudes colectivas de mayor gravedad. Y se ha visto.


Una suspicacia del tema es que a las pocas horas del asesinato de Torres, otro miembro de su organización lésbico-gay-transexual, Cesar González Martínez, también apareció muerto con signos de tortura como ayer lo documentó el periódico Cambio.¿Fue coincidencia? No se sabe. Si tienen relación o no, uno y otro, corresponde a las autoridades aclararlo para tranquilidad de esa comunidad que es de suponerse debe estar aterrada.


La creación de leyendas urbanas mezcladas con la realidad como El chupacabras, Drácula, Hannibal y, recientemente, El Coqueto, hacen pensar a la gente que los asesinos seriales existen y que se escudan en el anonimato y la ficción para cometer atrocidades. Lo mismo ocurre con los crímenes pasionales, resultan tan fáciles de contar, que terminan siendo los más socorridos por las autoridades; y tienen su razón, son los más creíbles, los de respuesta más rápida y los que exigen menos esfuerzo.


Responder a la exigencia de justicia de una célula de la sociedad constantemente agraviada como la lésbico, gay y transexual es un pendiente legislativo de los diputados locales y una respuesta obligada del aparato gubernamental y de justicia. Aclarar los crímenes de Agnes Torres y de Cesar González, más que un deber, es una obligación de los actores en turno. Subámosle un nivel, aclararlos sería una forma de poner a prueba su capacidad… y credibilidad


La discriminación en Puebla y en México hacia esa comunidad, en específico, es una realidad inocultable que no debe evadir ni la prensa ni los políticos ni el gobierno ni la sociedad ni los académicos ni los intelectuales, ni nadie, por los alcances que puede tener a futuro. El suyo, es un tema quese debe analizar y debatir, sobre todo, en aquellos foros donde pueden ofrecerles mayores garantías de seguridad y respeto, por el ejemplo en el Congreso del Estado.

 

Pero si en vez de eso, el diputado del Panal Héctor Alonso protagoniza actitudes homofóbicas e insultantes, el joven panista Juan Pablo Castro en la Asamblea del Distrito Federal los tilda de “jotos” y al gobernador de JaliscoEmilio González le dan “asquito”, la cosa se complica, porque quienes tienen la posibilidad de ofrecerles garantías, lo que quieren es chingarlos no ayudarlos.  Y así, no se puede.

 



 
 

 

 
Todos los Columnistas