Por las entrañas del poder


Jesús Ramos

28/05/2012

 

Un audio fue prueba suficiente para crucificar a Marín, uno como el de Eduardo Rivera Pérez


Pésima forma de defender a un alcalde en problemas. Si los partidos políticos defendieran a las autoridades, cualesquiera que estas fueran, emanadas de sus filas a punta de puñetazos, improperios y ofensas estaríamos jodidos. Juan Carlos Mondragón Quintana, líder estatal del PAN, se equivocó al transformarse en energúmeno para defender a Eduardo Rivera Pérez.


El estilo es lo último que debe perder un dirigente de partido. Ningún tratadista desde Aristóteles hasta Mario Puzo, ningún estratega desde Aníbal hasta Ignacio Zaragoza, validaría una acción basada en la ira. Retar a golpes a su homólogo del PRI, Fernando Morales, fue muestra de falta de disciplina y control interno. Hoy se sabe que detrás de su corbata se esconde una bestia iracunda y rabiosa.


La fama pública, bonachona, santiguada y elegante, de Juan Carlos Mondragón fue pulverizada por una liberación de energía candente; en su vida pública y privada habrá un antes y un después; un antes, de cordura e inteligencia; y un después, de irracionalidad y primitivismo. Ningún ser humano con esas características sirve para puestos gerenciales. Imagine que los partidos políticos resolvieran sus diferencias a lo prehistórico, ¿de qué tipo de democracia y altura de debate estaríamos hablando en pleno siglo XXI?


Sus acciones y palabras tendrán un costo brutal. Y explicaré por qué. Hasta antes de la muestra de explosividad, Juan Carlos mantuvo oculto su venenoso odio al gobernador Rafael Moreno Valle; sus diferencias e incompatibilidad eran rumores y supuestos, pero al ser revelado por él mismo, trascendió a la certeza. Ya no hay duda. No se tragan ni se toleran y el motivo si bien es de gobernanza y de repartición de pastel lo es también porque el PAN y El Yunque están seguros que los traiciona con su némesis el PRI. Lo dijo Juan Carlos y sería varonil que lo sostuviera.


¿Qué pensará Moreno Valle de la terrible indiscreción de Juan Carlos Mondragón? ¿Qué pensarán los candidatos panistas Néstor Gordillo y Blanca Jiménez, de él, por saber que sus deseos son que el PRI los denuncie en la FEPADE por aquella reunión en Casa Aguayo? Es cosa pues de hacer números e imaginar las mentadas de madre que ya le lanzaron.


Pero esos, esos son asuntos políticos, calenturas que generan cortinas de humo, distractores de quinta categoría, mañas de mañosos, lo realmente importante es que el alcalde Eduardo Rivera Pérez, si como lo señala el PRI, basado en una grabación, instruyó a su gabinete a desviar los programas y recursos públicos a favor de los candidatos del PAN (con excepción ya se sabe de Néstor Gordillo y Blanca Jiménez) cometió un gravísimo delito; uno, que por su gravedad tendría que separarlo de sus funciones, como bien lo comparó el periodista Arturo Rueda la semana pasada, y claro está que merecería la misma sanción que Gabriel González Molina en su momento si la vara con la que se midieran tuvieran la misma longitud.


No nos entretengamos en asuntos que ni al caso vienen. Sobre el alcalde Eduardo Rivera pesa una acusación grave y por tanto el supuesto de que esté desviando recursos públicos hacia su partido, el PAN. ¿Qué tiene que ver el antidoping en todo esto? Nada. ¿Qué garantías electorales pueden existir en la ciudad de Puebla para la jornada comicial del 1 de julio si se sospecha que el alcalde comete delitos electorales?

 

¡Ay qué barato!, diría el payaso Lagrimita. Si para desviar la atención de un alcalde en problemas el dirigente estatal del PAN debe liarse a golpes con quien se le ponga enfrente, montar un show rabioso y hacerse el antidoping, lo dije antes, ¡estamos jodidos! Recordemos que un audio fue prueba suficiente para crucificar al nefasto Mario Marín, ¿o no?

 



 
 

 

 
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