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Lector de Pruebas


Gerardo Lino


LIBRO DEL FRACASO, III

 

Apenas terminaba de leer, cuando alcanzamos a escuchar las toses de Menandro, ahogándose, pero no en el agua sino con su propia saliva: se había tirado sin cuidarse, bocarriba, extenuado. Lucino reposaba a unos pasos; tanto se apresuró por socorrerlo, que se enredó en sus propias piernas y rodó por la arena. Los veíamos impávidos. Menandro dejó de toser; se incorporó con calma y, como si no hubiera pasado nada, ni la lectura ni su tos, se acercó sacudiéndose la nuca y entrecerrando los párpados: “¿Qué hay?”


Manzur se puso a rebuscar entre las molidas hojas de su libreta algún apunte para la ocasión.


—Éste mero. A ver, Menandro: esto es lo que hay —le extendió el cuaderno—. Compártelo, si nos haces favor. Luc, reparte las cervezas, si quieren.


Mientras Lucino abría botellas, Menandro sacó sus lentes del pantalón arrojado entre la ropa, se los puso y leyó arrebujado de tropiezos:


“Mal de amores. Igual que el mal de montaña: no a todos les da. Eso no impide que muchos suban, a sabiendas de los riesgos o por la comezón de la aventura. Es un paseo refrescante, una caminata que vigoriza. Puede ser un ascenso dificultoso hasta llegar a la extenuación; pero con descansos prudentes y una respiración acompasada, se llega a la cima, a disfrutar de lo que se vea, de los bastimentos, del estar. No todos van a quedarse a medio camino, con mareos y vómitos. Amores. Mal.”


Levantó la cara arrugando las patas de gallo como si estuviera deslumbrado —no había tanta luz—, pero más bien parecía no haber entendido nada: su lectura casi azarosa, con pausas indebidas, a trompicones en la dicción, le había impedido saber qué salía por su boca, qué divisaban sus ojillos. Tampoco nosotros entendimos nada; no tanto por las deficiencias, la voz arrastrada, carraspeos mezclados con el sonsonete del oleaje, como por distraernos en el reparto de cervezas. Nos miró como si no estuviéramos; como si hubiera de pronto recordado dónde había perdido algo. Todos nos quedamos quietos.


—Termina, vamos —lo animó el Meastro, con su mirada socarrona.


“Ya el regreso es otra cosa. Sísifo. Acaso diario. Sísifo: no digas esa frase nomás porque se te ocurre; tu mujer —o tu montaña— podría pensar mal.”


Esperábamos lo peor a esa hora del mediodía, ya sin fuerzas para hacer nada: una ronda de discusión sobre lo leído —recuerda la Peña de Bernal: ¡qué jodidez!—. Por fortuna el profesor Manzur optó por darnos una tregua. Jaló su mochila, en la que guardaba su casa de campaña, donde podíamos caber, sin una pared longitudinal, seis individuos con los pies de fuera.


—Ármenla, si quieren.


Quedó lista en segundos. Una vez acomodados, nos pusimos a dormir.


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Malamores — papel encerado para el Badenfindung — así se llama en Bavaria esa especie de mantecada — no se confunda con Babia — comarca ibérica para dementes — distinto del mentecato napolitano — glaseado y chocolate — recibe el nombre de un antiguo dios medioasiático y medio desconocido — Mammón — lo trajo un pastelero francés para las fiestas imperiales de los Habsburgo — aquel ser hecho de familias herederas de un poder conjunto — varillas de trigo reunidas — en el Nuevo Mundo de vainilla — se lo ponían de adorno las niñas en los festejos de mayo — varillas reunidas en torno a un plato — se clavaban asemejando el tocado — ese ungido lo portaba sobre las extensiones afganas, los mares internos — el Negro — variedad del Norte de Centroamérica — el Caspio — valles del Danubio al norte de Macedonia — el Badenfindung se inventó en Viena antes del final de los esplendores del Imperio — Uno Único y Uno — un repostero de la Logia del Rito Ancestral — falso nombre de los congregados — el Verdadero no deben decirlo — en secreto adoraban a Mammón — quiso exponerlo al uso público — ídolo del Mundo Conocido sin que nadie se diera cuenta — bendito bollo! exclamaba la gente en las mesas públicas y en las privadas — e inventó ese bocadillo de trigo bien amasado y naranja y huevo con un licor dulce e ingredientes que se llevó a la tumba ¡era tan bueno! decía la gente que exigió más Badenfindung a los sucesores — ya habían emigrado al sur de Alemania por temor de la secta — habían perdido los favores del emperador — pero hasta allá llegaban los clamores — Badenfindung según el etimologista de Lübeck — ‘Mam den vin mon’ grafía de origen — no quiere decir nada igual que nada significa ‘mamón’ — como se le dio en llamar entre las huestes menos privilegiadas del Altiplano de México para honrar a Maximiliano — al Maldeamores


Desperté: nadie se había movido. Decidí ponerme a caminar. Sentí hambre.


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 “Ambición: sueño de otro, impuesto a un ingenuo.”

 


 

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