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Lector de Pruebas


Gerardo Lino


LIBRO DEL FRACASO

 

Fuimos a visitar al profesor Manzur. Llegar a él nunca ha sido fácil. En esta ocasión no hubo que trepar peñones de basalto, trasegar con los pies entre pantanos, ni acceder a su ermita entre dunas resbalosas. Se le ocurrió irse a una playa. Escogió, guiado por los mejores meteorólogos, el punto en que iba a romper el huracán con tierra. Ahí estaba, echado en su silla playera, con sus gafas chuecas sobre la frente —no era fuerte la resolana— y una mano posando en la arenilla junto a un frasco de cerveza.


—Maestro! —dijimos unánimes, o más bien exánimes: en veinte kilómetros a la redonda no había ni un alma, ni una sola palapa; vaya: ni palmeras; puro zacate entre montículos que parecían zigurats apenas abandonados.


Sin mirarnos enunció el siguiente paradero de nuestro ansioso aprendizaje:


—Quien llegue allá —dedo al horizonte de agua, casi confundido con el gris oscuro de las nubes que pronto nos alcanzarían—, y sepa que ha pisado el horizonte, que regrese a decirnos —le encantaba el estilo mayestático— cómo nos vemos desde allá.


Los otros cuatro comenzaron a chapotear entre las olitas algo encrespadas, a sumergirse como si estuvieran nadando entre el tesoro. Me quedé atisbando la línea del agua (dice el profesor Manzur que así hablan los pedantes, que sería mejor decir ‘avistar’ si ya no queda de otra y demás, pero de alguna manera debo rebelarme a su dominio). Entonces tomó su libreta caliente (se había sentado encima de ella desde quién sabe qué horas), la abrió al azar, y sin ver lo que allí hubiera escrito, le arrancó una hoja, me la extendió y dijo así:


—A ver qué haces con eso, en lo que regresan.


Transcribo una parte de lo que allí con letra menudísima había pergeñado nuestro querido y enigmático Meastro (como también le gusta decirse).


“Afuera de mi ventana se ve un muro de adobe. Se ven los adobes entre los restos de revoque. Se ve gris. Y lagartijas. Grises también. Así les dé el sol de la media mañana. Tengo tres meses mirando esta ventana. Cuando levanto la vista de mi cuaderno o de un libro, de cualquier papel, o abro los ojos mientras oigo mis discos, está ahí, afuera de la ventana, el espectáculo.”


Después de un meticuloso dibujito abstracto, viene esto:


“Cuando te digo que nos veremos en el infierno, estoy queriendo que nos encontremos en el paraíso —lugar no hallado aquí entre nos—, o apenas [tiene tachada la palabra ‘atisbado’] avistado en minutos de dicha. Todo lo cual de seguro significa: no nos veremos.”


Al reverso de la hoja viene una especie de lista de quehaceres, una lista de mandado, unas cuentas. Transcribo la primera.


“Notas de lectura o sobre los criterios a la hora de escoger libros [corrijo la ortografía porque dice livros].


Quizá mañana que esté fresco pueda soltarme


Academias: qué enseñan a qué inducen a los estudiantes


El amigo conocedor: ‘¿Ya leíste a Philip Roth?’


El crítico fulminante: ‘So?’


Las inexistentes librerías, menos las bibliotecas


Atente a lo que se ha ido depositando en los pozos de la memoria: ahí encontrarás lo auténtico que quiera escribir [Dudo si debiera decir ‘quiera’ o ‘quieras’; lo dejo tal cual. Será mejor que no le corrija ya nada; me gusta más así.]


Lectura veloz, lectura lenta


Saltar de una página a otra de un autor a otro


La lectura es imprescibndible para no escribir ingenuidades, pero las muchas lecturas e incluso la lectura a profundicdad, metódica y extensa, bien meditada y el estudio erudito no son ninguna garantía de que lo que escribas —de-que-lo-que-escribas, fíjate qué cagado suena— va a resultar digno de leerse, o valioso per se


Hay algo más sin nombre acaso que se requiere para escribir una sola línea o catorce volúmenes o las setenta páginas perfectas o el poema que permanezca durante dos o tres generaciones, o el cuento, el verso que se mantenga en la memoria de tus dos o tres lectores... amigos


A ver qué haces con eso Ai te encergo. Digo: ai te encargo.


No existe un centro fijo, no existe ni siquiera un centro al que acudir como punto de referncioa, por donde orientarse, un brújula infalible


Puedes confiar en ti mismo? A partir de qué? No puede bastar el impulso de las energías que te inundan. Tampoco bastaría el amplio conocimiento que has obtenido de tus lecturas, menos los consejos del más sabio de tus amigos —y el menos desconfiable (¡desconfiable! buscar otra) Puedes recurrir a la historia literaria y te darás cuenta de cómo se erigen mientras van cayendo los ídolos de antier.”


 

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