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Lector de Pruebas


Gerardo Lino


LIBRO DEL FRACASO, V

 

¿Por qué seguíamos al Manzur? Había sido todo lo contrario de un modelo de profesor. No dictaba, no traía ni siquiera un libro, era impuntual. A veces parecía no haber preparado la clase. Pero cinco minutos con él se te iban volando: era impecable al hablar, tartamudeaba, ponía las frases como si fuera un libro, soltaba peladeces, era solemnísimo, era socarrón: hay quienes son tan propios en sus maneras, pero no significa nada lo que dicen. El Meastro estaba muy lejos de tener una cabeza de burdel: no hablaba con citas; soltaba al menor descuido algo que te sacaba de la jugada. Algo: no meras palabras.


Claro que no era una máquina de aciertos; no siempre le atinaba e incluso hubo veces —también memorables— en que desbarró de palmo a palmo. Durante cierta temporada salió con que la soberbia no era mala de por sí, que no tenía por qué ser mala, y hasta llegó al extremo de afirmar que no tenía nada de malo.


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 “Ambición. Hay esto y esto otro. Cuál quieres: ambos. Muy bien, tómalos. Si es que se puede con los dos, llega el deleite. Si no, se sigue deseando lo que se cayó de las manos —o lo que caiga—. Sólo que mientras se intenta recuperar lo perdido, ya viene la siguiente pregunta: cuál quieres. Muy bien; pero ya son tres. Y así.


Luego: el que puede con dos a la primera, ya no pretende más. Ambición que da fruto. La otra es la que abunda y se pudre entre tanto estropicio.


Así pues, puede sostenerse que la ambición es natural, y por lo tanto, buena; incluso, generosa [uso-osa] —salvo porque hay alguien, anterior, que hace las propuestas, que dispone provocando al infeliz, o por ver si se vuelve un infeliz, que también es de lo más natural.


 Curiosamente existen quienes, ante el ofrecimiento de la alternativa, nada más escogen uno —y no porque lo hayan pedido, a veces ni siquiera deseado, pero lo reciben—. Son pocos, pero son —happy few— y nada tienen que ver aquí.


Se da la ambición del soberbio: quiere ser más de lo que es, porque cree que es más. ¿Podrá? Abajo yacen quienes no pudieron ser: sólo podían presumir.”


¿No la estará confundiendo con el orgullo?


Qué tiene de malo ser soberbio.


O ¿con la dignidad?


El David, ¿no es soberbio?


¿Con el amor propio?


Si sabes lo que eres, por qué aceptas que te rebajen —punta del índice picándote en el hombro.


Bueno, por eso ahí está el mito de Lucifer, que no se conformó con lo que era, y era mucho, el preferido, el privilegiado de Dios.


Humilde es el gusano: cuando lo pisan, se enrosca.


Son cosas distintas: el humilde se acepta como es.


Pues el soberbio, no: por eso es admirable!


“Ambición, contra la costumbre, no debe confundirse con codicia. El codicioso puede querer una sola cosa pero la quiere para sí. El ambicioso quiere dos, y puede muy bien resultar que las quiera para otros. Por eso, más cerca de la codicia está la envidia: si no es para mí, de nadie: no tolero el bien de los demás, de cualquiera, de ése. Estas generalizaciones suelen ser rebatidas por la realidad.


Ya que la mayor parte de los ambiciosos —todos más o menos— fracasa, la tildan de perniciosa —por envidia—. Sí: no pudieron. Cosa más triste no habrá que el soberbio fracasado: solaz de los mezquinos. Simple cuestión de óptica. A ése le tocó doble y a mí no: nada. Por tanto, él, el afortunado ambidextro, está mal, debe estar mal! Yo, el incomprendido manco, merezco toda la compasión; y castigo siniestramente.”


Quizá, sin más, trataba de provocarnos. Contra las ideas recibidas, siempre sembraba una duda, ponía las cosas al revés, y a veces tan sólo con un gesto.


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“Un objeto valioso, un sujeto.


De ahí que sea bueno que colecciones relojes. Aprécialos. Guárdalos. Disfrútalos. Compra. Vende. Selecciona. Regala.


Haz tu museo del tiempo. Deja en su eternidad al desdichado que sólo entiende de horarios; nunca se interna en el mecanismo; jamás gozará su propia estética (¿qué puede sentir, conjugar, experimentar a fondo?). Sólo te aturde con su letanía: por-qué-guardas-esas-cosas-sólo-quieres-cosas-no-seas-ambicioso.


—¿Qué es estética? —dices a los diez años.


La ética del niño que escoge piedras, conchas, corales. El que salva de la indiferencia lo valioso. Quien a pesar de los desdenes ajenos se pone a espigar entre la arena los restos de vida que ruedan en la playa.”

 


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