Opinión


José Ramón López Rubí Calderón*


Lo que no debe olvidarse


¿El 2 de octubre del 68 no se olvida? La respuesta no es unívoca. Algunos lo han olvidado, otros nunca lo han recordado, algunos más quieren que se olvide y algunos otros lo recuerdan porque les conviene (personal y políticamente). Mas una cosa es cierta: ese día no debe olvidarse, no merece quedar en el olvido. Y no olvidar no es, y no debe ser, detenerse en el tiempo con el ancla de un ayer idealizado, o estacionarse en cierto lugar mirando fijamente al pasado. No. Es avanzar, al menos intentar hacerlo, entendiendo y teniendo en cuenta lo pasado. Pasado en claro, presente claro, futuro en claridad. Una cadena necesaria. Deuda y reto de este país.  


La masacre de Tlatelolco no debe ser olvidada porque encapsula el negativo significado general de la era priista: un régimen político no democrático, sin lugar para los derechos y las libertades, incompatible con los individuos en cuanto tales y los ciudadanos auténticos. El autoritarismo priista, además de extraordinariamente corrupto, fue negligente e ineficiente frente a problemas de gran importancia para el futuro general del país como la educación y la productividad de sectores de la economía. El desarrollo socioeconómico que logró fue mediano y no generalizado, nada “milagroso” ni superior al de muchos otros países en el mismo momento; por lo demás, se trataba de un desarrollo no sólo parcial sino carente de perspectivas de durabilidad, así como de profundización y ampliación -o integralidad demosocial. Expresado en un aumento de la clase media, se volvió contra el régimen y éste contra los nada espectaculares resultados de aquél: esa clase, dueña de mayores escolaridad, información y ambición, al no estar ni poder ser corporativizada por el PRI (no es corporativizable), fue reprimida cuando levantó la voz y exigió en vez de callar y esperar, como reprimidos fueron quienes se inconformaron con la situación de otros grupos limitados a formar parte de las corporaciones encargadas de controlarlos (en aras de la estabilidad política) a cambio de prebendas para sus “líderes”. Cuando los muy pocos –dada la población total- estudiantes de nivel superior quisieron, pacíficamente, sentirse libres y experimentar libertad (fundamentalmente, eso fue el 68 mexicano), el PRI-gobierno los reprimió injustificada, desproporcionada y salvajemente.


Los dos puntos anteriores (el “desarrollo estabilizador”, que termina desestabilizando al sistema por medio de la clase media, y el 68), sumados a la visión política reformista de Jesús Reyes Heroles y la destrucción de la economía a manos de Luis Echeverría y José López Portillo (titulares de un tipo de presidencia ya extinguido), abrirían y allanarían el camino de la transición democrática –sostenida y concluida no por obra y gracia de un nuevo PRI demócrata sino con el concurso estratégico de los tres partidos grandes, sociedad civil, medios y electores.


La democracia realmente existente no garantiza buenos gobiernos (una de las razones es que la gente sí puede equivocarse al elegir) ni la desaparición de la pobreza y la desigualdad (la “alegría” no puede llegar tan fácil, por mera voluntad de alguien o algunos, porque existen, por ejemplo, dispersión política y división pública del poder, escasez de recursos y coyunturas económicas nacionales e internacionales desfavorables que exceden a la voluntad). El nuevo régimen democrático mexicano, por su parte, alberga deficiencias e insuficiencias, institucionales y humanas (y está rodeado por problemas de larga data y gran complejidad, lo que también quiere decir que en su seno todavía no han encontrado resolución). Pero la respuesta no está en despreciarlo y tirarlo a la basura sino en reformarlo, fortalecerlo y protegerlo. El pasado no es mejor. ¿Lo eran “la seguridad y la paz de la era priista”? Tal seguridad y tal paz no sólo no fueron permanentes sino que estuvieron determinadas por la corporativización, la represión y la amenaza; su precio, o el costo, era y fue la ausencia de libertad y democracia, como lo evidenció trágicamente el 68. No puede olvidarse tampoco que el autoritarismo priista alcanzó en ocasiones el crecimiento económico pero no abatió ni la pobreza ni la desigualdad. ¿Qué hay que extrañar de él? Nada. ¿Qué habría que reeditar hoy? De relevancia para un buen futuro general, nada. Con todas sus limitaciones, la democracia es superior a cualquier otra cosa. Si en el caso mexicano pluralidad partidista, elecciones competitivas, libertad de expresión, acceso a información pública, alternancia, división de poderes, control constitucional, parecen poco, imagínese (o recuérdese), no existiendo alternativa sistémica real nacional, su inexistencia. Recuérdese el 2 de octubre. El pasado priista no es el paraíso a la vuelta de la esquina. ¿Por qué no, en vez de admirar un pasado mejor que no existió, pelear por más transparencia y rendición de cuentas? ¿Por qué no presionar legal y pacíficamente, más y mejor, a los gobiernos? (Úsese la pareja memoria-creatividad). Lo que necesitamos es un Estado democrático fuerte, no un líder fuerte, no un gobierno central duro. Que el 2 de octubre del 68 no se olvide. No debe olvidarse: significa la inconveniencia e inviabilidad de un sistema cerrado de hegemonía partidista y presidencia sin contrapesos que por décadas entregó mal gobierno.

 

*** El López Obrador postelectoral y el Muñoz Ledo hoy fapista no son, de ninguna manera, la recuperación y la continuación del 68, como algunos dijeron. Basta recordar que Muñoz Ledo fue apologista del presidente Gustavo Díaz Ordaz.

 

*** Un lector me pregunta si Andrés Gómez Emilsson reduce su incongruencia donando el dinero del premio y me pide tratar la similitud entre su conducta y la de los “Chuchos” perredistas.


En su conflictiva cohabitación con el obradorismo y el jaloneo por el control del PRD, los “Chuchos” dicen que no reconocen a Felipe Calderón como presidente, pero como fuerza legislativa interactúan y negocian con él (tienen que hacerlo), que es el titular de la presidencia legal y legítima. El peje, que no tiene presidencia ni legal ni legítima, juega con las palabras y entonces los acusa de decir que Calderón es “espurio” al tiempo que tienen tratos con él y obtienen beneficios. Eso, que sería una contradicción entre discurso y comportamiento “chuchos”, es exactamente lo que hizo Andrés Gómez Emilsson: no le da la mano a Calderón después de que tomó con ambas su premio (y ya). Siguiendo la “lógica” pejiana, Andrés es un “Chucho”. Con el agravante de que él sí es un creyente en el mito del fraude y seguidor, si bien un tanto vergonzante, de López Obrador. De ahí su incongruencia y cinismo grandes y diáfanos.


Como establezco en el artículo del lunes pasado, el problema de fondo no es el premio en sí ni el hecho de que se reciba sino que alguien afirme que el gobierno que lo entrega es ilegítimo y que aun así acepte ser premiado; que considerando algo como ilegítimo, por conveniencia personal sea parte de algo más que, entonces, debería no tener legitimidad para ese alguien. La contradicción entre discurso y comportamiento. La incongruencia y el cinismo. Los premios gubernamentales (como el de Andrés) y los reconocimientos nacionales estatales (como la Medalla Belisario Domínguez) son aceptables si no están partidizados y los poderes públicos involucrados son de origen democrático. (Los premios por concurso o competencia intelectual de convocatoria múltiple, pública y/o privada, con jurado especializado son algo muy distinto). Nada malo hay en que Miguel Ángel Granados Chapa reciba una Medalla del Senado, incluso si es un crítico de legislaturas y senadores. Ello porque sus miembros pueden ser (son) criticables, pero son democráticamente legítimos y el Senado es un cuerpo plural, no uno dominado autoritariamente por un partido. Problema sería que Granados Chapa sostuviera que la Cámara alta es ilegítima y después se colgara una Medalla, ilegítima. Obviamente, aunque Granadas Chapa se equivocara al sostener eso (la cámara sería legítima) no debería aceptar la condecoración (que también sería legítima) puesto que lo sostiene. Es como si López Obrador “mandara al diablo a la instituciones” pero estuviera usando dinero público arrancado a las dietas de los legisladores federales perredistas, peleando por el control de un partido y buscando ganar la presidencia en 2012 mediante una elección (perdón, corrijo: López Obrador lee discursos en los que manda al diablo a la instituciones pero en realidad hace todas esas cosas. En fin. La incongruencia está presente, ¿o no?).


Andrés Gómez Emilsson –presuntuoso como si no le hubiera ido bien en unas olimpiadas escolares sino estuviera haciendo ciencia y entregando verdaderos resultados de investigación- es un incongruente. Y un cínico. Para Andrés, Calderón es "espurio", no lo reconoce como presidente. Así las cosas, ser congruente lo hubiera llevado a no proponerse para el premio que recibió, que es estrictamente gubernamental (convocado y entregado por el gobierno federal en solitario, un gobierno que, repito, el joven ve como espurio). Si ya propuesto, con la candidatura no retirada, un acceso de congruencia (que no llegó) lo hubiera llevado a rechazar el premio. Pero el premio no fue rechazado. ¿Y si donó el dinero correspondiente? ¿Y? Lo donó dos días después (¿en su familia se empezaba a advertir la incongruencia?). Pero, sobre todo, para ser donado, tuvo que ser (o tiene que y va a ser) cobrado; y para cobrarlo, el premio hubo de ser aceptado. Entonces, este joven es un incongruente. Si Calderón es espurio, su premio lo es. El premio que fue buscado y no fue rechazado por Gómez Emilsson. De esta suerte, al estilo de los "Chuchos", según los obradoristas, al aceptar el premio Andrés "legitimó" a Calderón… dando un grito en el proceso. Ya beneficiado, le habló feo. (Y el beneficio no se perdió). ¿Eso es valor? ¿Eso es valioso? No. Es priismo cultural, y la adulteración del espíritu del 68 con el que se llenan la boca varios (¡si no, cómo lo van a escupir!).  

 

*** Cuando se tiene corazón pero no cabeza, cuando se anhela progresismo pero no hay sustancia, cuando se quiere creer en algo o alguien y que la realidad empate con los prejuicios y deseos personales, se entiende que la evidencia y el conocimiento pasen inadvertidos y se recurra a dichos de cantantes, novelistas y hasta estudiantes de preparatoria, todos más o menos famosos, como “respaldos de autoridad”. La nada.

 

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