Opinión


Naomi Klein y Jeremy Scahill / NY Times


¿Quién es más enemigo de la guerra Obama o Hillary?


Hillary Clinton The New York Times / Foto/ Damon Winter
Barack Obama The New York Times/ Foto/ Ana Paskova

“¿Y qué?”

 

Eso es lo que respondió el vicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney cuando se le preguntó la semana pasada acerca de la abrumadora oposición de la opinión pública a la guerra en Irak. “No es posible abandonar el curso” de una política, añadió Cheney, “debido a las encuestas”.


Su actitud acerca del hecho de que la cifra de soldados norteamericanos muertos en Irak desde la invasión había superado los 4 mil mostró un nivel similar de simpatía. Esos soldados “se pusieron el uniforme de manera voluntaria”, dijo el vicepresidente norteamericano a ABC News.


Ese muro de indiferencia podría ayudar a explicar la paradoja en la cual el campo enemigo de la guerra se encuentra cinco años después de la ocupación de Irak: el sentimiento pacifista es tan fuerte como nunca. Pero nuestro movimiento parece estar reduciéndose.


Un 64 por ciento de los entrevistados dicen a los encuestadores que se oponen a la guerra. Pero usted nunca se enterará cuando observa la escasa participación de los enemigos de la guerra en actos de protesta o en vigilias.


Cuando se pregunta a los enemigos de la guerra por qué no se unen al movimiento pacifista, muchos dicen que han perdido toda fe en el poder de la protesta. Ellos marcharon contra la guerra antes de que comenzara, y luego, en el primero, segundo y tercer aniversario. Y sin embargo, cinco años después, los dirigentes norteamericanos siguen preguntando “¿y qué?”.


No hay duda alguna que el gobierno de George W. Bush ha demostrado que es inmune a la presión popular. Es por eso que el movimiento pacifista debe cambiar su táctica. Debemos dirigir nuestras energías hacia el sitio donde todavía podría tener un impacto: los principales contendientes por la nominación presidencial demócrata.


Otros se oponen a ello. Se dice que si deseamos poner fin a la guerra, deberíamos elegir un candidato que no sea John McCain y ayudarlo a ganar. Algunas de las voces pacifistas más prominentes, desde MoveOn.org hasta The Nation, la revista en la cual colaboramos, han ido por ese camino, respaldando a Barack Obama.


Se trata de un grave error estratégico. Es justamente durante la campaña electoral tan disputada que las fuerzas pacifistas tienen la posibilidad de alterar la política norteamericana.


En el momento en que elegimos un bando, nos relegamos al papel de animadores.


Y cuando se trata de Irak, no hay mucho para animarse. Si observamos con cuidado, ni Obama ni Hillary Clinton tienen un verdadero plan para poner fin a la ocupación. Pero sí podrían ser obligados a cambiar sus posiciones, gracias a la dinámica de una prolongada batalla por la nominación.


Pese a los pedidos a Clinton para que retire su postulación en nombre de la “unidad”, el hecho de que Clinton y Obama siguen en la campaña abre la posibilidad de presionarlos. Y la presión de nuestro movimiento pacifista es muy necesaria.


Por primera vez en 14 años, los fabricantes de armas están donando más a los demócratas que a los republicanos. Los demócratas han recibido un 52 por ciento de las donaciones políticas de la industria bélica en este ciclo electoral, tras obtener un 32 por ciento en 1996. Ese dinero tiene como propósito modelar la política exterior. Y hasta ahora, ha sido bien gastado.


Aunque Clinton y Obama denuncian la guerra con gran pasión, tienen además planes detallados para continuarla. Ambos dicen que se proponen mantener la Zona Verde, incluida la monstruosa embajada de Estados Unidos en Bagdad, y conservar el control del aeropuerto de Bagdad.


También mantendrán una “fuerza de choque” para la lucha antiterrorista, así como entrenadores norteamericanos para las fuerzas armadas iraquíes. Más allá de esas fuerzas estadounidenses, el ejército de los diplomáticos de la Zona Verde necesitará muchos guardias de seguridad fuertemente armados, que en la actualidad son proporcionados por Blackwater y otras empresas privadas.


En contraste con esta ocupación atenuada, figura el mensaje inequívoco que proviene de centenares de soldados que lucharon en Irak y en Afganistán. El grupo Iraq Veterans Against the War, que realizó la histórica reunión “Winter Soldier”, soldado de invierno, en Silver Spring, Maryland, a comienzos de mes, no respalda candidato o partido alguno. En cambio, pide una retirada inmediata, incondicional de los soldados y contratistas de Estados Unidos.


Los candidatos saben que mucha de la pasión que alimenta sus campañas fluye del deseo de la base demócrata de poner fin a esta guerra desastrosa. Es el deseo de cambio que ha llenado estadios y cofres de campaña.


De manera crucial, los candidatos han ya demostrado que son vulnerables a las presiones de los pacifistas. Cuando The Nation reveló que ningún candidato respaldaba un proyecto de ley para prohibir el uso de Blackwater y otras empresas de seguridad en Irak, Clinton cambió su mensaje. Ella se convirtió en la más importante dirigente política de Estados Unidos que respaldó la prohibición, anotándose un punto sobre Obama, que se opuso a la invasión desde el comienzo.


Y eso es lo que deseamos de los candidatos: que traten de superar al otro demostrando su seriedad para poner fin a la guerra. Ese tipo de tópicos dará más vigor a los votantes y pondrá fin al cinismo que amenaza a ambas campañas.


Es bueno recordar: a diferencia del gobierno saliente de Bush, esos candidatos necesitan el respaldo de dos terceras partes de los norteamericanos que se oponen a la guerra en Irak. Si la opinión se transforma en acción, ellos no estarán en condiciones de decir “¿Y qué?”.

    



 
 

 

 
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