Opinión


Antonio Cienfuegos*


09/03/2012


El principio del fin


>Ahora es la hora de mi turno
el turno del ofendido por años silencioso
a pesar de los gritos
Callad
callad
Oíd

Roque Dalton


Estimado lector/a, empiezo esta columna, no por un yo, sino por un nos. Nace desde una ira inflamatoria de la indignación me corroe, porque no puedo salir a la calle y ver tanta miseria en el país, tanta violencia, tanta desigualdad, y que haya gente tan corrupta y facinerosa, robe de forma tan impune mis/sus impuestos, mediante incontables infamias que cometen (de las cuales fui cómplice con mi silencio) en el atroz mundo de la Las Letras Mexicanas. Escribo esta columna no para lavar mi nombre ni mi alma, soy más humilde, sólo aspiro a cambiar el mundo. Estoy harto de vivir en la miseria histriónica del engaño y del egoísmo. Estoy solo en esta cruzada y son grandes las cabezas de Escila y monstruosas las fauces de Caribdis, sin embargo tengo la espada más filosa, la flecha más certera, el machete más oxidado: la verdad.


Me gustaría decir a nuestros lectores/as que serán testigos semana a semana, que vivimos en un país sin corrupción (quizá algún día lo pueda decir), que leerá en este breve espacio pura ficción, me gustaría… Sin embargo, todos los personajes y nombres de esta incipiente columna son, trágicamente, reales. Todas las denuncias, críticas, sátiras, diatribas, etc., que usted leerá, se encuentran apegadas a un tiempo y espacio concretos, con escritores casi ficticios, dignos de una película de Woody Allen, pero más bizarros. Escritores con unas ansias indescifrables de poder, de prestigio, de reconocimiento, de fama, por ser reconocidos como “poetas”, “novelistas”, “cuentistas”, “ensayistas” o cualquier mote literario que usted pueda imaginar. Cuando ese es un reconocimiento que no se puede ganar o perder, sólo se puede escaldar en la mente, porque sólo se necesita la pluma y el coraje para escribir, los demás son lo de menos.


Empiezo esta columna porque a final de cuentas no hay mayor dignidad que la denuncia, sólo por medio de la denuncia se puede terminar con las corruptelas de un país cada vez más decadente y viciado, donde la corrupción y el clientelismo han llegado a tocar lo intocable: la literatura. Los artistas han maculado las letras, y si ahora no se denuncia, jamás terminará este ciclo infame, este cáncer propio de los países de Tercer Mundo. Lo que sí nos debe honrar es que en Puebla se gestó una de las más grandes maquinarias de corrupción, no del país, sino de toda Iberoamérica. Desde aquí se han extendiendo las prácticas de la política nacional al campo literario en general, y en concreto: la poesía. Vehículo por el cual dichas prácticas (que pensábamos propias de la política) expanden sus tentáculos, a otras culturas, a otras naciones menos pervertidas, más inocentes, porque no hay mayor perversión que la corrupción maquinada.


Por último, quiero comentarle al amable lector/a, que si bien esta columna nace para denunciar la corrupción en la literatura local y nacional, también encontrará una crítica concisa a obra de diversos escritores (poetas, narradores, cuentistas, ensayistas, sociólogos, etc.) para que se pueda dar una idea del panorama literario/cultural en el que se encuentra inmerso sin tapujos ni mentiras, y así, tener una perspectiva más amplia de los procesos culturales que implican (algo a veces tan ajeno), como la literatura.

 

*Investigador y crítico cultural. Estudió Licenciatura en Letras y la Maestría en Literatura Mexicana en la BUAP. Actualmente estudia el Doctorado en Humanidades en la Universidad Autónoma Metropolitana.

 



 
 

 

 
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