Opinión
Pedro Gutiérrez
LA REFORMA PETROLERA
En estos días de discusión en torno a la reforma de PEMEX, vale la pena que los mexicanos nos demos un espacio de reflexión para pensar qué nación queremos.
Desde hace varios años, el tema de una reforma energética ha sido puesto sobre la mesa. A partir del denominado boom petrolero del sexenio echeverrista y que se consolidó en la administración de López Portillo, la discusión sobre el presente y futuro de nuestro petróleo ha sido una constante: primero porque las reservas aumentaron de forma exponencial, sobre todo con el descubrimiento del tesoro mexicano llamado Cantarell; segundo, cuando nos dimos cuenta que la supuesta abundancia que había que administrar no lo era tanto o, al menos, la habían dilapidado en un santiamén los corruptos gobiernos priístas y; tercero, en el momento en que diversos especialistas apuntaron el hecho de que la empresa paraestatal estaba quedando rezagada en materia tecnológica y que la industria con la que contamos no es competitiva con otras naciones y empresas petroleras.
En efecto, en 1976 fue descubierto el yacimiento de Cantarell y, en aquellos momentos, llegó a ser considerado el sexto más productivo del mundo. Mucho daño –dicen los conocedores del tema- causó el descubrimiento de dicha reserva, y no porque no nos haya aportado crudo a borbotones, sino porque a partir de que se explotó el concitado yacimiento PEMEX y el gobierno federal basó toda su producción y confianza en Cantarell.
Me parece que desde siempre el debate sobre una reforma energética –lato sensu- o una reforma petrolera como la que hoy se discute -stricto sensu- siempre se ha ideologizado. En lugar de partir de bases técnicas y especializadas, las discusiones han versado en torno a posiciones políticas que indubitablemente contaminan el panorama. Así ha sido desde 1938 cuando se decretó la expropiación petrolera y ese discurso pseudonacionalista se ha mantenido como un faro que ensucia el debate. Por supuesto no podemos soslayar el amasiato histórico que ha prevalecido entre el sindicato petrolero y el Partido Revolucionario Institucional y, más recientemente –desde la escisión tricolor en 1988- con un sector del Partido de la Revolución Democrática. Dicho maridaje ha pervertido una reforma posible y, por el contrario, ha puesto varios diques porque sencillamente al sindicato no le conviene ningún cambio estructural a la paraestatal y al partido que lo sustenta–básicamente el PRI y a veces el PRD- tampoco. La simbiosis entre ambos entes es un nido de intereses espurios con tantas complicidades como recursos petroleros tiene –o tuvo- Cantarell.
En este contexto ideologizante, el sindicato y su austero líder en turno siempre han tachado al PAN de ser un partido con intenciones privatizadoras. La mejor forma que el sindicato de PEMEX y sus secuaces han encontrado para desvirtuar cualquier intento de reforma a la empresa ha sido, es y será la de distraer la atención de las cuestiones de fondo –cuestiones técnicas- por las cuestiones nimias y politiqueras que tildan al PAN una supuesta propuesta privatizadora.
Ya lo dijo Germán Martínez en los foros de la reforma petrolera que se verificaron en la sede del senado: “…Miente quien afirma que el Presidente o el PAN queremos convertir a Pemex en una empresa privada; miente quien afirma que queremos vender Pemex al capital extranjero…”. En efecto, la propuesta histórica del PAN y la propia que hoy somete a consideración de los mexicanos el Presidente Felipe Calderón es una propuesta que pretende fortalecer a la paraestatal, hacerla autosuficiente y, sobre todo, que le confiera viabilidad a PEMEX para la exploración en aguas profundas que nos aseguren más petróleo y sus derivados por los próximos años. Pemex aporta aproximadamente 850 mil millones de pesos al presupuesto total de todo el país. De mantenerse las cosas como están, el dinero que se requiere para exploración y desarrollo de nuevos yacimientos de petróleo y gas tendría que restarse de los fondos que Pemex aporta a la inversión en infraestructura, a la inversión en seguridad público o al gasto social.
La propuesta del Presidente, que quede claro, no es una propuesta privatizadora; incluso, se promueven reformas en leyes reglamentarias porque Acción Nacional sabe de la importancia histórica y legítima de no trastocar sendos principios constitucionales en la materia. Por ello, todas las acciones y discursos de los más radicales defensores de la soberanía nacional son parte de una gran falacia protectora de intereses bastardos. Lo mismo aquellos que convocan a consultas públicas ajenas a la ley utilizando el presupuesto de la Ciudad de México, como los que los que aquí en Puebla han arribado a dirigencias partidistas con un lenguaje tan obsoleto como convenenciero, ambos grupos no quieren un debate serio sobre la reforma petrolera porque no les interesa el país.
Que quede claro: no estoy diciendo que la propuesta del Presidente Calderón sea la única que debe analizarse; por el contrario, en el PAN pensamos que todas las voces que aporten elementos técnicos a la reforma son valiosas. Sin inutilidades ideológicas, los mexicanos debemos llegar a un consenso que fortalezca a PEMEX y a las generaciones que nos sucedan.
PEDRO ALBERTO GUTIÉRREZ VARELA
Miembro del Comité Directivo Estatal del PAN
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