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Opinión
Pedro Gutiérrez
Los Estados Unidos y el sistema presidencial
En los próximos meses el mundo entero será testigo de una contienda electoral inédita en la nación más poderosa del mundo: los Estados Unidos de América. Por ello, en esta entrega y las próximas haremos un breve recorrido por algunos tópicos de interés relacionados con nuestro vecino del norte.
Los norteamericanos fueron los creadores del sistema presidencial. El diseño institucional del sistema tiene sus orígenes en la senda disputa que mantuvieron los colonos de Norteamérica en contra de la corona británica, con la cual decidieron romper y consecuentemente independizarse a partir del pretexto –real o no- de las tasas impositivas desmesuradas que decretaba el reino y la desesperanza de los habitantes que habían probado suerte en el nuevo mundo.
Dada la experiencia absolutista que padecieron los colonos, el esquema institucional que habrían de instaurar en una nueva nación debía fundamentar su existencia en la presencia de un ejecutivo fuerte –pero no tanto como el rey británico- y un congreso que limitara precisamente la potestad soberana del propio ejecutivo. En este sentido, el maestro Giovanni Sartori comenta los apuntes de Neustadt, quien afirma que: “…los Padres Fundadores no crearon un gobierno de poderes separados, sino en cambio, un gobierno de instituciones separadas que comparten el poder…” La otra gran idea de los constituyentes de Filadelfia, también aparejada con el diseño del congreso, fue la creación del esquema federal, cuyo eje es que las colonias preservaran algunas facultades propias que las distinguieran en el ámbito de su soberanía interna y, al mismo tiempo, que cedieran otras tantas cuyo ejercicio era menester de una órbita distinta –que no superior- llamada federal. Así, federalismo y diseño del congreso serían artífices elementales de un nuevo sistema político, en el que una de las cámaras –la de representantes- representara a la ciudadanía; al tiempo que la otra –el senado-, representara de manera directa a los estados en sus intereses y atribuciones.
Resulta curioso y en cierto sentido paradójico, pero los norteamericanos diseñaron su sistema presidencial, basados en gran medida en un esquema congresional bastante meticuloso y cuidadoso de la realidad política imperante entonces –siglo XVIII-, es decir, cuidando que los intereses de las colonias y de los pobladores se vieran verdaderamente representados en las cámaras legislativas. En otras palabras, gran parte del éxito del nuevo sistema de gobierno presidencial está basado en el acierto del diseño del poder legislativo, garante del equilibrio del poder y del freno de los posibles abusos del jefe del ejecutivo.
El ejecutivo fue cuidadosamente diseñado desde el origen mismo del acceso al poder, como dice el Dr. Espinoza Toledo: “…el ejecutivo sería electo con base en el sufragio universal indirecto. Los convencionistas veían muchos riesgos para la democracia en la elección directa del presidente, porque al liberar al ejecutivo éste podría apelar directamente a las masas y crear un poder personalizado…”.
El presidente en Estados Unidos de América sería electo de manera indirecta, a través de un Colegio Electoral que estuviese integrado por representantes de los estados, quienes con un determinado número de votos electivos, sufragaban por el candidato de su preferencia. El congreso, en cambio, estaría integrado por legisladores votados popularmente, confiriendo entonces una relación directa entre la soberanía popular y los congresistas, pero una relación sólo indirecta entre el pueblo y el presidente.
En resumen, el Dr. Espinoza Toledo señala que el sistema presidencial creado por los norteamericanos ha sido exitosos por varios factores, entre los que destacan que: “…el presidente tiene cierta preponderancia en el sistema político, pero el Congreso, organizado en dos cámaras, no es débil ni le está subordinado. Se trata de un presidente electo y es a la vez jefe de Estado y jefe de gobierno, no puede ser destituido por el Congreso, nombra a su gabinete…y lo remueve libremente. Su mandato es de cuatro años, reelegible por una sola vez; sin embargo, su poder está limitado por varios elementos, entre otros, por la colaboración estrecha entre el Legislativo y el Ejecutivo, por la administración federal, por la soberanía de los estados, por los grupos de poder económico y por la lucha de partidos…”.
Lo cierto es que el sistema presidencial norteamericano, instaurado en la Constitución de 1787, ha resultado un gran éxito para su propia estabilidad política y social. Ha de reconocerse que en su momento, los colonos independentistas crearon un sistema inédito para entonces; a pesar de los riesgos inherentes que implicaba, el pacto político realizado por los convencionistas de Filadelfia y por la clase política en lo sucesivo, ha arrojado un sistema en el que los pesos y contrapesos han funcionado adecuadamente.
Hoy los norteamericanos se debaten por cuál de los dos proyectos –el de Obama o el de Mc Cain- es el mejor para encabezar su sistema político-presidencial. De ello hablaremos en la próxima entrega; por ello, me parecía pertinente esbozar un breve antecedente teórico que sustentara la realidad política contemporánea de Norteamérica.
PEDRO ALBERTO GUTIÉRREZ VARELA
Miembro del Comité Directivo Estatal del PAN
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