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Poder y Política
Manuel Cuadras
17/05/2011
Cuento futurista
Miércoles 1 de febrero de 2017
Y ahí estaba él. Él y su soledad. Él y 41 diputados acomodados en dos bloques en costados opuestos. Él y una multitud enfrente esperando (con morbo) el momento en que se apagara por completo un sol y se encendiera otro. Él y sus recuerdos. Él y su melancolía. Él y una bola de pensamientos que rondaban en su cabeza —a manera de reproches—, intentando explicar lo sucedido. ¿Cómo se había llegado hasta este punto? ¿En qué momento se me escapó el poder de las manos? ¿Cómo fue que me ganaron la partida? —se preguntaba en silencio mientras el acto transcurría—.
Por eso su mirada perdida, porque su mente estaba en todas partes menos en aquel recinto que seis años antes lo abarrotó con gente que vitoreaba su nombre. Su mente recorría cada instante del sexenio (su sexenio) que estaba por terminar. Su rostro, abstraído, era como una pantalla que alimentaba los cometarios mordaces de la concurrencia:
¿Ya viste qué acabado está?
Así no estaba cuando entró…
Acuérdate que no tenía canas…
El rostro del sucesor, en cambio, irradiaba felicidad, optimismo, y un ligero dejo de soberbia. Él sabía que sería gobernador solamente por 18 meses, pero qué más daba, gobernador al fin; además, sabía que lo más difícil ya había pasado: habían derrotado al gobernador (saliente) y a su grupo de tecnócratas. Con ello, sería más fácil ganar la elección constitucional el próximo año, y ahora sí, recuperar la gubernatura para alguien del grupo.
El repique de la corneta anunciando la entrada de la bandera interrumpió momentáneamente la vorágine de pensamientos que cada gobernador tenía en su mente. Ambos se pusieron de pie, ambos hicieron una ligero movimiento como queriendo jalar la silla (en señal de cortesía) del invitado de honor de dicho acto, el hombre que se encontraba en medio de los dos, el que recibió apoyo tanto del uno, como del otro; el que jugó tanto con uno, como con otro; el hombre que finalmente inclinó la balanza: el Señor Presidente de la República, quien a pesar de estar también próximo a entregar el mando (y quizá por ello) no dejaba de ir a uno solo de esos eventos (ya desde su precampaña se sabía que era adicto a las cámaras y reflectores).
El gobernador saliente volvió a su entramado de memorias. Se detuvo en una fecha, era a principios del 2012, quizás finales de enero, o inicios de febrero, no lo recordaba con precisión, fue ahí cuando tomó la decisión de apoyar la carrera presidencial del que se encontraba a su izquierda —jugada arriesgada si consideramos que no era el candidato de “su” partido, pero fue lo que le dictó su corazón (y la Maestra)—. Esta medida le valió ganarse la enemistad de todos los militantes de “su” partido, desde el presidente del desempleo, pasando por el candidato perdedor Lucambio, hasta los miles de seguidores azules que se cansaron de los dobles juegos y traiciones del gobernador de traje azul y alma tricolor. Fue ahí cuando empezó su declive. Con esa decisión —paradójicamente— perdió aun ganando. Se la jugó y ganó, pero al final, el costo rebasó el beneficio.
Eso fue —dijo resignado— pero ¿qué podía haber hecho? ¿Apoyar más a Lucambio? De todos modos hubiera perdido. ¿No apoyar a Piñanieto? Impensable, al final ganó. Hice lo que tenía que hacer. Y en realidad tenía razón el mandatario saliente, no podía haber hecho otra cosa, no podía apostarle todo a un perdedor, tampoco podía apostarle todo a un candidato que no fuera de su partido. Hizo lo que tenía que hacer: jugar a dos cartas (como muchas veces lo había hecho), sólo que esta vez, por primera ocasión, el destino decidió darle la espalda.
La banda de guerra calló. El presidente del Congreso (que hacía las veces de maestro de ceremonias) anunció el mensaje de toma de protesta del gobernador interino para el periodo 2017-2018. Enfrente, entre la multitud, un hombre aplaudía como gobernador, sonreía como gobernador, y saludaba como gobernador, contaba con el aval del presidente copetón y de su delfín Delrazo, sólo era cuestión de tiempo, esperar pacientemente. Mientras tanto, el gobernador saliente comprendió que todo había acabado, se despidió de su sueño de ser presidente de la República y anhelaba la posibilidad de retirarse como senador. Al final, sería un exgobernador que contaría su historia a sus nietos, tal y como algunos años antes lo hizo el doctor y general con él…
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