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Poder y Política
Manuel Cuadras
22/02/2011
Rebelión en la granja
En 1945, el brillante Eric Arthur Blair, mejor conocido como George Orwell (seudónimo con el cual firmaba sus artículos y novelas) escribió una de sus obras más fascinantes: Rebelión en la granja, que junto con 1984, representan su faceta de novelista crítico satírico.
La novela es una fuerte crítica al socialismo soviético y a sus figuras emblemáticas como Lenin y Stalin, sin embargo, el libro ha rebasado la barrera del tiempo y el espacio y se adecúa perfectamente a la realidad de varios gobiernos.
La obra trata de una granja en la cual habitan diversos animales, los cuales, están cansados de los abusos y forma de gobernar de los humanos. Un buen día, los animales, encabezados por los cerdos, deciden organizarse e iniciar una revolución. La revolución triunfa. Los cerdos prometen un gobierno diferente, un gobierno honesto, para ello, y para ganarse la confianza de los demás animales, redactan un manifiesto con los siete mandamientos mediante los cuales habrán de regirse los próximos años (algo así como lo que ahora conocemos como Plan Estatal de Desarrollo).
Los siete mandamientos eran:
—Todo lo que camine en dos piernas es enemigo.
—Lo que tenga cuatro patas o plumas es amigo.
—Los animales no deben usar ropa.
—Ningún animal debe dormir en una cama.
—Ningún animal beberá alcohol.
—Ningún animal matará a otro animal.
—Todos los animales son iguales.
Así empezó el nuevo gobierno, con buenas intenciones por parte de los nuevos gobernantes y altas expectativas por parte de los demás habitantes de la granja, quienes se sintieron felices y liberados de la anterior dictadura. Sin embargo, no todo fue miel sobre hojuelas, pronto, los cerdos empezaron a abusar del poder y a traicionar los postulados (promesas) que motivaron la revolución.
Napoleón, el personaje central, abusa de su poder y reduce al mínimo los derechos de disidencia. Les quita a los demás animales su derecho de manifestarse (rebelarse) porque, dice, ya habían derrotado al enemigo, por lo tanto, ya no había porqué inconformarse. En el fondo lo que no quería era que se rebelaran contra él.
Napoleón enloqueció de poder, se olvidó de sus ideas combativas y terminó por cometer los mismos excesos que tanto criticaba. Lo peor de todo, es que negoció también con sus anteriores adversarios (los humanos), contra los que luchó, los que —según él— no supieron administrar la granja.
Todas esas críticas se le olvidaron a Napoleón, quien incluso bebía whisky proveniente de los humanos, lo cual, de acuerdo a los mandamientos, estaba prohibido, pero para eso momento ya poco importaba, ¿quién se acordaba de aquellas promesas? Para los pocos que tenían memoria y se molestaban por los nuevos abusos (que paradójicamente eran los mismos que la dictadura anterior) los cerdos tenían una justificación: “Nosotros dijimos que no se podía beber, pero en exceso…”, “nosotros dijimos que ningún animal podría matar a otro, sin motivo, cuando haya un motivo, claro que lo puede hacer…”
Así, poco a poco, los nuevos gobernantes fueron borrando de la pared los mandamientos (promesas) del cambio, para dejar únicamente el último de los mandamientos, obviamente, modificado: “Todos los animales son iguales, pero hay unos más iguales que otros…”
Triste final de la granja, que creyeron en una opción de cambio, lucharon por él, le dieron el voto de confianza a los cerdos, y al final, las cosas siguieron igual (o peor) que antes, es decir, cambió todo, para que todo siguiera igual.
¿A poco no es brillante la obra de George Orwell? ¿Le resulta familiar?
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