Poder y Política


Manuel Cuadras

03/06/2010

 

 

Carta de fin de sexenio


El político en su Soledad


Ahora que las campañas políticas están en su cénit; ahora que todos los que trabajan en cualquier nivel de gobierno tratan de acomodarse con los que vienen; ahora que las despedidas comienzan y el espacio de los periódicos se divide en la intensa batalla de los candidatos y pierden espacio aquellos que todavía están.


Es ahora cuando los actuales políticos que fueron elegidos hace casi tres o seis años se han dado cuenta de los pocos incondicionales que les han ido quedando, y desde sus trincheras le piden a sus electores que les acompañen en el descenso a las profundidades. Y eso que todavía no hay presidentes o gobernador electo. Pero el aroma de la soledad ha comenzado, y ese tufillo de irse quedando solo va en aumento. Cada día, en cada gira, en las comidas con los ¿amigos?, mientras el ya ungido goza y aspira los aromas del elixir de los baños de pueblo.


Sin embargo, si somos cuidadosos, y antes de cualquier reproche, exigiría recordar que desde el comienzo de cada nueva administración es el mismo gobernante (¿o su círculo más cercano?) el que elige el camino de la soledad:


Al realizar medidas atropelladas y populistas.


Al escuchar sólo a su equipo, cuando hay tantas visiones que tomar en cuenta.


Al creerse dueño de la verdad absoluta.


Al dejarse engañar por aquellos que sólo fraguaron historias innegociables y paliativos insuficientes para eludir la obligación que se le reclamaba.


Al dejarse hipnotizar y sufrir un secuestro virtual por sólo dos o tres personas y no querer escuchar otras razones.


En cuanto a nuestro político, la arrogante soledad elegida se ha convertido en soledad impuesta. Se enajenó primero de las personas que en realidad le apoyaban. Prefirió el canto de las sirenas y sin querer se quedó sin propósitos y le saquearon sus ideales.


Como resultado, se ha quedado sin discurso y sin política para los meses que le quedan de mandato. Y entonces, vuelve a voltear, preocupado por irse quedando solo, con una larga travesía en el desierto, donde está condenado a escuchar: “el rey no ha muerto, viva el nuevo rey”.

 

Fin de la carta.


¿Alguien pensó en Blanca Alcalá o Mario Marín?


No creo, ellos están rodeados de puros “incondicionales…”

 

¿O no?

 



 
 

 

 
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