Poder y Política
Manuel Cuadras
26/11/2009
El arte de hacer trajes a la medida
En la columna anterior hablábamos acerca de la crisis de confianza por la que atraviesan la mayoría de las encuestas en todo México, pero principalmente en Puebla. Decíamos que penosamente dejaron de ser un instrumento serio de medición que ayude a la información de los ciudadanos, para convertirse en una herramienta de manipulación y confusión que utilizan los políticos.
Decíamos también que en ese proceso de perversión han (hemos) contribuido todos: políticos, medios de comunicación, y por supuesto, las propias encuestadoras, quienes han aprovechado la ambición de los políticos para vender sus productos como pan caliente.
Vender encuestas se volvió tan redituable como vender cemitas afuera del estadio, de ahí la gran cantidad de empresas que se dedican a realizar estudios demoscópicos (aunque algunos ni si quiera sepan lo que significa ese término); y el mercado (consumidores) que requieren ese tipo de mercancía, crece con cada nuevo periodo de elecciones. La lógica es la siguiente:
“TÚ, candidato, necesitas posicionarte, y para posicionarte necesitas vender la idea de que eres el más guapo, el más carismático, el más inteligente y, sobre todo, el más conocido y popular entre los electores (sobre todo eso)…”
“YO, empresa, te puedo ayudar a que consigas tu objetivo, haciéndote una encuesta en la cual salgas como favorito y con una amplia ventaja sobre tus adversarios, para que la filtres a los medios y te posiciones como un buen producto…”
¿Es de sorprenderse? Para nada, esa es la lógica de toda relación comercial: “tú pagas, tú mandas” ¿Por qué habría de ser distinto entre políticos y encuestadores? El político (candidato) es el cliente y paga por un servicio o producto, la empresa (encuestadora) está obligado a entregar el producto al gusto del cliente.
Imaginemos la siguiente escena: Llega un fino y distinguido caballero a una sastrería y dice con voz firme: “Quiero un traje a mi medida, que me haga ver bien, que luzca robusto, que me oculte estas llantitas y que disimule un poco mi joroba”. El sastre contesta: “Con todo gusto señor secretario, tenemos el traje ideal para usted, la tela le va a encantar, sólo que, como usted comprenderá, es un poco caro señor, sobre todo con las características que usted lo quiere. Se trata de un trabajo especial”. El fino secretario contesta con seguridad para dar terminada la negociación: “No se preocupe mi amigo, por eso no hay problema, aquí le dejo un anticipo y el resto lo tendrá cuando tenga mi traje”.
¿Así o más claro? Con las encuestas sucede lo mismo.
Después de algunas semanas, el distinguido secretario estrena su traje y lo presume en los lugares más concurridos. A pesar de la pericia, experiencia y prestigio del sastre, las imperfecciones corporales del feliz portador del casimir saltan a la vista de todos. El secretario y sus amigos más cercanos lo saben, pero fingen no saberlo, al igual que sus empleados, colaboradores y esbirros que intentan convencer a todos que el secretario luce como el mismísimo Peña Nieto.
Con las encuestas ocurre lo mismo. Las encuestadoras hacen encuestas a la medida, los candidatos las presumen (filtran) a los medios, y los columnistas pagados se encargan de defenderlas.
¿Qué pasa cuando dos clientes (candidatos) encargan el mismo trabajo (encuesta)? Nada, el sastre los complace y les hace sus respectivos trajes; al fabricante no le importa si sus clientes lo quieren estrenar en la misma cena.
Ahora, regresando a las encuestas, ¿cómo hacer para que un candidato que no está bien posicionado aparezca como el número uno? Fácil: induciendo la pregunta, pongamos dos ejemplos:
-Independientemente de su hamburguesa favorita, ¿qué hamburguesa cree usted que sea la más vendida?
-Independientemente de su preferencia partidista y su participación (sic) si hubiera una elección para escoger al candidato del PRI a gobernador del estado de Puebla, ¿por cuál de los siguientes votaría?
¿Así o más claro? Continuará…
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