Poder y Política


Manuel Cuadras

30/06/2009


Saldos y lecturas de esta elección


Estamos a cinco días de los comicios federales, y —salvo que ocurra algún imprevisto— las cosas parecen estar definidas. ¿Cuáles son los saldos y lecturas de esta campaña? ¿Quiénes son los ganadores y perdedores? ¿Qué reacciones habrá? ¿Qué mitos giran en torno al resultado? Veamos.


La presente elección debe analizarse desde dos ópticas: El escenario nacional y el contexto local. El primer caso lleva implícito el deseo de Calderón de hacerse de la mayoría en el Congreso y tener un margen más amplio de negociación frente a la oposición; mientras que el segundo tiene que ver con la sucesión gubernamental de 2010.


Nos encontramos a la mitad del sexenio de Felipe Calderón, tres años han transcurrido desde que el IFE declarara su triunfo en una decisión plagada de “sospechosísimo”. Aquella polémica elección, marcaría el rumbo de su administración y su política.


Calderón inició su gobierno con niveles muy bajos de legitimidad, por lo cual, se vio obligado a tomar medidas urgentes para ubicarse en el ánimo y confianza de los mexicanos. De acuerdo a las recomendaciones de sus asesores, era necesario asentar un duro golpe mediático para inyectarle legitimidad a su gobierno. Se pensó en combatir la corrupción, representada en la figura de algún oscuro personaje (como lo hizo Salinas con “La Quina”). Fue entonces que surgió la idea de sacarle tarjeta roja al gobernador de Puebla, tal y como lo prometió Calderón en su campaña, sin embargo, los acuerdos y compromisos políticos fueron más importantes que el cumplimiento a la promesa de campaña. Descartada la “expulsión del góber precioso”, Calderón optó por declararle la guerra a un enemigo mucho más grande y más odiado, pero a la vez, mucho más fuerte y poderoso que el mismo gobierno federal: el narco.


Así, Calderón inició su propia guerra, con la estrategia y método que sólo él y su equipo entienden. Los resultados todos los conocemos: La guerra a base de “pistolitas” emprendida por el presidente, despertó al monstruo de las mil cabezas que pronto comenzó a devorarse (literalmente) a los soldados de Calderón.


La estrategia fracasó: por un lado, no lograron mermar las fuerzas del narco, por el contrario, las unieron; y por el otro, la “valentía” mostrada por el presidente de combatir al narco, fue interpretada por la sociedad como falta de estrategia y en nada contribuyó a legitimarse, dicho en otras palabras: “el tiro le salió por la culata”.


Así las cosas, Calderón se aproximaba a lo que sería su mayor reto político: ganar las elecciones intermedias. Difícil misión si se tiene encima crisis económica, crisis política y crisis social. ¿Cómo ganar ante tal escenario? Para ello Calderón y sus “brillantes” asesores diseñaron una nueva estrategia: Promover el abstencionismo. La campaña tan de moda en todo el país de “votar en blanco” fue una idea surgida al interior del CEN del PAN y su pueril líder Germán Martínez. La lógica era la siguiente: Apostar a la guerra de estructuras entre partidos, confiando en que los programas sociales inclinarían la balanza, es decir, Calderón pensó en jugar a las fuercitas con el PRI, imaginando que el padrón de beneficiarios de los programas nobles de su gobierno (“Vivir mejor”) darían el impulso a favor del PAN. Lo que nunca imaginó es que —nuevamente— la estrategia le saldría contraproducente.


Lo que originalmente inició como un “movimiento ciudadano” de rechazo a las elecciones, pronto se convirtió en una campaña nacional de repudio a las instituciones. Desarticular el voto ciudadano era una estrategia altamente riesgosa, sobre todo si no se tenía un conocimiento profundo del electorado y su comportamiento. Si alguien sabe de comportamiento y organización electoral, es precisamente el PRI, no en vano inventaron, organizaron y manipularon las elecciones en nuestro país desde principios del siglo pasado.


La mayoría de los estudios de comportamiento electoral indican que el electorado se divide (principalmente) en: voto leal, persuadible y convertible. El primero es el conocido como voto fuerte de los partidos y a su vez se subdivide en duro y blando; el segundo incluye a votantes que, si bien no tienen ninguna filiación partidista, sí presentan alguna tendencia o simpatía a ciertos principios e ideologías y por tanto (como su nombre lo indica) pueden ser persuadidos mediante una campaña en específico; y el tercer grupo representa al ciudadano que lo mismo votó por Fox en el 2000, luego por “El Peje” en el 2006 y ahora votará por Peña Nieto en 2012, es decir, mediante un buen producto (aunque no tenga ideología) se puede conquistar su voto.


El ala fuerte del priismo (conocedor de estos esquemas) encontró en la tonta estrategia calderonista la oportunidad perfecta para revertir las tendencias y a través de sus gobiernos estatales, maximizó la campaña convirtiéndola en una llave de judo político. Al promover el famoso voto nulo en ciertos sectores, el PAN buscaba eliminar un eventual voto de castigo ciudadano ante su gobierno, reduciendo la votación a la siguiente expresión:


Voto PRI vs Voto PAN (plus: padrones de beneficiarios).


Sin embargo, con el auge obtenido por la campaña antivoto, ciertamente se desactiva el voto de castigo hacia el PAN-gobierno, pero también elimina el voto persuadible que tradicionalmente le ha dado tantos triunfos al PAN. La pregunta para el PAN es: ¿Quiénes son los beneficiarios de sus programas? ¿Acaso no son los mismos que integran sus listados de “miembros adherentes” (por tanto forman parte de su voto duro)? ¿No es tanto como jugar a las “cuentas alegres”? El PRI conoce bien eso de llenar listas dobles, mejor conocido como “simulación…” No cabe duda que el PAN está pagando la factura de la novatez.


En la próxima entrega continuamos con el análisis de esta elección y sus repercusiones el ámbito local.

 



 
 

 

 
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