|
Política y Poder
Manuel Cuadras
LA ALTERNANCIA PACTADA
Era el año de 1998, faltaba poco menos de dos años para que terminara el sexenio de Ernesto Zedillo. En ese momento, el entonces Presidente de la República y líder de todos los priístas, aceitaba la maquinaria y preparaba lo que debía ser una sucesión “normal”, “tranquila”, sin problemas. Y lo hacía (o trataba de hacerlo) cuidando todas las formas y reglas no escritas de la política mexicana que durante siete décadas permitió a su Partido perpetuarse en el poder de manera ininterrumpida. Una de esas reglas no escritas era que el Presidente en turno podía designar a su sucesor, nadie más que él podía tocar la baraja de aspirantes, sólo él podía poner, quitar y blofear con su juego. En esta ocasión las cartas eran dos: Esteban Moctezuma, quien hasta ese momento era su Secretario de Desarrollo Social, y Francisco Labastida Ochoa, quien se desempeñaba como Secretario de Gobernación.
Por el otro lado se encontraba un candidato carismático, fuerte, con presencia, con imagen, discurso y credibilidad (además de contar para ese momento con un año de ventaja de pre campaña), cosa que ninguno de los delfines del Presidente tenía, por lo que esta vez la posibilidad de entregar el poder lucía cada vez más cerca, o mejor dicho, cada vez más real.
Fue en ese momento cuando Zedillo contempló la posibilidad de llegar a una buena negociación con ese candidato fenómeno. Sabía que los tiempos ya no aguantaban para un fraude más, ni sus candidatos podían ganar legalmente, además (que no es poca cosa) la idea de pasar a historia como el primer Presidente en entregar el poder de manera pacífica a la oposición, era algo que le atraía demasiado a Ernesto Zedillo, y es que, quitando a los priístas (que lo verían como un traidor y un Looser) el grueso de la ciudadanía –pensaba- lo verían como un político inteligente, sensato y maduro.
Por otro lado, aunque Zedillo era un tecnócrata puro, conocía a la perfección la historia de su partido y con ello las bondades y riesgos del “dedazo”; él más que nadie sabía de las traiciones y deslealtades que el nuevo rey le propina a su antecesor, porque él mismo las cometió en contra de quien lo ungió como tal.
Por eso Zedillo se debatía fuertemente entre si apoyar con todo a uno de los suyos con los riesgos de una posible traición o una derrota, o pactar con la oposición una salida decente, una jubilación decorosa ($), el respeto de los grandes intereses internacionales y lo más importante, la seguridad de irse a su casa con la tranquilidad de no ser tocados por nadie, ni él ni su familia, en una frase: “Bienestar para SU Familia”.
Y así fue, el pacto se consumó, Vicente Fox se convirtió en el primer Presidente panista, Zedillo se fue a su casa tranquilo, se ganó un lugar en la Organización Mundial de Comercio y Labastida pasó a la historia como el tonto útil de Zedillo que fue sacrificado por un seguro de vida, en lo que es considerado como la concertacesión política más grande de la historia reciente de México.
Algo parecido ocurre hoy en Puebla. Mario Marín sabe que su sexenio se acaba y con ello su poder y las “lealtades”, sabe también (al igual que Zedillo) que las cartas que tiene para la sucesión son muy débiles y que la posibilidad de que gane por primera vez el PAN es cada vez más real.
Eso es algo que le preocupa a Marín y sobremanera. Para cualquier gobernante es difícil el momento de entregar el poder y sobre todo si no es a alguien de su confianza, en el caso de Marín es mucho más grave. Marín sabe que su salvación se debió justamente a las prebendas que el poder mismo otorga, pero ¿qué pasará cuando ese poder se acabe? ¿quién le garantiza que gozará de la misma protección cuando deje de ser gobernador?
Evidentemente la opción más confiable sería alguien de su equipo, sin embargo como ya hemos dicho, la probabilidad de que alguien cercano a Marín gane la elección es muy baja. Luego entonces, Marín tendría que negociar con alguien que no fuera de su equipo pero sí de su partido, ese sería Enrique Doger, sin embargo, si Marín tuviera que negociar con Doger o con el PAN, seguramente se inclinaría más por la segunda opción. Ahora bien, he ahí otro inconveniente, ya que –al día de hoy- la opción más rentable (y la única con posibilidades reales de ganar) para el PAN se llama Rafael Moreno Valle, con quien Marín y los suyos tienen una gran cuenta pendiente. ¿Cuál es ese adeudo? Nada más que no le cumplieron al hijo consentido de Elba Esther Gordillo darle una senaduría por el PRI, además de ser ninguneado y tratado sin el menor respeto por parte de Montero, Zavala y compañía (por eso abandonó el barco).
Así pues, supongamos que Moreno Valle fuese el candidato panista, ¿cree usted que querría negociar algo con Marín? O dicho de otra manera: ¿apostaría usted nuevamente con alguien que no paga las apuestas? Moreno Valle tampoco, o en caso de hacerlo, ¿se imagina usted el valor de dicho acuerdo? pendería de alfileres no? ¿En qué consiste entonces el pacto con el PAN? Veamos:
Como ya dijimos en la columna anterior, no sería la primera vez que Marín pacte con el PAN, y si algo hay que reconocer a Marín es que cuando negocia, sabe con quién hacerlo, es decir, en 2006 cuando negoció no operar en Puebla a favor del PRI (y beneficiar así al PAN), ¿con quién lo hizo, con los panistas aldeanos o con los panistas de primer nivel? ¿Acordaba con Lalito Rivera, Paquito Fraile y Rafita Micalco, o con Calderón, Mouriño y Espino? ¿Verdad que no es lo mismo una nieve que un raspado? ¿Con quién cree que vaya a negociar Marín la sucesión? ¿con los mismos aldeanos más Moreno Valle, ó con los mismos panistas quitando a Espino? Y es que, el único que le podría poner un freno a la sed de venganza de Moreno Valle ante una eventual cacería de brujas marinista, sería el propio Felipe Calderón.
Hasta aquí todo parecería nuevamente un gol rotundo para Marín, sin embargo, algo que no ha contemplado, son las heridas que pueda causar en el orgullo y susceptibilidad de sus propios cachorros, quienes al sentirse usados, engañados y sacrificados, podrían ser los propios detractores de su anterior jefe. Eso es algo que se da en todos los gobiernos cuando la negociación no favorece a los antiguos “incondicionales”. Ejemplos hay muchos y muy variados: Cuando Esteban Moctezuma se dio cuenta que fue una simple ficha de cambio para Zedillo tronó en contra de su exjefe al terminar su mandato, ¿cómo no recordar sus declaraciones respecto al sexenio zedillista y a la manera en que se abandonó la negociación con el EZLN? ¿Cómo no recordar la ruptura entre Camacho y Salinas cuando el favorecido fue su odiado ex compañero de gabinete?, ¿recuerda la frase aquella de “no estoy dispuesto a ser candidato a cualquier precio y bajo cualquier circunstancia” justo un día antes de la muerte de Colosio? ¿o se acuerda de la ruptura histórica de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo con el PRI por no verse bendecidos por el dedo de Miguel de la Madrid? O para poner un ejemplo local, cómo olvidar la serie de descalificativos que Jorge Morales Alducin profirió en contra de su primo el gobernador Melquiades Morales cuando éste no lo apoyó en su aspiración para la Presidencia Municipal.
¿Quién será el resentido marinista que truene en contra de su ex jefe cuando se entere que fue el tonto útil para garantizar la tranquilidad de su amo? ¿Quién será y qué cosas contará acerca del marinismo? ¿Será Zavala, Armenta, Montero? Los tres tendrían razones suficientes para seguir el ejemplo de Camacho, Moctezuma y asociados. Bonitas cosas tendrían que contar no? ¿O usted cree que la traición que no lograron evitar ni Salinas ni Zedillo (ni el mismo Jesús), la podrá evitar Marín?
|
|