Puebla en Perspectiva


Mario Riestra Piña

04/02/2010

¿Ahora gobernador pone gobernador?


Con el arribo de Vicente Fox a la Presidencia de México en el año 2000, diversas reglas escritas y no escritas del sistema político priísta se vinieron abajo. El presidencialismo mexicano ha experimentado, desde entonces, una evolución con avances y retrocesos. En términos generales, el ejecutivo federal ha visto como sus facultades meta-constitucionales se han ido reduciendo. Los otros poderes de la unión y los distintos niveles de gobierno no se encuentran ya subordinados incondicionalmente a la voluntad presidencial. Los medios de comunicación nacionales han sabido de igual forma ejercer con eficacia su cada vez más indudable autonomía y libertad de expresión. La sociedad civil en la capital del país también ha sabido cortarse el cordón umbilical del subsidio gubernamental, hecho que le ha garantizado mayor autonomía de gestión y legitimidad.


A nivel local, sin embargo, los gobernadores han sabido capitalizar los vacios de poder, hasta llegar a concentrar en su figura facultades inimaginables. A diferencia de lo que sucede a nivel nacional, en las entidades federativas la influencia del ejecutivo sobre los poderes legislativo y judicial suele ser mayúscula. De igual forma, la prensa y la sociedad civil no han evolucionado tan rápidamente como sus pares nacionales y dependen financieramente del apoyo gubernamental.


En el caso de los mandatarios locales priístas, su poder se ha incrementado incluso en mayor medida. Acostumbrados a obedecer anteriormente una estricta lógica de disciplina partidista donde el presidente fungía como el máximo exponente del priísmo nacional, los gobernadores emanados del PRI actúan ahora como huérfanos en plena juventud que comienzan a reconocer su poder propio.


El empoderamiento de los gobernadores priístas ha traído diversas consecuencias en los procesos de sucesión gubernamental. Particularmente, en el caso de Puebla el gobernador Mario Marín ha sabido romper con dos importantes reglas no escritas del régimen político mexicano del siglo XX, a saber;

  1. La idea fuertemente arraigada de que un “Gobernador no pone Gobernador”, y

  2. La rotación de élites políticas en el poder como consecuencia del cambio de administración.

Si bien el candidato único del PRI, Javier López Zavala, aún deberá enfrentar una muy dura contienda electoral, nadie duda que él fuera, desde un inicio, el candidato predilecto del gobernador del estado. Mario Marín aún no logra conducir a su principal colaborador al gobierno del estado pero si ha logrado otorgarle la candidatura del PRI. Este hecho marca de por sí ya una inmensa diferencia con las anteriores sucesiones a gobernador. Mariano Piña Olaya, Manuel Bartlett y Melquiades Morales claramente no pudieron imponer a sus preferidos como candidatos a sucederlos.


Por otro lado, el gobernador Marín no sólo ha logrado conducir a López Zavala a la candidatura de su partido al gobierno de Puebla, sino ha logrado también asegurar importantes posiciones en este periodo de transición a sus más cercanos cuadros. En otras palabras, será prácticamente la misma élite política la que ostente el poder en caso de que el PRI obtenga el triunfo en las próximas elecciones del 4 de julio. La generación política consolidada durante la actual administración local ha alcanzado no sólo la candidatura a la gubernatura, sino también se hará de la inmensa mayoría de las candidaturas a los principales puestos de elección popular.


Los presidentes emanados del PRI durante el siglo anterior, si bien ejercían el dedazo para designar a su sucesor, siempre permitieron que las correlaciones de poder sufrieran reacomodos, de tal forma que la coalición gobernante nunca era exactamente la misma tras el cambio de gobierno. En Puebla, hasta el momento, el gobernador Marín ha llevado con éxito la continuidad transexenal de su proyecto político.


El gobernador Marín se ha impuesto en las negociaciones, incluso por encima de Javier López Zavala y la Presidenta Nacional del PRI, quienes hubieran preferido ceder posiciones en pos de alcanzar una candidatura de unidad. Las victorias electorales de 2007 y 2009 y el presupuesto histórico que ejercerá Puebla en 2010 son el mejor aliciente para el gobernador, ya que sirven como argumento del control político que ejerce en el estado.


Sin embargo, al no existir una válvula de escape que permita dar respiro a diversos grupos de priístas que no se han beneficiado del ejercicio del poder los últimos años, los vientos podrían dar un vuelco. Los comicios electorales de 2010 pueden convertirse en una fuerte tormenta, cuando hace tan sólo unos meses parecían un tranquilo paseo. El hecho de que el gobernador haya logrado lo que antes parecía imposible al interior de su partido no garantiza que al exterior vaya a ser también exitoso. El sistema político en Puebla habrá de continuar evolucionando.

 



 
 

 

 
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