El Sonido y la Furia


Gerardo Oviedo


¿SI SE PUEDE? o el sendero del Yes we can


a David Brooks


Cuando veo que en mi ciudad la mayoría de cosas son gringas (tiendas, anuncios, autos y un largo etcétera que está hasta en la sopa), y que la mayor parte de las cosas que se venden son marcas norteamericanas hechas en China, entonces pienso: yo también puedo decidir quien debe ser el presidente de Estados Unidos porque esto afecta mi entorno diario. Además, si el derecho no me asiste para meterme en sus asuntos, si me asiste la razón y el equilibrio de fuerzas. Ser joven no es sinónimo de estupidez. Pero ser viejo tampoco exime de ello. Sabemos que Estados Unidos es una dictadura perfecta al tener dos partidos de derecha. Tanto republicanos como demócratas siempre defienden los intereses macroeconómicos de sus empresas y del capitalismo a ultranza a través de sus trasnacionales y de wall street (Similar al PRI y al PAN). Diferencia mínima: Los demócratas son un poco menos conservadores que los republicanos.  Entonces, ¿por quien deben votar los estadounidenses? Dentro del partido republicano, por simple coherencia no hay opción que no sea el continuísimo de la política Bush (quien ha tenido una única virtud entre tantos crímenes de lesa humanidad que ha cometido: Unir a todo el mundo en su contra para repudiarlo). Dentro del partido demócrata se aplicaría la siguiente frase: Se selecciona al menos peor tomando en cuenta lo siguiente: ¿Qué candidato tendría mayor aceptación mundial en esta era anti norteamericana? ¿Qué candidato ha ofrecido retirar su ejército de Irak y ha estado en contra de la guerra? ¿Qué candidato ha propuesto no seguir con la construcción del muro fronterizo y llegar mejor a un acuerdo migratorio? Respuesta: Barack Hussein Obama. El precandidato demócrata y senador por el estado de Illinois. ¿Pero esto es suficiente? Ser joven no es sinónimo de estupidez así como tampoco ser negro es sinónimo de buena conducta. Así lo vemos con una de las mujeres más despiadadas como lo es la secretaria de estado norteamericano Condoleezza Rice de origen afro americano y que el color de la piel no influye en su maldad. Una hipótesis señala que las mujeres cuando se sumergen en política ruda transforman su carácter en un elemento mucho más duro que el de los políticos varones (como por ej. Margaret Thatcher, la dama de hierro) o en México Elba Esther Gordillo o Beatriz Paredes. Y puede ser similar el perfil de Hillary Rodham Clinton, la precandidata demócrata (Símil también con Martha de Fox, sonrisa en los labios,  golpe bajo), quien no ha hecho propuestas como las arriba señaladas por Barack Obama, al contrario, no descarta seguir con la construcción del muro fronterizo y la eventual expulsión de migrantes, así como la continuidad de la guerra en oriente medio. Y hay que recordar que las promesas de campaña, aunque no se cumplan, son intenciones que exhiben las plataformas y perfil de los políticos. Por otra parte, y haciendo una semejanza con lo sucedido en México en el 2006 con el fraude electoral, ¿las grandes fuerzas económicas, como son la industria armamentista, la industria energética como la Halliburton entre otras, dejarán a Obama ser presidente de la nación más poderosa y brutal del mundo? Porque a esas alturas del partido no importa el color de la piel, sino el color del dinero y estas empresas, sin guerra, tienen todo que perder. Por lo pronto señalo: Para no caer más en el abismo de la estulticia mundial, norteamericanos, voten por Obama y salven lo poco que les queda, auque a final de cuentas, Obama no sea certeza de cambio para el planeta. Por cierto, la defensa del petróleo mexicano ha comenzado ¡ya!

 

TODA LA RABIA DEL MUNDO

 

“El tirano muere y su reino termina.
El mártir muere y su reino comienza.”
Sören Kierkegaard

 

PARTE 32

 

77.
El terror de ser condenado a muerte y mis pensamientos apocalípticos me llevaron a que todo el tiempo que la figura permaneció en mi recámara no dejara de alucinarme en la retina. Yo permanecía en el closet oculto bajo una montaña de ropa. ¿Pero qué era lo que había echo para encontrarme en tan ridícula situación? El periódico había dicho que algunos estudiantes guerrilleros habían escapado por el techo colgados de lazos para tender ropa y que otros habían sido arrestados y sus fotografías puestas en la sección de policía, donde todos los rostros parecen culpables. Después de lo que me parecieron horas, la figura se incorporó de mi cama y se marchó por el mismo lugar por el que había llegado: la ventana del baño. Mientras tanto yo ya había elaborado varias hipótesis: Podría tratarse de policías antiguerrilla encubiertos que me buscaban para arrestarme y darme cadena perpetua o grupos paramilitares que me buscaban para que les diera información y luego asesinarme o ex compañeros guerrilleros enojados conmigo por haberles robado el cañón y que también me querían crucificar a punta de cachetadas guajoloteras. Cuando comprobé que ya no se escuchaba ningún ruido entonces pude pegar los ojos dentro del closet y creo que hasta tuve pesadillas. ¿Qué haces aquí, webón? Fue la voz de mi madre que me despertó al día siguiente mientras revolvía dentro de mi closet. Con la voz amodorrada y los ojos sobresaltados sólo le pregunté: ¿Hay alguien afuera?, pero mi madre canceló mi pregunta con una reafirmación categórica: ¡Salte ahora mismo del closet o te agarro a escobazos, webón! Ante tan contundente argumento, salí llevándome entre las manos un bonche de ropa ya que si el intruso regresaba podía tirarme al suelo y fingir ser un montón de ropa sucia. Pero nada pasó, llegué al borde de la cama ante el azoro de mi madre y ahí la encontré, doblada, sobre mi almohada, una hoja de papel. La tomé con cuidado y descubrí la letra de mi amada Sofía: “El amor es una chingadera que nos jode la vida para siempre. Adiós. Comandanta Sofía” Con el corazón destrozado por la noche de perros que había pasado, sólo logré arrugar el papel entre mis dedos y, como un idiota, me derrumbé sobre mi cama y comencé a tiritar como nunca. Había tenido a Sofía para mí solito toda una noche y la había desperdiciado por mi terrible cobardía. Sofía había estado todo el tiempo en mi habitación y yo encerrado en el closet temblando como una gallina. Asustado como el peor de los marranos. Mi madre se me acercó aún anonadada por mi conducta y con un fuerte coscorrón me ordenó: ¡Deja de berrear y limpia tu cuarto! ¡Lo quiero bien limpio! ¿Me entendiste, webón? ¡Bien limpio este cochinero!

 

78.
Años después, con la muerte del señor Bento, vi como mi madre comenzó a apagarse lentamente. El primer marido, o sea mi padre, había muerto de una enfermedad larga debido a su alcoholismo. Visitas al hospital, noches terribles a su lado, gastos médicos, verlo como se iba convirtiendo en un esqueleto a cada instante. Verle cómo la carne se le iba evaporando y el pellejo se le pegaba a los pómulos como un guante arrugado y maltrecho. Cuando él se levantaba para caminar lo hacía como un barco en alta mar. Ya en los últimos meses de su vida, mi padre hacía sus necesidades filológicas en una palangana de metal. Las piernas ya no le servían para sostenerse y los brazos se le habían convertido en dos astillas pegadas a los hombros. Mi madre sufrió mucho hasta que mi padre falleció y, cuando la vida le había dado otra oportunidad con el señor Bento en Venecia, éste había muerto de un fulminante ataque al corazón. Yo supuse, cuando divagaba sobre ello, que el amor en corazones viejos lo único que producía era trombosis amorosa y que los ancianos, por salud física, no deberían enamorarse si querían seguir con vida. Palpitaciones de más podían provocarles latidos de menos. Cuando mi madre regresó de Venecia, se volvió mucho más huraña. Todo vestigio de humor o de alegría que pudiera reflejar lo había perdido para siempre. Incluso tanto que ya ni siquiera se acordaba de la loca de mi hermana Anaís, motivo por el cual había ido a Europa. Se levantaba y se iba a trabajar. Cuando llegábamos a comer juntos (que era en muy raras ocasiones), veía como sus manos empezaban a llenarse de venas azules y los dedos, a la altura de las coyunturas, se le comenzaban a engrosar como principio de una artritis reumatoide.  Yo no le preguntaba nada, quizás debido a que los hijos no estamos capacitados para lidiar con el descorazonamiento de nuestros padres. Mi hermana mayor Clara la visitaba cada vez que sus ocupaciones con su marido le dejaban un rato libre y también veía estos cambios trascendentales en el ánimo de ella. Pero Clara no sabía el motivo por el cual mi madre se estaba deshojando mes a mes. Se enamoró de un wey, le dije una tarde en que la pipa de la paz flotaba entre nosotros, y este wey se murió de repente, así, pum. Entonces Clara soltó una frase elocuente: ¡Menos mal, yo pensé que era cáncer! ¡Pero de todas maneras tú tienes la culpa de todo por dejarla ir tras la lesbiana de Anaís! Y desapareció por un largo periodo, mientras viajaba con su esposo alrededor del mundo conociendo la felicidad que el dinero sólo puede comprar.

 

79.

El Perlotas permanecía debajo de mí. Intenté moverme a un lado, pero mis ataduras no me lo permitían. Ni siquiera la fase de gusano que había empleado hacía un momento para intentar escapar de los secuestradores la podía emplear ahora. Yo seguía con la venda en los ojos y la mordaza sobre la boca, las manos atadas por la espalda y los pies amarrados. ¿Cómo era posible que hubiera caído tan rápido y tan bajo? ¿Cómo se podía transformar la vida de alguien de un momento a otro? Hacía apenas unas horas estaba huyendo de la cama amorosa de mi novia Karla. A la que no amaba y su embarazo subcutáneo. Y luego haber sido golpeado por las dos brujas esposas del Perlotas y del Barcelona. ¿Acaso ellas eran las secuestradoras? (Pronto se desvaneció esta idea, porque para qué me querían a mí, un hombre sin atributos. Con sólo secuestrar al wey que permanecía debajo tendrían suficiente dinero como para comprar una pirámide en Egipto, o el Partenón en Grecia o el Taj-Mahal en la India. Incluso tal vez les alcanzaría para comprar un planeta entero del sistema solar, claro, si su padre pagaba el rescate. No, ellas no podían ser las autoras intelectuales, porque si lo eran debían ser muy brutas). Y ahora estaba aquí, secuestrado y con las extremidades entumidas. Pasaron un par de minutos más. Minutos en los que el Perlotas no dejaba de mascullar quien sabe que cosas sobre el dolor de su panza. Oí de nuevo los pasos como de botas militares y luego una voz grave y ronca: ¡A ese aplíquenle un cero siete y llévenselo al sector tres! Los otros dos un diez cuarenta y nueve. ¿Entendido? Sí, señor, se oyó un coro de unas cuatro o cinco voces. Luego se escuchó como si hubieran prendido un walkie-talkie. La misma voz grave: Tenemos el tres ochenta y dos, y vamos para 66 en 180. ¿Correcto? Yo intentaba aguzar el oído para no perder ningún detalle. ¿Pero que era todo aquello? ¿De qué carajos estaban hablando? Fuera del dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho, ocho y ocho dieciséis, no entendía ni madres. Pero una vez que la voz grave y ronca dejó de hablar por el aparato, sentí un pinchazo en el hombro y me desvanecí de nuevo. ¡Carajo! Con tantos desmayos iba a quedar todo idiota de por vida.

 

(Continuará la próxima semana)

 

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