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El Sonido y la Furia


Gerardo Oviedo


ESTACIÓN COMUNITARIA EN PUEBLA

 

a Virgilio, Aleida, Luz María, Víctor, Bernardo,
Queta, Mario, Carlos, Sergio, Jorge, Julio, Ricardo,
Victoriano, Mayra, José, Alejandra, Juan, Moisés, Manuel,
y cientos más que se han sumado
y que esto multiplica a lo que ya estaba sumado

Solidaridad: Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.

 

 

Para que México sea en verdad un país democrático, libre y justo, es necesario que esta entelequia sea incluyente y no excluyente. Que sea plural y no monotemática. Es necesario que los medios de comunicación electrónicos sean espacios para la apertura y no para la cerrazón. Se necesita mantener un equilibrio para que se dé cabida a diversas expresiones sociales, culturales y políticas que, de hecho y de facto, no entran en las grandes cadenas de telecomunicaciones. Es importante que se abra el debate y no se cierre a través de la ley del más fuerte, que en este caso significa la desaparición del contrario a través de la deformación informativa. En este sentido, Puebla necesita un espacio para la creación y consolidación de un sistema de información en materia cultural, artística, social, entre otras, para ir abriendo espacios que han sido vedados para los ciudadanos de a pie. Por eso, desde esta columna se invita, se conmina, se exhorta, se sugiere a todos aquellos que buscan un mejor México, un país que sea justo para todos, que se sumen a un proyecto inédito para la creación de una estación comunitaria en la ciudad. Se invita, además, a las instituciones, centros culturales, asociaciones civiles, organizaciones no gubernamentales, universidades y demás a que manifiesten sus simpatías, adhesión y/o solidaridad para que la pluralidad sea un bien común de todos, y así, vislumbrar un mejor futuro. Porque el fin jamás justifica los medios, pero los medios siempre serán factor determinante para cualquier fin. Y el fin es un México para todos.  El correo electrónico de su servidor es gerovio@hotmail.com para entrar en más detalles.

 

TODA LA RABIA DEL MUNDO

 

“Si no actúas como piensas,
vas a terminar pensando como actúas”
Blaise Pascal

 

PARTE 19

 

51.
La justicia nada tiene que ver con la ley, volvió a decir Sofía después que nos había quitado los grumos de grasa para bolear zapatos de los ojos. Tal vez se violan las leyes, pero, como Robin Hood y Gatúbela, se hace justicia. Ella todavía no entendía cómo era posible que nosotros, aprendices de guerrilleros en ciernes, fuéramos tan estúpidos como para pintarnos la retina para lograr un camuflaje, que a decir verdad me parecía bastante ridículo, tomando en cuenta que el mejor camuflaje en la ciudad era vestirse de cualquier cosa menos de verde y con sombras negras debajo de los ojos. Pero cuando me estaba quitando a mí la grasa de los párpados y estaba limpiando mis pestañas, yo estaba acomodado sobre su regazo, escuchando como sus tripas se movían y que yo, dentro del marasmo que la obsesión amorosa provoca, creía semejante a campanitas celestiales y cursis, sin entender que le chillaban de hambre y no de amor. ¿Ya leíste todos los libros que te presté?, me preguntó.  Sí, le respondí con las pestañas todavía embarradas de grasa. A fin de cuentas, elucubré más tarde, una cosa era leer y otra entender. Porque yo había leído cada una de las palabras que contenían esos libros, pero indiscutiblemente no sabía de qué trataban ni podía recordar ni una sola línea. Palabras sueltas sí, como por ejemplo: oximorón, cuyo significado desconozco hasta el día de hoy, como si lo fugitivo permaneciera, pero que me había causado tanta gracia cuando lo leí, que pensé debía tratarse de un camarón gigante muy oxidado o algo así. Sofía siguió limpiando mis pestañas: Oye, mi estimado, entonces te voy a dar otro para que lo leas, se llama: Guerra de guerrillas, de Ernesto, ahí aprenderás que la esencia no está en la ropa sino en la piel y que las ideas son eternas y que... En ese momento se acercó el gordo que había iniciado nuestra locura de embarrarnos la grasa en los ojos para poder estar más cerca de Sofía: Todavía veo borroso, Chofi, me puedes seguir quitando la grasa, porque siento las pestañas muy pesadas y me pesan los párpados y no puedo abrir los ojos. En ese mismo instante sentí ira, rencor, furia, ¿cómo era posible que ese engendro lleno de manteca quisiera robarme las campanitas que estaba escuchando en el regazo de Sofía mientras ella me enseñaba a mirar la luz, además que por su culpa yo también veía borroso? Así que sin más me incorporé impulsado por mi violencia y le di un puñetazo en la nariz: ¡Más respeto con nuestra comandanta, marrano! El gordo se fue de nalgas con todo y sus más de cien kilos de manteca.  Mientras veía como el gordo se deslizaba como una barra de mantequilla sobre un sartén hirviendo, de pronto me vi que en breve sería descuartizado por una turba de energúmenos enamorados y al día siguiente saldría en la nota roja: “Joven enamorado, ha sido devorado”. Pero antes que mis pensamientos dieran la vuelta alrededor a mi cerebro en pequeñas y confusas sinapsis, Sofía se acercó por detrás y me dijo al oído mientras me daba una palmadita en la espalda que yo interpreté como una suave, amorosa y húmeda caricia, además de sentir su respiración tan cerca, que casi pude percibir las micras que separaban mi oreja de sus labios: Eres muy guapo, mi estimado, pero sigues siendo un imbécil. Ahí hizo una pausa, y casi como una lengüeteada a mi lóbulo cartilaginoso, finalizó: Gracias. Luego dio media vuelta y se alejó por el pasillo que daba hacia su cuchitril, que tiempo después sería renombrado como: Comandancia suprema de la liga de guerrilleros ambulantes.

 

52.
Cuando meses después recibí la siguiente postal de mi hermana Anaís, me enteré que había salido de Cuba de manera inesperada y precipitada. No por cuestiones ideológicas, como algún gusano podría suponer, al contrario, años después me enteraría que la revisa Casa de las Américas estuvo a punto de publicarle su engendro demoniaco en contra de la naturaleza de dios. Sino porque en la isla había conocido a un francés de nombre Jacques y éste la había invitado en barco a Egipto y tenía que ser para ya, sin tiempo para la espera. Situación que, como contaría después en otra de sus horribles cartas, la había puesto en un verdadero predicamento, ya que por un lado aún no había aprendido lo suficiente de un hombre que había conocido y al que admiraba mucho, una tal Nicolás Guillén, y por otra parte, su deseo inexplicable de tostarse bajo el sol para convertirse en mulata. La postal a la que me refiero venía con un timbre de Egipto, más específicamente del Cairo y la fotografía era la de un camello en primer plano y al fondo la pirámide de Giza: “El desierto me da la esperanza/de saber que nada está muerto bajo el fuego solar/todo el universo vive en la punta de un grano de sal/he visto las pirámides y he comprendido las intenciones de Ra/la roca sólo es el instrumento/nosotros somos la luz/que da forma y fondo a dios. Te mando muchos besos, querido hermanito. Anaís. Posdata: Quisiera que estuvieras aquí para mirar lo que yo estoy mirando.” Como es obvio, esta postal tampoco se la enseñé a mi madre, quien ya había establecido un conexión directa con la mesera Ángela y que nos visitaba todos martes y jueves y que, con invariable pulcritud, ponía los platos, cubiertos y vasos con una exactitud tal, que mi madre, en un descuido comenzó a llamarla de cariño Angelita. Incluso encontré a la mesera algunas veces limpiando la cocina y hasta el baño, pertrechada con unos guantes de plástico para proteger sus uñas que habían comenzado a crecer y una fibra que usaba con maestría. Mi hermana mayor Clara, intuitivamente había dejado esos días libres y por casualidad jamás se presentaba esos días, por el contrario, comenzó a enterarse de nuestras vidas sólo por llamadas telefónicas que fueron espaciándose cada vez más. Supongo que le habían entrado celos fraternales. Pero ella escudaba su indiferencia en lo ocupada que se encontraba. Su esposo Filadelfo Ramírez encabezaba el club de industriales, y por lo tanto, debía llevar a diversos eventos a su mujer quien debía estar a la altura de la alcurnia para saber manejarse tanto en cuestiones culinarias como dentro del snobismo característico de la gente de dinero.  Fue ahí cuando decidí escribirle a Anaís un mensaje directo para que mi madre regresara a su caudal de sumisión y benevolencia conmigo: “Ya deja de estar chingado con tus pinches postales cursis y baratas. Y no me llames hermanito, idiota” Fui al correo, compré un timbre para mandarla al otro lado del planeta y la eché por la ranura. No sé si llegaría a su destino o no, porque es tan fácil obviar las cosas, pero a la vuelta de un par de semanas después Anaís escribió otra postal desde el puerto de Alejandría, cuya foto era un barco de papel sobre el mar y al fondo la ciudad reflejada en el agua: “Aquí el aire responde al mar/y canta/y bebe/y engendra azules que nadie ve/babel debió ser una biblioteca/y por eso jamás hemos entendido/al mar/al aire/y seguimos suspendidos/en la línea que divide el horizonte que no acaba nunca de llegar. Muchos besos, hermanito. Salgo en unas horas para Grecia. Te quiero mucho. Anaís”. Me lleva la que me trajo.  Y Sofía construyendo humildes moradores de sus encantos. Y años después, la esposa del Perlotas, Rebeca Galindo destruyera la posibilidad real de amor a través de sus gritos en la sala de mi casa: ¡N-no es jus-justo que que me me qui-quiten todo lo que que he conseguido con con tanto tra-trabajo, buaaaaa! ¡Los o-odio!

 

(Continuará el próximo miércoles)

 

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