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El Sonido y la Furia


Gerardo Oviedo


RADIO DOS

 

a Víctor Enrique Espíndola Pérez

 

Continúo dando información de los requisitos necesarios para la instalación, operación y administración de una radio comunitaria en la ciudad de Puebla: El acta constitutiva de la asociación civil deberá contener lo siguiente elementos: f) Nombre del representante legal debidamente acreditado, donde se establezcan claramente sus poderes para trámites administrativos, pleitos, cobranzas y de dominio. g) Tener un número de registro ante el Registro Público de la propiedad. Esta acta constitutiva se debe de entregar en copia notariada o certificada. Enviar Currículum Vitae que incluya las actividades que desempeña o ha desempeñado el solicitante (la asociación), así como el acta de nacimiento original y el currículum de los integrantes de la asociación junto con una copia de los documentos probatorios correspondientes. La Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público establece en su articulo 16 que “las asociaciones religiosas y los ministros de culto no podrán poseer ni administrar por si o por interpósita persona, concesiones para la explotación de estaciones de radio, televisión o cualquier otro tipo de telecomunicaciones, ni adquirir, poseer o administrar cualquiera de los medios de comunicación masiva.” 3. Descripción y Especificaciones Técnicas. De acuerdo a la Norma Oficial Mexicana aplicable es necesario identificar la frecuencia o canal propuesto. Las normas a considerar se encuentran disponibles en el sitio http://www.sct.qob.mx en el rubro de "Marco Jurídico": NOM-O1-SCT1-93 para estaciones de AM. NOM-O2-SCT1-93 para estaciones de FM. NOM-O3-SCT1-93 para estaciones de Televisión. El expediente debe contener: 1. Propuesta de canal o frecuencia. 2. Potencia de operación del transmisor. 3. Potencia radiada aparente en KW. 4. Ubicación de la planta transmisora. Esto es las coordenadas geográficas del domicilio donde se encontrará funcionando el transmisor. En caso que exista un aeropuerto cercano, establecer la distancia que hay entre el aeropuerto y la ubicación de la planta transmisora. También debe especificarse la dirección de la planta transmisora (calle, número, colonia, código postal, localidad y estado). 5. Cobertura de la estación. Definir la población o poblaciones a las que pretende cubrir con su señal la emisora. 6. Naturaleza de la radio. Establecer que es de naturaleza permisionada. 7. Población principal a servir. Determinar el tipo de población a la que se dará. 8. Medidores. Declarar el equipo de medición con el que contará la emisora. De acuerdo a lo establecido en la Norma Oficial Mexicana, obligatoriamente se tiene que contar con: a) Medidor de tensión de línea, de alimentación alterna con conmutador de fases. b) Medidor de tensiones y corrientes para determinar la potencia de operación de la radio. c) Medidor para comprobar la carga artificial resistiva con wattómetro direccional d) Monitor de modulación monoaural o estereofónico.” Extra: ¿Qué tal el debate? ¿La mercadotecnia sobre la inteligencia? ¿El spot por encima de las propuestas? ¿La democracia funciona cuando todo está teledirigido? ¿Cuándo la razón es la sinrazón del que no está enterado, sin crítica para construir algo mejor? ¿Y los que votan, lo hacen en función de un anuncio político comercial? ¿Entre más spots más votos se consiguen? ¿Será cierto? ¿Será verdad?

 

TODA LA RABIA DEL MUNDO

 

“Basta el instante de un cerrar de ojos
para hacer de un hombre pacifico un guerrero”
Samuel Butler

 

55.
¡Ayúdame o me suicido!, me dijo Goliath por teléfono. En ese momento lo visualicé con un par de galletas de animalitos tratando de cercenarse las venas. ¡No digas pendejadas!, contesté antes que las hipotéticas galletas se rompieran sobre sus muñecas imaginarias. ¡No es para tanto!, además, cómo esperabas que tus dos cuates te dijeran que sí querían casarse contigo al mismo tiempo. Estás loco. Eso no está bien y sabes que así es, pinche Goliath. Pero antes que pudiera colgarle como es debido ante su llamada de auxilio, Goliath se me adelantó: ¡Si no vienes en cinco minutos, me suicido, y tú serás el único responsable de mi muerte! ¡Lo llevarás en la conciencia para siempre!, y me colgó como yo hubiera querido hacerlo. También hubiera querido decirle que a su casa no hago menos de 10 minutos y que, si lo hubiera pensado mejor, no hubiera puesto un límite de tiempo imposible. Entonces me visualicé entrando a su casa, media hora después (ya que todavía tenía que ponerme los zapatos, acicalarme, cerrar a conciencia la puerta de mi casa, caminar hasta la parada de autobús, esperarlo, subirme, bajarme, luego caminar una calle hasta su departamento y) y en vez de verlo colgado y balanceándose aún, lo encontraba en pantimedias y bailando música disco, esa que tanto le gustaba (ahí pensé que nadie toma taxi cuando alguien está a punto de suicidarse). Pero a decir verdad, ahora que lo pensaba con más calma, jamás lo había escuchado así de sofocado, exasperado y delirante, es más, Goliath era un tipo, aunque loca, bastante sensato. Siempre comiendo sus verduritas para mantener a raya su colesterol y los triglicéridos. Yendo al gimnasio para que las articulaciones se le espigaran hasta el tuétano y haciendo miles de sentadillas para que el rabo se le parara.  Y por último, ¿por qué yo sería el único responsable de su suicidio? Esto era como cargar culpas ajenas sin tener vela en el entierro. Era injusto y antidemocrático: Goliath debía echarle la culpa a los átomos, a las glándulas, al cabello, a los juanetes, a sus dos viejas, a su madre, a su padre, a dios, a la luna y al sol antes que a mí. Le marqué para insultarlo y decirle que si se quería suicidar que llamara a sus dos concubinos o de a perdida al 066 y dejara de molestarme a mí. Pero el teléfono sonaba ocupado, como si lo hubiera descolgado para darle mayor dramatismo a su inminente muerte. A lo mejor se pone su baby doll y se convierte en el Miroslavo moderno, pero tendría que escribir una carta póstuma, perdonando hasta al viento por haberlo despeinado y a sus dos picadores. Con toda la velocidad de la calma me incorporé. Intenté seguir reflexionando acerca de los motivos para que alguien quisiera volverse un exiliado de este mundo. ¿Yo lo había querido? Tal vez. Supongo que las hormonas amorosas me funcionaron en alguna ocasión como resorteras para querer volarme la tapa de los sesos. El amor como trampolín de escape hacia el más allá. Ja. Y esto era porque recordaba los ojos de Sofía y su Comandancia Suprema de Guerrilleros Ambulantes donde yo me había convertido en el más acérrimo defensor de algo que no entendía. Después de instrumentar nuestro plan auto sustentable para una guerrilla productiva, yo ascendí de puesto y, de simple soldado raso, con el moquete que le había propinado al gordo, nuestra comandanta Sofía me había nombrado algo así como subcomandante de su seguridad personal que en pocas palabras significaba ser su guarura. Cuando hizo la designación pensé que era pan comido, como si a un lobo lo pusieran a cuidar ovejas. Entonces empecé a afilar mis colmillos para echarle el diente a su cuerpo y a sus ojos de gata. Pero lo primero que hizo Sofía fue que yo comenzara a hablarle de usted, con todo el respeto a su investidura suprema. Ahí fue cuando empecé a hacer guardias afuera de la puerta de su guarida mientras ella seguía poniendo y quitando soldaditos de plástico sobre sus planisferios. ¿Lobo estás ahí? Sí, señorita comandanta.

 

56.
Media hora después, casi al borde de la noche, llegué a casa de Goliath. Su departamento estaba en el último piso de un edificio moderno. La calle había estado infestada de frío y un poco de lluvia. En el autobús la situación fue menos apremiante. Con la temperatura que se genera por el contacto de panzas con traseros, codos contra pechos, vaho de oreja en oreja, el calor se respiraba en forma de sudor. En la calle, el frío se transpiraba en forma de temblores. Toqué de nuevo el timbre después de subir en el ascensor hasta el décimo piso y plantarme frente a su puerta. Goliath no respondió, como no me había respondido hacía unos momentos por el interfono (yo había entrado porque una pareja había salido del edificio). Ahí comenzó a asaltarme la duda del nervio: ¿Y si en verdad lo hizo? ¿Y si en verdad, sin deberla ni temerla, cargo por el resto de mi vida con la culpa de su muerte? ¿Debí haber tomado taxi para tardarme menos? ¿Y si en verdad se está balanceando en sus últimos estertores con la lengua de fuera? Sin pensarlo más, tomé impulso y fui a estrellarme contra su maldita puerta que no cedió un ápice mi encontronazo. Bueno, ya fue suficiente. Con el hombro casi dislocado di media vuelta y pensé dejar que el olor de su descomposición mortuoria abriera la puerta días después, cuando los inquilinos no pudieran respirar más que putrefacción y los bomberos, hacha en mano, despedazaran la puerta. Ya iba de nuevo hacia el ascensor, apechugando cualquier culpa futura y disminuyendo todos sus argumentos, cuando Goliath abrió la puerta de par en par. Llevaba un cigarrillo apagado en los labios y una copa en la otra mano. Se oía música y voces dentro del departamento. ¡Que bueno que llegaste, manito! ¡Me alegro de verte! Sin pensarlo dos veces corrí hacia él y le tiré un derechazo al tiempo que le gritaba: ¡No te suicides! ¡No te suicides! ¡Mejor yo te mato! Pero los reflejos de Goliath eran mucho mejores que los míos. Se dobló tan rápido por la cintura que mi puño se fue a estrellar contra la pared de la entrada. Carajo, madreado por segunda vez por su departamento y ni siquiera lo había despintado. ¡Aaaaay, mi mano!, grité, casi como mi madre le había escrito a mi hermana Anaís años antes: “Ay, mijita”, como una llorona pos moderna que estudió equidad de género y quiso equilibrarlo lingüísticamente: “Ay, mijita, quiero que regreses cuanto antes porque estoy muy enferma y quiero verte por última vez. No dejes que me vaya a la tumba. Hazle caso a tu madre que tanto te quiere. Estoy a un paso de la muerte. No seas malagradecida. Con amor, tu madre. Aaaaaay”, porque siempre el chantaje se interponía entre mi madre y nosotros. “Un día de estos me van a matar del coraje”, solía decir en aquellas ocasiones en que nuestras travesuras eran descubiertas y nuestras mentes infantiles comenzaban a especular sobre la culpa y el haber roto un plato era sinónimo de funeral para mi madre.  Por otro lado, mi hermana Anaís ahora había enviado una postal desde Turquía a la cual había llegado después de tatuar su mirada en las ruinas de Grecia: “La segunda piel es un velo/cubre de fuego lo que puede estar muerto/si no tuviéramos párpados/no sabríamos que la noche existe/difuminada, a la orilla de los días/si no tuviera párpados/el sueño sería una vigilia externa/y un nido de sombras dentro. Ando de carreras. Te mando muchos besos, hermanito. Ojalá pudieras respirar la brisa turca que hay por aquí. Todo es tan viejo y desgastado que me hace soñar con la novedad. Tu hermana Anaís. Posdata: ¿Sigues viviendo en casa de mamá?” Flecha directa a la impotencia y al hígado. Pero por más intentos que hacía mi madre por avizorar una respuesta que confirmara que Anaís había recibido su correspondencia con la súplica tanática de retorno, sus cartas siempre llegaban tarde a donde se supone andaba Anaís, era como perseguir a un fantasma al otro lado del mundo tal y como el polvo persigue la luz de una rendija. ¿Qué te pasa, wey?, me preguntó Goliath apenas mis nudillos tronaron contra la pared de su departamento, ¿estás loco o qué, manito?

 

(Continuará el próximo miércoles)

 

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