El Sonido y la Furia


Gerardo Oviedo

 

EL CRÍTICO


a mis alumn@s de novela


PRIMERA DE TRES PARTES


Cada vez que ustedes sacaban un manifiesto, ellos respondían con otro. Por ejemplo, si ustedes proponían que toda literatura debería llevar acentos, entonces ellos, con envidia a flor de piel, sacaban una obra diciendo que los acentos eran una aberración de la naturaleza. O que el adverbio era ineficaz en cuentos y novelas, ellos rechazaban esa idea y proponían todo lo contrario. Fue entonces cuando ustedes los comenzaron a llamar el grupo de los cangrejos. Y por eso, cada vez que se encontraban en el café, ellos empezaron a mirarlos, más allá de toda discusión estética, con verdadero odio. Pero que le iban a hacer, en Puebla ese era el único café que abría las veinticuatro horas y todos los bohemios discurrían ahí, casi igual como el París de principios del siglo veinte era la capital mundial del arte.


Tampoco ustedes podían aceptar que ellos tuvieran postulados temerarios. Como cuando escribieron en la gaceta cultural que salía los viernes, que todo sonido era única y exclusiva materia en movimiento. Ustedes se pusieron a leer como locos la teoría de la relatividad para conocer de que hablaban los cangrejos. Varios meses estuvieron con las narices pegadas sobre los libros estudiando el campo unificado y algunas de las hipótesis cuánticas. Supieron que ellos tenían razón, pues hasta la luz tenía materia, al ser ésta afectada por la gravedad, entonces quisieron superarlos y escribieron en un comunicado de prensa una hipótesis que a primera vista parecía descabellada: “Las matemáticas llevan a la perfección en el universo del arte, especialmente en la música.” Y esto les vino después de cuantiosas horas discutiendo las fugas de Bach, los cánones de Vivaldi, Los conciertos de Hyden o alguna que otra obra de Mozart. Sabían que en el renacimiento surgió la teoría de la proporción áurea, donde todo debía llevar una lógica matemática. Quizás por eso había florecido en música el periodo barroco y en pintura Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Y cuando ustedes estaban regodeándose en sus laureles con su idea, los cangrejos contrarrestaron sus afirmaciones con un enunciado que los dejó fritos: “Todo sistema tiene una nota relativa que cambia de acuerdo a la perspectiva del observador, ahí las matemáticas tradicionales fallan.”


Comprendiendo que el tiempo ya no era absoluto, y, que existía la paradoja de la continuidad espacial, dedujeron que posiblemente ellos tenían razón, pero, por la inercia que llevaban desde hacía tanto tiempo, no podían darles la razón y dejar pasar así las cosas sin decir que ellos estaban equivocados, entonces comenzaron ustedes a planear su siguiente hipótesis: “El universo es consecuencia directa del caos”. Creyeron entonces destruir la mecánica lógica de sus enemigos relativistas. Pero ellos, al otro lado del café, planeaban ya el ataque. Ustedes los miraron de reojo. Notaban que ellos, ahora si de verdad, estaban enojados, pues manoteaban y daban a grandes voces sus inconformidades sobre este tema. Ustedes sonreían, maquiavélicamente, felices. Nada mejor como derrotar al enemigo suicidándolo entre ellos mismos.


Pero poco les duró el gusto. Semana y media después apareció en el periódico su contestación: “El caos es el orden matemático que hace evolucionar las artes, así tenemos desde los simbolistas hasta los surrealistas, pasando por el impresionismo hasta el cubismo”. Esto los sumió a ustedes durante tres o cuatro semanas en una depresión, en la cual sólo se visitaban para preguntarse si tenían algo nuevo con lo cual poder atacarlos, o, cuando menos, defenderse de la hipótesis ajena.


Ustedes habían cometido el error al ser primero matemáticos y luego pasar a la teoría del caos, ellos habían visto su error y tomaron su teoría para hacerla matemáticamente lógica. Ahora ellos eran los que se burlaban de ustedes al otro lado del café. Ustedes igualmente los odiaban. Si alguna tarde se hubieran encontrado más borrachos que de costumbre, tal vez hasta hubiera habido algún muerto. Golpes. Incluso se susurraron al oído la posibilidad de un secuestro. Cortarle la cabeza a alguien y dejar una nota al lado. Pero al mes, cuando sus barbas empezaban a rasparles por tanta depresión, y después de leer el principia matemática de Newton, comprendieron que estaban volviendo al origen de las cosas. Formularon una hipótesis concluyente: “El batir de unas alas afecta cualquier universo paralelo al nuestro”, lo que llamaron desde entonces el efecto de la mosca. 


Ellos, como es lógico, contraatacaron con la afirmación de que al ser la luz la única constante en el universo y viajar a casi 300 mil kilómetros por segundo se anulan todas las estrellas del cielo y de paso a todos los poetas que veían luceros en cualquier parte poética: “La estrella más cercana que se encuentra a 35 años luz, debió de haberse movido durante ese tiempo. Por lo que solo vemos en el firmamento su fantasma”.

 

Ustedes supieron que ellos estaban ciertos. Pero no podían permitirse aceptar eso, así que enloquecieron un poco más y definieron: “Cualquier acontecimiento antes del principio del tiempo no cuenta para nuestra historia”. Entonces ustedes se volvieron absolutistas. De tarde en tarde se les veía sentados en el café. Discurriendo las palabras frente a un montón de libros. Tratando de sacar la verdad de las cosas. Analizando a este o aquel autor. Bebiendo, fumando. Criticando. Los cangrejos también iban, se sentaban y miraban por encima de sus hombros para tratar de adivinar que es lo que ustedes estaban planeando. Mandaban espías que les invitaban una copa y se sentaban junto a ustedes. También ustedes hacían lo propio. Se escondían tras la puerta del baño y pegaban la oreja tratando de escuchar hasta el más mínimo detalle. Luego volvían con toda la información a flor de lengua y comenzaban a trabajar en la siguiente hipótesis. Hasta que un día, cuando menos se lo esperaban, ya no los vieron llegar.

 



 
 

 

 
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