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        Tiempos de Nigromante 
         
        Arturo Rueda artrueda@diariocambio.com.mx artrueda@yahoo.com 
		 
        06/09/2010 
		 
        
		Rico,  polemista y con padrinazgo, el perfil del nuevo dirigente priista 
         
        Ocurre hasta en las mejores familias: tras la muerte del  ser querido y su consiguiente duelo, en pleno shock psicológico por la  pérdida y en medio del velorio, uno de los deudos gandalla se adelanta a todos los demás y vacía la casa del muerto; se roba el testamento, las joyas de la  familia y hasta la televisión. Terminado el entierro, los demás familiares  descubren el robo y denuncian la sucesión, pero ya no tiene sentido. Los bienes  han desaparecido y el gandalla se  queda con ellos gracias su sentido de la  oportunidad. Algo así ocurre en el PRI poblano: ante la muerte sorpresiva, sin que se acabe la misa de cuerpo presente y, mucho menos,  se celebre el entierro, un grupo de granujas ya tiene todo previsto para apoderarse  de los bienes de la familia antes de que los demás deudos se enteren. El  sentido patrimonialista de Mario Marín ha dictado que pese a ser él y su mal gobierno la causa eficiente de la derrota,  tiene derecho a apropiarse de los restos mortales y manejar los despojos como  un arma de negociación con el próximo gobierno de Rafael Moreno Valle, y todo  gracias a su sentido de la oportunidad y su invocación de respeto a los estatutos del tricolor, cuando a lo  largo del sexenio se los pasaron por el arco del triunfo. ¿Qué ocurriría si  desde el CEN se pospusiese la designación del nuevo dirigente estatal? Nada. La  única diferencia es que el marinismo ya  no podría meter las manos para comprarse un escudo. 
         
          La metáfora del velorio  y la misa del cuerpo presente es muy eficiente para dibujar la situación del expartidazo,  pues al igual que en las muertes repentinas, todo mundo se pregunta: ¿y ahora qué va a pasar con el PRI? La  pregunta en sí no tiene respuesta, a menos de que se vea acompañada por un análisis funcional del nuevo rol que le  corresponderá jugar a partir de febrero de 2011, cuando pierda todos los  controles del aparato de poder. Un cambio de dirigencia, de hombres por  hombres, resulta sin sentido y vacío, a menos de que se parta de una redefinición del PRI como partido de  oposición. 
         
          Quizá es la variable  fundamental que escapa en la mayoría de los análisis: a partir de febrero de  2011 el tricolor se convertirá en un partido  de oposición, por lo menos para los siguientes seis años. ¿En qué hechos  concretos se traduce esta redefinición? A que en el transcurso de unos pocos  meses deberá pasar de un partido  hegemónico a uno competitivo, en otras palabras, se acabará la simbiosis PRI-Gobierno y, por ende, la disposición de recursos públicos para el mantenimiento  de las actividades partidarias. A partir del 2011, el tricolor únicamente  sobrevivirá con las prerrogativas que le corresponden de acuerdo a la asignación del IEE, ni un peso más ni uno  menos. De tal forma que el gobierno ya  no podrá pagar a los delegados al interior del estado, la propaganda,  convenios con medios de comunicación ni tendrá el apoyo de instituciones que  solían hacerle la vida más fácil, como el propio IEE, el Tribunal Electoral y  varias más. 
         
          El problema de la  redefinición tricolor pasa por el dinero:  acostumbrado por décadas a vivir del erario, la próxima dirigencia deberá  construir una nueva estructura de  soporte financiero una vez que el CEN nacional no les enviará un solo peso  para sobrevivir y hacer campañas. La pregunta no es quién debe ser el nuevo  líder, sino quién puede darle viabilidad  financiera al PRI para los próximos años. A partir del 2000 el tricolor  sobrevivió gracias a la estructura transversal del federalismo: los gobernadores sustituyeron el erario del presidente,  subsidiaron el partido a nivel nacional y se hicieron cargo de su estructura  estatal. Gracias a eso sobrevivió el PRI como partido nacional. ¿Y cómo le  hará el tricolor poblano?  
         
          El segundo plano de la  redefinición pasa por el espacio  mediático: como partido de oposición el tricolor deberá ganar el debate en los medios al  gobierno morenovallista y la alianza opositora. Y como se observó en la  campaña, a la clase política generada por Mario Marín y Javier López Zavala lo  que más les hace falta son ideas y  preparación académica. ¿Cómo debatirán con personajes de alta preparación  como Fernando Manzanilla y Cuauhtémoc Sánchez? ¿Ofreciendo útiles y uniformes?  ¿Haciendo chistes homofóbicos? ¿El  regreso a las recetas del pasado? 
         
          Por definición  funcional, entonces, el perfil del próximo dirigente se mueve en los ámbitos  del dinero y el debate mediático. Un requisito más: es indispensable que cuente  con relaciones nacionales de alto nivel, pues el riesgo es que el PRI poblano  se convierta en una ínsula pese a la cercanía geográfica con el DF, específicamente  con el grupo de Enrique Peña Nieto,  que se perfila dominante y casi dueño de la candidatura presidencial tricolor. Pero  también es necesario que mantenga  canales de intercomunicación con Manlio Fabio Beltrones, por aquello de que  en política todo puede pasar. 
          
        No  hay muchos priista poblanos que tengan el perfil señalado, pero sí hay algunos.  El problema es de tiempos: Mario  Marín quiere robarse las joyas de la  familia antes del entierro, lo que reduce el margen de maniobra. Las  soluciones son pocas: o desde el CEN se pospone la renovación del Comité  Estatal, o antes de octubre se toma lo que hay a la mano. Blanca Alcalá cumple  perfectamente con el perfil, pero los tiempos la matan. Así que a la mano  solamente se ve a Jorge Estefan Chidiac con tal perfil, quien recién alzó la mano. El problema son sus inconsistencias ideológicas y de lealtades.  Mañana hablaremos de ello.  
          
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