Tiempos de Nigromante


Arturo Rueda
artrueda@diariocambio.com.mx
artrueda@yahoo.com


06/12/2010


El adiós doloroso a Salomón Jauli


Puntual en su amistad, el profesor Zenón Castillo Lucero acompañó a Salomón Jauli Dávila en su último cruce. No fue como en los retos que cumplieron juntos en los últimos quince años. Gibraltar, el canal de La Mancha, el estrecho de Bering o el mar del Norte. La última meta fue la muerte de su hijo, acaecida en Canadá hace casi tres semanas. El máximo promotor del deporte en Puebla regresó en forma silenciosa a la entidad tras su ausencia en el Maratón, puso en orden sus asuntos administrativos y patrimoniales, y luego se despidió de su gran amigo. La mañana del sábado se encontraron en su casa, hablaron de la vida, de su hijo, de los retos y de los logros. Por la tarde, Salomón se comunicó con su entrenador desde Atlixco vía telefónica y ofreció guardarle la mitad de aquella vieja botella de coñac que compraron en uno de los cruces para festejar y que siempre pospusieron beber. La mañana de ayer Zenón Castillo encontró muerto a Salomón en el gimnasio de su casa, ahí donde trabajaron días y horas para cumplir los retos deportivos, los legislativos —el deportista llegó a San Lázaro en la Legislatura 1997-2000—, y la promoción de deporte en los sexenios bartlista y marinista. Una amistad entrañable que llegó al límite mismo de la vida.


Escribo desde el dolor de quien ha perdido a un amigo y a un entrenador. Este diciembre, Salomón y yo habíamos pactado que me acompañaría en mi primer cruce, de Cancún a Isla Mujeres. Ya no lo haremos juntos. En septiembre, Salomón y sus tres hijos, acompañados del profe Zenón, habían realizado ese mismo cruce. La tragedia era muy lejana todavía. Los tres muchachos cumplieron el objetivo y el feliz papá los despidió en el aeropuerto para que regresaran a cursar sus estudios a Canadá, adonde pensaba alcanzarlos cuando terminara el sexenio. La familia se reuniría nuevamente. Pero la vida no conoce de planes. Una tarde de noviembre todo se descuadró para una familia poblana íntegra.


Antes de morir, Norberto Bobbio escribió un ensayo humanista denominado “El elogio de la templanza”. Ahí, el jurista italiano decía que a lo largo de una vida no había podido encontrar respuesta a por qué a la gente buena le pasan cosas malas, y los malos mueren tranquilamente en su casa al modo Stalin. Lo mismo cabe preguntarnos ahora. ¿Por qué a esta familia? ¿Por qué a un hombre bueno y noble como Salomón? Nadie tiene las respuestas. Otra duda acribilla: ¿por qué un hombre tan valiente para superar tantos retos deportivos con importantes consecuencias físicas, no pudo resistir la muerte de su hijo primogénito? ¿Es que acaso no pensó en el resto de su familia? ¿Cuál es el concepto de valentía a partir de esta dolorosa experiencia?


No tengo las respuestas. Lo único que sé es que a Salomón Jauli debemos juzgarlo por su vida y no por su muerte. Sus hijos han perdido un padre y Lorena un marido. El profesor Zenón, un amigo extraordinario y su pupilo más destacado, el único mexicano que pudo cruzar el heladísimo estrecho de Bering. Pero tengo la impresión de que el sentimiento de pérdida es generalizado, pues Puebla ha perdido uno de sus hijos más brillantes. De los que a lo largo de muchos años hicieron mucho por darle prestigio a la entidad y al mismo tiempo se ganaron el respeto de hombres dignos de reconocimiento. Una casta que tiende a extinguirse.


En su muerte, a Salomón le sobrarán jaculatorias y homenajes. Nadie le escatimará palabras de reconocimiento. Pero nuestro amigo ya no podrá leerlas. Por ello, me quedo con la columna que escribí en la semana previa al Maratón, cuando en la incertidumbre sobre si vendría a Puebla a culminar el evento deportivo que lo definió como promotor le enviamos señales de ánimo y entereza. Señales que, visto el final de la historia, fueron insuficientes. Cómo podrían serlo si el amor de sus hijos y esposa no lo retuvieron aquí.


En esa ocasión, cuando nos preparábamos a cumplir el reto de los 10 kilómetros, escribí que “Salomón Jauli, puedo afirmar, es un hombre extraordinario al que han marcado sus retos en la natación: puede presumir como pocos haber cruzado el canal de La Mancha, el mar del Norte y hasta el gélido estrecho de Bering, siempre acompañado por su fiel entrenador, el profesor Zenón. Juntos tienen logros casi imposibles si no fuera por una gran mentalización y esfuerzo. Tan buena es la imagen del director del Instituto Poblano del Deporte que fue candidato del PRI en 1997 y salió electo diputado federal para presidir la Comisión del Deporte en San Lázaro.


”Egresado del CENHCH, en diversas ocasiones ha tenido en sus manos la promoción del deporte en Puebla. Sus mayores éxitos, por supuesto, los protagonizó en el sexenio bartlista, y seis años después con Marín para recuperar los años perdidos con Melquiades Morales. Desde el Instituto Poblano del Deporte ha cristalizado la visión del gobierno para que el deporte sea un mecanismo preventivo de la delincuencia y la desintegración social. Su gran éxito, sin duda, fue organizar de nueva cuenta un maratón y dotar de nuevas instalaciones a muchos espacios deportivos de la entidad que se encontraban literalmente abandonados. Canchas de fútbol y pistas de tartán hay ahora por todo Puebla.


”Hace dos años Salomón impulsó a la redacción de CAMBIO a correr por primera vez. Y, sin embargo, tras un año de entrenar al lado de Salomón, sentimos su dolor más que nunca. No sabemos si nos acompañará o decidirá quedarse en Canadá con su familia. Pero estamos unidos en su tragedia y no vamos a fallarle a nuestro amigo. Hoy, más que nunca, no es un reto al cuerpo, sino al espíritu. Nos vemos en la meta del parque del Arte al terminar los 10 kilómetros. ¡Va por ti, Salomón!”.

 

Gracias amigo. Por tu ejemplo y entereza. Por tus enseñanzas. Por tu amor a Puebla. Adiós, Salomón Jauli. Descansa en paz.

 



 
 

 

 
Todos los Columnistas