Tiempos de Nigromante


Arturo Rueda
artrueda@diariocambio.com.mx
artrueda@yahoo.com


12/08/2011


Viaducto Zaragoza: la batalla del pasado vs el futuro


Los intelectuales Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeada, en su último libro, descubrieron el hilo negro de una de las tramas fundamentales de nuestra vida pública. Una continuación a la cárcel que Octavio Paz vislumbró en El Laberinto de la Soledad. México es preso de su historia. “La historia acumulada en la cabeza y en los sentimientos de la nación —en sus leyes, en sus instituciones, en sus hábitos y fantasías— obstruyen su camino”. Los mexicanos nos aferramos a las tradiciones, a lo que fue, en lugar de apostar por la modernidad y la imaginación de un futuro. El pasado es una ley por sí misma que ni siquiera vale la pena cuestionarse. Actitudes semejantes se descubren a todos los niveles y en cualquier proyecto. Un ejemplo de ello es la oposición de ciertos círculos académicos y urbanistas a la construcción del viaducto Zaragoza, una de las primeras obras magnas del morenovallismo que ya encontró apoyo en ciertos círculos políticos, como el del regidor David Méndez del PRD. Los opositores afirman que el megaproyecto pone en riesgo la denominación de Puebla como Patrimonio Histórico de la Humanidad otorgado por la UNESCO, un valor supremo que debe ser defendido a toda costa. El gobernador Moreno Valle, en una polémica intervención, afirmó que no se dejará presionar porque está comprometido con la transformación de la entidad. He ahí el choque: pasado contra futuro.


El conflicto fundamental es de actitudes. Los académicos y urbanistas están aferrados a toda costa al pasado, es decir, al nombramiento de la UNESCO, sin si quiera considerar los beneficios que puede traer el viaducto Zaragoza a la economía y estilo de vida de los poblanos. No hay análisis costo-beneficio sobre el megaproyecto, pese a que la Secretaría de Infraestructura ha mostrado toda su disposición para realizar los cambios necesarios para evitar el riesgo de perder la denominación.


Entiendo perfectamente la postura del gobierno: es imposible cancelar el proyecto. ¿Por qué? Porque Puebla ya invirtió demasiado dinero, más de 2 mil millones de pesos, en construir un Centro Expositor a la vanguardia mundial, al que falta aderezar con las vialidades adecuadas para su mejor explotación. Sin el viaducto, el Centro Expositor no tendrá la vida deseada para generar turismo, desarrollo y empleos. La zona, actualmente, es un caos intransitable como pudimos verificar todos aquellos que asistieron al concierto de Shakira y perdieron casi una hora en abandonar la zona de Los Fuertes. El gobierno, además, ganó el Tianguis Turístico edición 2013, un detonante extraordinario para uno de los mejores polos de la ciudad.


Desarrollo para el futuro, plantea el gobernador Moreno Valle. Aferrarse al pasado y la denominación de Patrimonio Histórico de la Humanidad plantean urbanistas y especialistas. Matar el polo económico del Centro Expositor para conservar el nombramiento de la UNESCO. ¿Se puede conciliar pasado y futuro? En ocasiones sí, puesto que Infraestructura ha mantenido reuniones con el INAH y auténticos especialistas para cuidar que la obra no ponga en peligro la denominación. ¿Y si no puede conciliarse tradición con modernidad? La opción es clara: los países desarrollados siempre apuestan por futuro aunque debe sacrificarse el pasado.


Dos ejemplos. Omán es un pequeño sultanato vecino de Arabia Saudita, el país de mayor producción petrolera. Pese a recibir la denominación de la UNESCO como “cuna de la humanidad” para un santuario, luego de encontrar un gran yacimiento petrolero decidieron explotarlo pese al riesgo que tenían de perder la denominación de la UNESCO. Hoy, el sultanato disfruta las bondades del petróleo aunque no sea más “cuna de la humanidad”. Dos: la ciudad alemana de Dresde, belleza del gótico asentada sobre el río Elba, puso en riesgo su denominación otorgada por la UNESCO cuando construyó un moderno puente sobre la afluente que limitaba la visión del centro histórico. Perdieron la denominación, pero los alemanes a los dos lados del río tienen una mejor calidad de vida en lugar de los atascos automovilísticos que sufrían.


La disyuntiva es clara: tradición contra modernidad. Aferrarse el pasado o apostar por el desarrollo futuro. Los opositores al viaducto Zaragoza han sido eficaces al defender el arraigo a su denominación porque siempre es más fácil defender la tradición y al pasado. El gobierno morenovallista ha sido ineficiente a la hora de comunicar por qué la obra debe construirse: explicar a los poblanos la necesidad de contar con la infraestructura para explotar el Centro Expositor. Y los beneficios que traerá ese polo de desarrollo económico. Toda obra modernizadora debe legitimarse: los poblanos quieren mejores empleos y salarios. Y un nombramiento de la UNESCO no nos los va a dar.

 

 



 
 

 

 
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