Tiempos de Nigromante


Arturo Rueda
@Nigromanterueda
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20/03/2012


Agnes ganó la batalla, pero los tuiteros luchan vs molinos de viento


Apenas la Procuraduría General de Justicia presentó a los asesinos de Agnes Torres y resolvió en cuestión de días el caso que conmocionó a los poblanos y a los medios nacionales, un subsector de la opinión pública conocida como las redes sociales expresó una absurda incredulidad sobre el resultado de las pesquisas. Al sospechosismo se sumaron varios periodistas locales que buscan en Twitter y Facebook la resonancia que no alcanzan con sus medios escritos o electrónicos. En todos los casos los argumentos simplistas fueron los mismos. Que era muy sospechoso que la PGJ diera resultados tan rápido cuando siempre son lentos y omisos. Que si la pesquisa del robo del automóvil de la activista tenía como objetivo cubrir la versión del crimen de odio. Que el señalamiento de que Torres mantenía una relación “sentimental” con un menor de edad, uno los hermanos chipileños que prepararon la celada tiene como objetivo desprestigiarla. Y que el gran complot organizado por Víctor Carrancá fue organizado para sepultar para siempre la versión de que en Puebla hay discriminación y crímenes de odio.


Las sospechas son insostenibles a partir de que los propios asesinos fueron quienes confesaron el móvil del crimen, así como las circunstancias de tiempo, lugar y modo. Los hermanos de Chipilo, primera línea de investigación, con los que Agnes sostenía una relación sexual o ligue —como prefiere denominarlo el colectivo— planearon el robo y para ello la invitaron a una fiesta ficticia en la que fue agredida a golpes por ellos y sus cómplices. Literalmente “se les pasó la mano” y decidieron tirar su cuerpo a la barranca, pero cuando el escándalo se detonó y advirtieron la celebridad de su víctima procedieron a quemar el vehículo para borrar sus huellas. La historia no tiene huecos y queda por delante únicamente capturar al último de los perpetradores.


Pero los mexicanos tienen una suspicacia natural a las instituciones de administración de justicia, como también demuestra el caso que promete conmocionar a la opinión pública nacional cuando la Suprema Corte de Justicia discute el proyecto exonerador de la secuestradora francesa Florence Cassez redactado por el ministro Arturo Zaldívar. Como siempre existe en la historia del derecho, se enfrentan conceptos de justicia y legalidad, pragmatismo contra garantismo. Y un nuevo elemento que de plano ignora la legislación vigente: la voz de las víctimas que carecen de representación en los órganos de procuración y administración de justicia.


Comprendo la ofuscación de los activistas de género y derechos de identidad sexual. Brahim Zamora, del colectivo LGBTTT, fue de los pocos que le dieron el respaldo al trabajo de la Procuraduría, avalaron los resultados iniciales de la investigación pero pidieron profundizar para determinar si en verdad se trató de un crimen de odio o un robo que terminó en tragedia.


El caso preocupa del lado de los periodistas-tuiteros, aquellos que se han refugiado en las redes sociales como un espacio virtual de influencia dado el poco raiting de sus medios en la vida real. Se trata de la práctica de un periodismo de afirmación: aquél que ratifica las ideas preconcebidas en lugar de recurrir al protocolo del oficio. Confirma, confirmar y confirmar otra vez. Documentar e investigar. Profundizar la cobertura y sostener los descubrimientos. Es resumen: cumplir las reglas de la técnica del oficio.


Pero los periodistas-tuiteros de Puebla no tienen reglas ni cubren protocolos. En la ciudad virtual es más sencillo lanzar todo tipo de acusaciones y suspicacias sin fundamentos mientras puedan realizar su ritual de lanzamiento de mierda que su promedio de 2 mil followers aplauden rabiosamente con retuits y porras. Se trata de una mínima fracción de la opinión pública, el subsector más minoritario del círculo rojo que además son los mismos que siguen a unos y otros.


El impacto de las redes sociales todavía es relativo dependiendo del tipo de sociedad, pero con claridad Malcolm Gladwell ya demostró la incapacidad de las redes para promover un tipo de activismo duro que pueda lograr cambios sociales. Los periodistas-tuiteros de Puebla pierden lo poco de prestigio e influencia que les queda. Para ellos tan malo es que la Procuraduría encontrara con prontitud a los asesinos de Agnes como que propiciara la impunidad. O como dirían en mi tierra: de plano no hay chile que los llene.

 

Los activistas del colectivo LGBTTT, con un poco de serenidad, encontrarán que la muerte de Agnes Torres no fue en vano y que de forma indirecta, su muerte concientizó a amplias capas de la sociedad que permanecían indiferentes o con prejuicios al tema de la discriminación. Tanto que provocó una reforma constitucional. La activista Agnes Torres triunfó, aunque su muerte no es producto de un crimen de odio sino de un robo como los que a diario sufren cientos de poblanos. Y la PGJ merece un respaldo por resolver tan rápido un caso que nos impactó a todos.

 



 
 

 

 
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