Tiempos de Nigromante


Arturo Rueda
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28/03/2011


Rentabilidad electoral contra la mandíbula de cristal

 

Es una opinión común considerar a Enrique Peña Nieto como un presidenciable con mandíbula de cristal recurriendo a la metáfora pugilística que refiere a los boxeadores que visitan la lona con extrema facilidad tras unos cuantos golpes. Vaya, que no tiene un empaque real para alcanzar la Presidencia de la República y que si ahora puntea la carrera es gracias a la protección que le brinda Televisa y el dinero público del Estado de México. Pero que en cuanto abandone la gubernatura será devorado por los lobos y su ventaja en las encuestas desaparecerá. Yo mismo me cuento entre aquellos que le veía una capacidad promedio que podría hacerlo presa fácil de un tipo como Manlio Fabio Beltrones. Creo, sin embargo, que a partir del desenlace de su sucesión debería reevaluar nuestros juicios acerca del Gel Boy. La drástica decisión de bajar de la carrera a su favorito Alfredo del Mazo Maza para entregarle la estafeta al mejor posicionado electoralmente, Eruviel Ávila, nos dice que comprende perfectamente el primer mandamiento del poder: conservarlo a toda costa. Aun a costa de que por primera vez en muchísimo años el grupo Atlacomulco pierda la preeminencia y ahora se encumbre a alguien proveniente del valle de México. Un raciocinio perfecto de la política que aquí, en Puebla, Mario Marín no pudo sacar adelante. El exgobernador prefirió mantener a su favorito aun con el riesgo de perder el poder. Algo que al gobernador mexiquense no le ocurrirá.


Hace tiempo que Enrique Peña Nieto se preparaba contra la eventualidad de una alianza PAN-PRD que le arrebatara el Estado de México y liquidara al mismo tiempo sus aspiraciones presidenciales. Primero, el acuerdo secreto entre César Nava y Beatriz Paredes a cambio del apoyo tricolor en el Congreso de la Unión para subir impuestos. Dos, apoyar candidatos impresentables cuyo único mérito era el favor del gobernador en funciones: en 2010 se llevaron tres descalabros que le dieron alas a la estrategia aliancista. Tres, disuadir a dos o tres figuras atractivas que pudieran encabezar una coalición PAN-PRD. Todas sus soluciones fallaron. A la hora de la verdad tuvo que recurrir a la decisión más dolorosa en lo emotivo pero más eficaz en lo racional: sacar de la jugada a su primo, favorito y amigo Alfredo del Mazo Maza, compañero de linaje del grupo Atlacomulco, para entregarle la candidatura al popular alcalde de Ecatepec, el más poblado del país, Eruviel Ávila, a quien las encuestas daban ventaja por provenir de la “cultura del esfuerzo”.


Las decisiones políticas son eminentemente racionales: una combinación de costes y ganancias. Alfredo del Mazo Maza tenía todas las cualidades para ser un gran candidato: juventud, preparación, imagen física, respaldo de capitales. Pero en las encuestas aparecía un dato perturbador: se le veía como el heredero de una casta privilegiada. Tenía otra debilidad: su pertenencia al grupo Atlacomulco hacía inviable un pataleo del alcalde de Huixquilucan. En caso de no resultar favorecido, no abandonaría al tricolor para irse a encabezar la coalición opositora. Por el contrario, a Eruviel Ávila, el número uno en las encuestas, lo envolvía el “canto de las sirenas” para ejecutar una traición como la de Ángel Aguirre Rivero en Guerrero o Mario López Velarde en Sinaloa. Las arduas negociaciones entre jueves y viernes fracasaron: el alcalde de Ecatepec no consideraba suficientes los ofrecimientos de la dirigencia estatal de su partido o una candidatura al Senador. Eruviel no aflojó, y Peña Nieto sí tuvo que aflojar. La noche del viernes culminaron las históricas definiciones. Del Mazo Maza declinó públicamente la mañana del sábado y cocinó la candidatura de unidad de Eruviel.


Con su dolorosa decisión emocional pero eficaz, Enrique Peña Nieto ha terminado por desarmar a la alianza PAN-PRD. Las dirigencias nacionales, pese al cacareado éxito de su consulta de ayer, han maquilado un traje que no le queda a nadie. Desde Los Pinos se apostaba por recoger a los heridos del proceso interno tricolor, pero la clase política mexiquense demostró una cohesión encabezada por el gobernador que fue capaz de despojarse de sus filias. En el Estado de México puede haber una alianza, pero no hay un candidato, fenómeno contrario a lo ocurrido en Puebla, Sinaloa y Oaxaca, donde había ya figuras arraigadas con un discurso antigobierno. La sorpresa fue la mejor aliada de Peña Nieto y por ello habrá que reevaluar sus capacidades políticas para los que somos incrédulos acerca del futuro presidencial del Gel Boy.

 

Al PRI poblano le hubiera ido muy diferente si Mario Marín se hubiera desprendido de sus pasiones a la hora de definir al candidato tricolor a la gubernatura. El desastre no puede remediarse, pero la lección de Peña Nieto puede aprenderse rumbo al 2012. En la política no existe la amistad ni el compadrazgo. Únicamente la rentabilidad electoral. Y si no lo creen, que le pregunten a Alfredo del Mazo Maza y a Enrique Peña Nieto.

 



 
 

 

 
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