Tiempos de Nigromante


Arturo Rueda
artrueda@diariocambio.com.mx
artrueda@yahoo.com


28/06/2010


23 horas en la íntima intimidad de los candidatos


Cierre frenético. Final de fotografía. Guerra de estructuras. Choque de trenes. Llámelo como quiera. Los días finales se acercan y mientras los ciudadanos agradecemos el final de las campañas, a Moreno Valle y Javier López Zavala les faltan minutos, segundos, para conquistar las últimas voluntades y ganar los últimos votos que definan la elección más competida de la historia poblana. Hay quienes piensa el domingo del 4-J se jugará un volado. Que todo puede pasar. Falso: esta es la crónica de 23 horas frenéticas a lo largo del fin de semana que el columnista pasó con los dos candidatos a la gubernatura, el espacio de la íntima intimidad de sus cuarteles horas antes del primer asalto de la guerra de estructuras: el llenazo en el Estadio Cuauhtémoc. Logro inédito para la oposición y obligación cumplida a medias para el candidato oficial.


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Más que una maquina, Rafael Moreno Valle parece un robot incansable: no come, no bebe y todos sus pensamiento lo ocupan en la guerra por Casa Puebla. En su agenda de tres meses ya se marca la visita a los 160 municipios más importantes del estado. “Ahí está la clave”, afirma, pues lo candidatos tradicionales del PAN en años anteriores dejaron desguarnecidas plazas en apariencia sin importancia. Pero el candidato de la oposición los define como vitales.


Por ejemplo, el municipio de Tlaxco ubicado en la Sierra Norte, una comunidad pequeña y ardiente en temperatura de no más de 2 mil habitantes. El punto más lejano de la entidad en el que tiempo se detiene para sus habitantes que esperan aterrice el helicóptero que les trae al candidato opositor. Como un rock star, una marcha corta rebosante de las sombrillas multicolores acompaña a Moreno Valle en la llegada y la despedida del candidato. Pepe Esquitín, ex cacique tricolor, lo acompaña en su aventura como abandera a diputado. Ambos tienen una confianza absoluta en ganar el distrito.


El discurso de Moreno Valle tiene pocas variantes; cambios pequeños para adaptarse a las necesidades de la zona. Le cuenta a los tres mil que lo esperaban en Zihuateutla que su abuela humilde, Engracia Valle, marcó la vida de su familia con los sacrificios para que su abuelo, el general Moreno Valle, pudiera estudiar. Se mofa una y mil veces del origen chiapaneco o guatemalteco de Javier López Zavala. “Entre cinco millones de poblanos, Marín no pudo encontrar uno que fuera su títere”. La endereza en contra de los padres y hermanos del candidato tricolor y se da ganador del debate. Les recuerda que las encuestas ya lo ponen arriba, y les pide a las mujeres –sus porristas más entusiastas- que lleven a votar a la familia.


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Cada quien tiene su estilo personal de gobernar, y si el de Moreno Valle es la frialdad calculadora, el sufrir del poder, Javier López Zavala es la otra cara de la moneda: la calidez personal y el trato amable. Allá donde llega, se topa con uno y mil conocidos en su etapa de Gobernación y Desarrollo Social. Todos le agradecen y le invitan a comer en su casa. El priísta elige a uno de ellos, y manda a llamar a todos los liderazgos de la zona para que lo acompañen. Su agenda marca 180 municipios visitados. El poder se goza, antes de sufrirse parecer ser su lema, respaldado por una estructura leal que mataría por él con dos hombres clave en campo: José Luis Márquez y René Lechuga. Soldados Pretorianos que se adelantan a cualquier necesidad, molestia o petición del candidato. No, en realidad, El Candidato.


La agenda de Zavala luce igual de apretada, o más, que la de Moreno Valle. La única diferencia es el estado de animo: frente a la agresividad del panista, el tricolor tiene la serenidad del que todo lo tiene controlado; todo lo sabe y a todo se adelanta. Tras un desayuno con constructores de vivienda social, aborda el helicóptero de cuatro plazas rumbo a Chichiquila. Las encuestas muestran que el distrito de Ciudad Serdán, antigua plaza del morenovallismo, caerá. En silencio trabaja para ello Fernando Morales.


Las visitas a los municipios tienen rostros diferentes: los mítines tiene originalidad en las porras “llora, llora moreno, porque Zavala es el primero”. Como en el caso del panista, el discurso de campaña se repite y repite: beneficios concretos, el origen campesino del Zavala, el candidato de las mentiras, la nueva ciudad universitaria, la confianza en la mujeres. Y el priísta quiere huir cuando una petición lo detiene: el pueblo quiere que su candidato le cante. Zavala rehúsa, pero los abanderados a la diputación y la alcaldía insisten al igual que los simpatizantes. Un mariachi espontáneo surge listo al templete. Todos saben la canción que interpretará. Zavala la lleva en el alma: Sin Fortuna, de Gerardo Reyes. Una historia de pobreza, dolor y un cambio de suerte en la vida que encumbra al desposeído. Pero el fondo nunca deja despreciar a los ricos.


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Son las cuatro y media de la tarde y el estómago chirria, pero Moreno Valle no se da cuenta. Mantiene conversaciones por su Black Berry mientras medio mastica un sándwich de mantequilla de maní. Bebe agua para mantenerse hidratado pues su sudoración es máxima, lo que lo obliga a cambiarse hasta cuatro veces al día de camisa. Desciende del helicóptero, retrasado ya para llegar a Aljojuca donde lo esperan 2 mil simpatizantes. “Lo tengo ganado, pues un pueblo de tres mil habitantes; aquí se gana la batalla” Repite convencido mientras dispara nuevamente las mismas balas. Y deja un mensaje más: acepten todo lo que el PRI regala, es apenas una muestra de lo que les han robado, pero voten por Compromiso.


Con el tiempo límite para volar, Moreno Valle desciende en Atzizintla, otro municipio olvidado por el PRI donde bien se pueden ganar 2 o 3 mil votos. Del calor infernal de Tlaxco, en cuestión de horas, ahora se pasa al frío de la zona de Oriental. Sigue sin probar bocado. Una maquina mortal, asesina, fría. Un mensaje rápido, compendio de su diatribas, a poco más de mil 500 simpatizantes. Votos, votos, votos, con eso sueña duerme y se alimenta.


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En Saltillo Lafragua se aparece Arturo López Obrador, integrado plenamente a la campaña priísta. Ahí, cita a todos los liderazgos para que aborden su autobús de campaña, un privilegio de distinción que nadie desaprovecha. Sentado, pide otra canción de mariachi, el Tahúr, porque se la dedica a Moreno Valle. Una de sus líneas reza: “te gané lo que más querías….”.


En Felipe Ángeles la abanderada Xóchil Rangel, con al apoyo de Fernando Morales, organiza tremendo mítin de seis mil simpatizantes. Igual en Hueytamalco, donde opera el ex morenovallista Juan Cessin Mussi. A diferencia de su rival, Zavala come sencillo, pero come. Al igual que saluda y dedica unos minutos para recibir peticiones y gestiones, así como presumir la gestión médica encabezada por la fundación de su esposa. Un trato humano, cálido. Un estilo personal.


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Ocho de la noche marca el reloj cuando Moreno Valle arriba a la capital en Granjas de San Isidro. Su agenda marca todos los días un evento en el municipio: “lo tenemos ganada ya, ahora queremos un margen amplio para compensar posibles fraudes”. Amorosa lo recibe Martha Erika Alonso, quien ya tiene su propia agenda convertida en revelación de la campaña. Ahí lo esperan Juan Carlos Mondragón, Eduardo Rivera, Pedro Gutiérrez. La pistola antimarinista percute otra vez. Por la noche, casi 10 horas sin comer, viviendo de miel para fortalecer la garganta y pastillas Halls, Moreno Valle atiende la última parte de su agenda: empresarios y cuadros tricolores que ante el cambio de escenario ya buscan una reunión con él. A todos recibe y da garantías. “Así es la política, no hay agravios”, les dice. Y a lo largo del día, nunca, nunca, nunca, muestra una sola duda de su victoria.


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De regreso a Puebla, Zavala se traslada a un concierto de cristianos organizado por Claudia Hernández en un estadio Zaragoza lleno a reventar. Tras entregar un reconocimiento y tararear tres canciones, arropado ahora por los infaltables Santi Bárcena y Pepe Ventosa, se toma un café con otro grupo de apoyo. Ya para terminar muestra que no tiene miedo a las apariciones en sitios públicos ni a las rechiflas. Acompañado de su equipo íntimo ingresa a La Cantina de los Remedios para tomar una cerveza, unos minutos suficientes para recibir a por lo menos dos decenas de poblanos que se acercan a saludarlo y pedirle un foto.

 

Javier López Zavala abandona la Cantina de los Remedios con la única camisa que ha usado a lo largo de todo el día. El reloj marca las doce de la noche, pero aun hay tiempo para reuniones, en esta ocasión de evaluación electoral. La tarea que más lo apasiona. De cualquier forma, la adrenalina de los tiempos de campaña lo tiene acostumbrado a dormir sólo 3 horas. Más que suficientes para descansar y cargar pilas para la guerra de estructura del 4-J.

 



 
 

 

 
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