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Tiempos de Nigromante
Arturo Rueda artrueda@diariocambio.com.mx artrueda@yahoo.com
29/07/2011
El morenovallismo, un semestre de legitimación por resultados
Muy cerca de cumplir su primer semestre de ejercicio gubernamental, el sello distintivo de la administración morenovallista parece ser la legitimación por resultados a partir de un altísimo grado de eficacia político-administrativa. El eslogan ideado por Marcelo García Almaguer no parece una simple ocurrencia: lo que decimos, lo hacemos. Hasta el momento, ninguna de las empresas o proyectos lanzados por Rafael Moreno Valle han fracasado. Lo mismo en la gestión administrativa, las iniciativas de ley o proyectos arriesgados como la recuperación de Valle Fantástico, el morenovallismo logra transitar de la proyección a la realidad. A veces con negociaciones y a veces con amedrentamiento. En unas generando aliados y en otras reprimiendo a los opositores. Las más de las veces con el puntual seguimiento de la Secretaría General de Gobierno, y las menos a las aportaciones del resto del gabinete. En el juego de vencidas o la negociación, nadie caló a Rafael Moreno Valle, y por el contrario, ha sido el mandatario quien ha calado a intereses añejos como sindicatos, medios de comunicación, organizaciones sociales. Exprimiendo a los colaboradores al punto del agotamiento o del aborrecimiento. Su estrategia de posicionamiento nacional no encuentra oposición local. El punto de inflexión parece ser la riesgosa Reforma Electoral con minigobernador incluido, que será aprobada incluso con el voto unánime de la fracción tricolor. ¿Hasta cuándo continuará este altísimo grado de eficacia y vigor político? Nadie lo sabe a ciencia cierta.
Nada desgasta más la legitimidad de un gobierno que la incapacidad para hacer de sus proyectos realidad. La expresión es correcta: el gobernante arriesga una parte de su capital político en cada uno de sus iniciativas o planes de reforma. La falta de consenso de los partidos o la incredulidad ciudadana minan ese capital. La concreción de las políticas públicas o legislativas incrementa ese capital de credibilidad o legitimidad. El gobernante toma decisiones en uno u otro sentido: defiende ciertos valores y paradigmas. La decisión más costosa es no tomar la decisión o medir mal el timing. La falta de cabildeo o aliados. Los consensos, por el contrario, generan la retroalimentación del sistema político en forma de apoyos a las decisiones.
A principios del siglo XX, Max Weber clasificó en tres las formas de legitimación del poder: tradicional, carismática y burocrática-legal. Bobbio, sin embargo, corrigió la tipología al afirmar que las tres formas eran títulos fundadores del poder, es decir, de su creación. De acuerdo con el italiano, existe una cuarta forma de legitimación: la de los resultados, es decir, la del ejercicio efectivo del gobierno. Un ejemplo práctico: Carlos Salinas de Gortari no tenía legitimidad de origen dada la sospecha del fraude en su elección. Pero su gestión gubernamental le dio el aval de toda la sociedad, es decir, legitimidad por resultados. Caso contrario: Vicente Fox salió a pedradas del gobierno federal pese a tener una legitimidad de origen brutal gracias su victoria en el 2000. Lo perdió su pésima gestión.
Moreno Valle ha entendido las turbulentas lógicas de la legitimidad y su profunda interrelación con la eficacia. Nadie puede negarle su legitimidad de origen, ya que su victoria electoral fue extraordinaria. A lo largo de la transición, la preocupación fundamental fue el cómo mantener los altos niveles de aprobación. El primer requisito, claro, es la gobernabilidad. Pero Mario Marín la tenía, aunque su gestión fue desastrosa y todo lo hizo mal.
Moreno Valle ha decidido apostar por una eficacia sin precedentes a partir de un ritmo de trabajo agotador para sus colaboradores. Más de tres secretarios, en diferentes momentos, han presentado sus renuncias tras soberanos regaños. Unos meditan regresar a sus empresas o sus anteriores posiciones, aunque al final el mandatario los acaba convenciendo de mantenerse en sus puestos. Las jornadas de trabajo de Moreno Valle, dice su staff más cercano, se prolongan hasta las 2 de la madrugada, y las reuniones de gabinete dicen que pueden durar hasta 5 horas al convertirse en extensos interrogatorios.
El gobernador Moreno Valle tiene una aspiración a lo perfecto. Políticamente insuperable. Administrativamente eficaz. Financieramente impoluto. Históricamente, un legado transformador. Una carrera sexenal sin obstáculos y mucho brillo, aderezado con constantes apariciones en la televisión, como el carrusel de ayer en la red nacional de TV Azteca. Su escalera al cielo está fundada en la laboriosa actividad de Fernando Manzanilla cuidando el cuarto de máquinas.
Flota una sola pregunta en el ambiente: ¿hasta cuándo durará el espejismo de la perfección? O como diría el brillante Jesús Silva Herzog-Márquez en su célebre libro, esa clase de ideales tienen la idiotez de lo perfecto. Y así se titula el libro que la elite política debe consultar.
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