La crisis provocada por Lydia Cacho nos mostró medios de comunicación que, antes de pensar en sus lectores, radioescuchas, y televidentes, pensaban en lo que opinaría el gobernador y el director de comunicación social.

 

Tiempos de Nigromante


Arturo Rueda


Periodismo de hoy: Entremedios

 

El gobierno estatal, a través de la oficina de Comunicación Social, convoca para este día al Tercer Coloquio Entremedios en el Centro de Convenciones a partir de las diez de la mañana. Un encuentro-debate que sirve al marinismo para legitimar su relación con los medios de comunicación locales después del escándalo Cacho, y que al mismo tiempo evidencia la influencia del gobierno dentro de los medios. Lo que no hacen los propios periodistas –reflexionar sobre su oficio- sí es capaz de hacerlo Javier Sánchez Galicia, quien asumió el riesgo de invitar al columnista, así como a la reportera Selene Ríos y al reportero gráfico Ulises Ruiz a llevar nuestra visión crítica a un foro organizado por el gobierno. Decidimos aceptar el reto.

 

El columnista, en punto de las diez de la mañana, debatirá en la mesa “Periodismo de hoy” con Cirilo Ramos (Intolerancia), Carlos Gómez (El Heraldo de Puebla), Martín Hernández (La Jornada de Oriente) y Juan Pablo Proal (Excélsior) en el Salón Violeta. Después, a las once y media, Ulises Ruiz hará lo propio con Rafael Murillo (El Sol de Puebla), Joel Merino (El Columnista), Rafael Durán e Imelda Medina (Síntesis). Mañana, en puntos de las nueve, habrá un agarrón de antología: Selene Ríos, Mary Loli Pellón (Televisa), Erika Rivero (El Heraldo) y Lety Ánimas (El Guardián de la Sierra).

 

Vayamos todos a Entremedios. Es el festejo que el gobierno marinista nos organiza para celebrar la libertad de expresión.

 

*** Primera Parte de la ponencia. A menudo la gente se pregunta cuál es el papel que desempeñan los periodistas en su sociedad.

 

La cuestión, dejo claro desde ahora, me parece insoluble. Para responderla habría que hacer una teleología de la función periodística, algo en lo que nadie, absolutamente nadie, se ha puesto de acuerdo nunca. ¿Cuáles son los fines del periodismo? Al respecto, podemos ensayar tres respuestas.

 

El primer lugar común refiere que la finalidad del periodista es la verdad. Empresa harto difícil, a la que previamente se han comprometido filósofos, teólogos, matemáticos, historiadores, juristas, politólogos y hasta biólogos. Parece demasiado exigirnos a los periodistas encontrar las respuestas que otros buscan hace milenios. Así, la teleología del periodista no es la verdad. ¿Entonces?

 

El segundo lugar común refiere que el periodismo es la actividad de colectar y publicar información relativa a la actualidad, especialmente a hechos novedosos de interés colectivo o público. Según ésta visión, el periodista es el sujeto que se limita a consignar las cinco W en inglés o su traducción al español: quién, cómo, cuándo, dónde y por qué. Un panorama muy reducido hasta que fijamos la atención en la última de ellas: el por qué ocurre algo.

 

La tercera visión, la más romántica de ellas, es la que refiere la actividad periodística de forma romántica o idealista: los reporteros como centinelas del poder público; los guardianes de la opinión pública o, en términos politológicos, un mecanismo no institucional de rendición de cuentas. La visión es animada por el famoso Watergate, en el que dos jóvenes reporteros –Woodward y Bernstain- y un diario –WSJ- hicieron caer a un presidente de los Estados Unidos amparados sólo en el poder de la pluma. Los reporteros, así, se transforman en héroes, vindicadores de la sociedad inerme frente al poder, alzándose como sus guardianes.

 

Resulta paradójico que esta visión, la de los periodistas como centinelas del poder público, es en realidad una lectura altamente conflictual de la función periodística. Por que si la tarea de los reporteros es exhibir los abusos, las mentiras y las contradicciones de nuestros gobernantes; si ponemos luz allí dónde el poder quiere oscuridad y hacemos público lo inconfesable; si nuestras revelaciones provocan escándalos y denuncias; si la información lleva a la comprensión y de ahí a la toma de decisiones contrarias al poder, cómo es posible que los periodistas contribuyamos a la gobernabilidad.

 

Pongamos tres ejemplos de revelaciones periodísticas: el Watergate –a nivel internacional- los videos de Berajano y Ahumada –nacional- y el escándalo de Lydia Cacho. ¿Alguien en su sano juicio podría decir que contribuyeron a la gobernabilidad o a la estabilidad del sistema político? Por supuesto que no, y al contrario, de una u otra manera todas contribuyeron a la inestabilidad y a la ingobernabilidad. Queda claro entonces que el compromiso de los periodistas no es con la gobernabilidad ni con la estabilidad.

 

En otras palabras, todo esto significa que si en verdad la función periodística es un centinela del poder público, los periodistas vienen a ser una especie de Caballo de Troya social, cuyo trabajo, en lugar de construir una sociedad armoniosa y pacífica, siembra el conflicto y las tempestades que provocan la transformación de la sociedad. Ante todo, el periodista sería un transgresor de los valores de la sociedad. Una función tan peligrosa, por supuesto, desea ser controlada por el poder, para eliminar su alcance y capacidad de daño.

 

El poder público, entonces, desea pervertir la función de contrapoder que realizan los medios de comunicación y los periodistas. Envilecerlos para que de transgresores, se conviertan en propagandistas de un régimen, partido, ideología o personaje. El envilecimiento de los periodistas es una tarea permanente del poder.

 

Ése envilecimiento de los periodistas y sus empresas de comunicación  es el llamado modelo de subordinación al que hace referencia Carreño Carlón. Los poderosos quieren que las empresas y sus periodistas, al realizar su función, antes de pensar en sus lectores, radioescuchas o televidentes, piensen en el gobernador, el presidente, el partido o la misión histórica que cumplen. Y el mecanismo por antonomasia es la dependencia económica de las empresas de comunicación a los recursos públicos a través de los convenios de publicidad.

 

Esta modelo de subordinación, tradición del régimen priísta, se ha transformado en los últimos años a nivel nacional con la aparición de medios con solvencia económica como Reforma, independientes de los vaivenes políticos y los convenios. La subversión ha llegado al grado de que los emporios televisivos se convirtieron en poderes fácticos capaces de presionar a los poderes públicos.

 

En Puebla, el modelo de subordinación permanece inalterable: la crisis provocada por Lydia Cacho nos mostró medios de comunicación que, antes de pensar en sus lectores, radioescuchas, y televidentes, pensaban en lo que opinaría el gobernador y el director de comunicación social. Profundo conocedor de la función política de los medios, desde la oficina de comunicación social se diseño una estrategia de recuperación de la imagen del gobernador fundada en el propagandismo que desde hace meses se hace en prensa, radio y televisión para menoscabar su función de centinelas. Así, los medios de comunicación poblanos deben felicitarse por su contribución a la gobernabilidad de la entidad.

 



 
 

 

 
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