Tiempos de Nigromante
Arturo Rueda
26/06/2009
Militarizan el modelo de seguridad poblano
El gobierno marinista se resiste a utilizar una retórica belicista para tratar el tema del crimen organizado. No quiere seguir el ejemplo del Presidente Calderón. A Mario Montero, por ejemplo, le costó casi un año aceptar la presencia de bandas del crimen organizado, aunque como paliativo los reduce a delincuentes menores, simples narcomenudistas quienes perpetraron las ejecuciones que tiene en vilo a Puebla. Delincuentillos, y no grandes cárteles. La poca tranquilidad que nos queda a los poblanos se esfuma cuando comprobamos que los discursos van por un lado y los hechos por otro. El más importante, que los cuerpos de seguridad se han militarizado completamente, sin discusión. La última incorporación al gabinete de seguridad, el nuevo secretario de Seguridad Pública municipal Andrés Ruiz Celio, termina por conformar un cuerpo pretoriano que responde a la estrategia del enemigo interior: el crimen organizado.
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Los militares ganaron la batalla a los civiles, por lo que el concepto de militarización perfectamente cabe como el nuevo modelo de la seguridad pública. El general Mario Ayón logro deshacerse de Alejandro Fernández Soto hace casi medio año, y hace dos semanas se hizo de la cabeza del último civil con funciones policiacas Alberto Hidalgo Vigueras para entregarle el puesto a uno de sus amigos sardos. Casualidad o no, la ola de violencia que inició hace una semana con la balacera a un autobús en el que viajaba personal de la PGJ inició con el cambio en seguridad pública municipal. El nuevo titular, Andrés Ruiz Celio, llegó desnorteado y en cuestión de días perdió el control de la capital, así como de la zona metropolitana. En lugar de ponerse a trabajar, como recibió la chamba gracias al padrinazgo combinado de Montero y Ayón se sumó gustoso a la teoría de los “hechos aislados”.
Con cuerpos policiacos corruptos e ineficientes, la milicia es la única fuerza que queda para salvaguardar la integridad del Estado. Por ello, es una tendencia nacional, generales en retiro ingresan a la vida civil haciéndose cargo de las dependencias de seguridad pública estatales y municipales. Sin que ello sea garantía de honestidad, como ya se probó con el caso del General Gutiérrez Rebollo a finales de los noventa.
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Las autoridades civiles de Puebla, Mario Marín y Blanca Alcalá se han entregado con gusto a los brazos de los militares, confiados en que ellos salvaguardarán aquel modelo de la “Puebla pacífica”. Pero ese sueño idílico, la imagen de que los narcos instalaban aquí a sus familias y lavanderías y por ello no había violencia, se ha esfumado para siempre. Puebla el oasis de paz ya no existe. La entidad se ha convertido en una plaza en disputa y no simple lugar de paso. La guerra de narcomenudistas por los puntos de venta presagia lo peor. Y aunque la zona de riesgo declarada es la zona metropolitana, los cárteles llegarán a la capital más tarde que temprano. Así que más vale empezar a acostumbrarse a la nota roja como la noticia principal de la prensa poblana.
Pero nada les garantiza a Marín y a la alcaldesa que la militarización de los cuerpos de seguridad sea eficiente. De hecho, el gobernador el año pasado estuvo a punto de deshacerse del general Ayón luego de sus constantes pleitos con Alejandro Fernández y los reclamos de la policía estatal que derivaron en varios paros de labores. Y no lo corrió por sus excelentes relaciones en la secretaría de la Defensa Nacional. Para controlarlo decidió ponerle dos candados: al subsecretario Armando Toxqui y como operativo Chucho Morales junior. Pero al final es Ayón y no otro el verdadero jefe. Aunque ni siquiera asista a las mañaneras reuniones de seguridad.
El cambio de discurso de Montero es significativo y evidencia una preocupación real por el incremento de la violencia. En Gobernación causó sorpresa que los ejecutados surgieran a unos días de los comicios federales. Pero Montero y compañía saben, en el fondo, que todo era una cuestión de tiempo. Que Puebla no podía salvarse durante tanto tiempo de la ola sangrienta que azota al país. Y para librarla, en lugar de superpolicías, contrataron a generales rescatados del retiro. Pura polilla, vaya.
¿Podrán salvarnos Ayón y el debutante Ruiz Celio? Yo lo dudo.
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