El interior del estado se caracteriza por una persistencia inusitada del corporativismo de los años dorados del priísmo. El priísmo gana y supervive siempre gracias a su control corporativo.
Tiempos de Nigromante
Arturo Rueda
La crónica de la victoria II: corporativismo
A simple vista, el contraste entre julio del 2006 y noviembre del 2007 es simplemente inexplicable. Casi increíble. No solo es que la política cambia todos los días, como diría Melquíades Morales, y que los votantes cambian sus decisiones conforme con sus estados de ánimo. ¿Cómo se pasa de perderlo todo un día a ganarlo todo un año después? La incredulidad crece, además, por las excepcionales condiciones de inestabilidad y desprestigio del gobierno marinista. Nadie en sus cabales podría decirse que María ha hecho un buen gobierno y por tanto los poblanos decidieron reiterarle su confianza, en una especie de referéndum aprobatorio. El valor de la operación electoral realizada por López Zavala y Valentín Meneses, en ningún caso, por muy eficiente que haya sido podría superar una avalancha de reprobación ciudadana. Hablamos también de un régimen enjuiciado por los medios nacionales de comunicación y sometido a investigación por la Suprema Corte de Justicia.
¿Qué ocurrió entonces entre julio del 2006 y noviembre del 2007? La respuesta es simplista si tratamos únicamente de responderla en términos periodísticos y sin recurrir a aspectos estructurales del sistema político poblano. Para explicar correctamente lo ocurrido el domingo debemos dividir, para efectos analíticos, lo que ocurrió al interior del estado a lo que ocurrió en la capital. ¿Por qué? Por la simple y sencilla razón de que en los últimos años la ciudad de Puebla presenta rasgos de una democracia competitiva dado el nivel educativo e ingreso de sus habitantes, mientras que el interior del estado sigue funcionando como un enclave autoritario, con escasa penetración del concepto de cambio político y con inexistentes identidades partidarias.
Un dato del brillante José Ramón López Rubí encuadra el funcionamiento político del interior. El PAN nunca ha podido ganar en 16 de los 20 distritos fuera de la capital. Su presencia se reduce al corredor Atlixco, San Pedro Cholula, Tehuacán y San Martín. Fuera de ahí, donde ha generado una fuerte identidad partidaria, el panismo va y viene fundamentalmente gracias a la división de los grupos priístas en los municipios. Pero no se trata de una marca arraigada.
El interior del estado, además, se caracteriza por una persistencia inusitada del corporativismo de los años dorados del priísmo. Cientos de organizaciones campesinas, obreras, taxistas, concesionarios, abogados, jóvenes, y hasta la dominación que ejercen pastores y sacerdotes son mecanismos de control político muy difíciles de romper. El priísmo gana y supervive siempre gracias a su control corporativo.
La mezcla de corporativismo y sistema electoral hacen casi imposible que el PRI pueda perder la mayoría en el Congreso. Es decir, si hablamos de 26 distritos electorales, y lo máximo que aspira a ganar el PAN son 10 de ellos, significa que el priísmo está en posibilidad siempre de mantener la victoria en 16 distritos, a los que se suman la sobrerrepresentación de los diputados plurinominales, le da el número mágico de 21 diputados.
El lector acucioso, entonces, preguntará cómo es que el PAN ganó 12 distritos federales en julio del 2006, ocho de ellos del interior del estado, y que crearon las expectativas de lograr la mayoría en la Legislatura estatal.
Sucede que en el 2006 se disolvieron los controles corporativistas al interior del estado por dos razones. Una, que a causa del escándalo Cacho y la muy alta probabilidad de que Marín fuera destituido de la gubernatura, todas las organizaciones, federaciones y asociaciones dejaron de escuchar las instrucciones del partido y de Gobernación. Y dos, como Madrazo entró derrotado a la elección presidencial, los líderes corporativos no tenían incentivos para participar en la campaña tricolor y prefirieron voltear hacia el panismo, y en especial al perredismo por la victoria casi cantada de López Obrador. Por ello fue que 350 mil votos tricolores se trasladaron a la Coalición por el Bien de Todos.
Volvamos a la pregunta original: ¿qué ocurrió entonces entre julio del 2006 y noviembre del 2007? Pues que con diligencia y paciencia Marín se dedicó a reactivar los controles corporativos que se habían disuelto en la campaña presidencial. La expectativa de permanecer en el poder, la recuperación de su imagen mediática y el gasto desmedido en obras de relumbrón consolidaron el llamado a los líderes que en tropel comenzaron a acudir a Gobernación, desde donde se operaron todos los compromisos. En ese sentido, Zavala es un producto natural del sistema: si como secretario se encargó de amarrar a las ovejas descarriadas, como Promotor Estatal del Voto se hizo cargo del cobro de facturas y favores.
¿Y el panismo? Pues nunca entendió de qué se trató la película. O más bien no entendieron por qué ganaron en el 2006. En lugar de trabajar para hacerse ellos de los controles corporativos, o por lo menos para impedir que Marín retomara el control, se tiraron a la hamaca pensando que ganarían la elección local gracias a la intervención de Calderón a través de la Suprema Corte de Justicia. Y por ello impusieron candidatos sin tón ni son. Y el caso paradigmático es Tehuacán, donde su abanderado, diagnosticado clínicamente con depresión, suspendió su campaña tres semanas por suspender su dosis de Prozac.
Desde ese análisis sucedió lo que tenía que suceder. Que el PRI retuviera la mayoría en el Congreso del estado a pesar de que las encuestas del primer trimestre los ponían en franca desventaja. 20 de 19 distritos electorales del interior obtuvieron el domingo. No necesitaban más. Control corporativo –hasta de los medios de comunicación- y un sistema electoral diseñado para darles siempre la mayoría en el Congreso del Estado. Y los panistas ni siquiera pudieron tomar las placas del carro completo que los atropelló.
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