La música me mantiene vivo.- Enrique Jaso


Maestro de generaciones, cumple 52 años de enseñar canto


María Eugenia Sevilla /Agencia Reforma

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MÉXICO, DF, 16-Ene .- De nuevo en tirantes y corbatín, a poco de librar a la muerte, Enrique Jaso (Ciudad de México, 1928), maestro de generaciones enteras de cantantes de ópera en México, no pierde la humildad cuando reflexiona sobre una trayectoria de medio siglo en la que ha formado o ayudado a formar instrumentos como el de Rolando Villazón, Violeta Dávalos, y Guillermo Sarabia.
"No es que yo sea maravilloso, m'hijita, no. Como todo, es cosa de suerte: Dios me socorrió con tener muy buenos alumnos".


"A veces me arrepiento de lo que enseñé en algún tiempo. Digo: '¡Quién me hizo caso de esta estupidez! Aguantó porque tenía facultades'", confiesa. "Yo me sigo criticando y corrigiendo".


Tras varias hospitalizaciones a las que se sometió el año pasado, aún adolorido y con el abdomen inflamado, el profesor retornó a las aulas de la Escuela Nacional de Música (ENM) y del Conservatorio Nacional, donde es titular de dos talleres operísticos, así como a dar clases particulares en la sala de su casa, en Azcapotzalco.


Su puerta, siempre abierta, saluda a las visitas con un letrerito: "La clase empieza a las 11:30. Favor de venir después de esta hora". No es difícil imaginar por qué: un séquito de alumnos jóvenes y servidumbre bulle en la casa, donde una tras otra entran las llamadas telefónicas de estudiantes y amigos que le piden alguna ayuda académica o sólo "hablaban para saludar".


Incluso Villazón, en diciembre pasado, lo visitó cuando supo que estaba enfermo.


"Uno tiene que enseñar al alumno a que ame esto, después ellos, por convencimiento, van a seguir. Todos mis alumnos han amado la ópera", sostiene.


A él, sin duda, también.

 

Niño de Viena


Frente a su piano vertical, entre cuadros de Santa Cecilia, Jesuses y flores de terciopelo rojo ofrecidas a un San Judas Tadeo que cuelga sobre el muro azul cielo de la sala, Jaso recuerda su infancia, imbuida en la ópera.


Hijo de Mercedes Mendoza, soprano absoluta de quien se dice que "se acababa las notas del piano" en el registro agudo, desde niño Jaso desarrolló el oído crítico, al que asegura, ella prestaba atención.
"'¿Qué dice mi maestrito, mi critiquito?', me decía mi madre".


Durante aquellos años de pantalón corto pasó una época en Europa, donde afirma haber formado parte de los Niños Cantores de Viena, agrupación que abandonaría, luego de tres años, en 1945, cuando la ocupación obligó a su familia a refugiarse en Suiza.


El coro únicamente reclutaba a húngaros y austriacos, pero Jaso explica que su madre, protegida del director Clemens Krauss, le consiguió una recomendación para audicionar. "Y me quedé".

Segundas partes...


A pesar de tan brillante principio, en el destino del sensible muchacho no figuraban los escenarios. Cuando se le pregunta por qué prefirió dar clases que cantar, no duda en responder.


"Segundas partes no son buenas. Tú estás obligado a ser lo que eres, o dicen: 'Mira, pobrecito. Le hace la lucha pero...'. Es muy duro cargar con alguien que sí llegó".


Su historia vocal fue un tanto accidentada. Ya en México, estudió con un profesor que erróneamente lo habría formado como bajo, durante cuatro años, siendo que Jaso era tenor.


"Claro, tenía una voz como de zopilote, pero mi mamá nunca se metió. Nunca me dijo que cantaba feo. Había una grabadora de discos en Cinelandia, en la Torre Latino, y un día, que me dice: 'Vamos a que te graben".


"'Oye mamá, creo que está descompuesto el aparato; yo me oigo muy mal', y me dijo mi mamá: 'Pues así cantas m'hijito'", cuenta entre risas.


Otra maestra lo corrió de su clase después de recomendarle que se dedicara a otra cosa. Así llegó con David Silva, padre del homónimo actor del cine de oro, quien lo ubicó en su tesitura y después lo dejó en manos del gran maestro Ángel R. Esquivel, de quien acabaría siendo ayudante en la ENM, donde ha sido docente desde 1956.


Desde entonces han pasado por su tutela decenas de cantantes, entre ellos Marco Antonio Saldaña, Estrella Ramírez, Alfonso Navarrete, Alfredo Daza y Juan Orozco.


"Lo que un maestro de canto tiene que hacer es quitarse los signos de pesos y saber que es más bonito construir que rehacer. Del alumno hay que conocer su temperamento, sus deficiencias, y convertirlas en cualidades", reflexiona, tras expresar su desprecio por los colegas que pretenden crear cantantes en vez de desarrollar sus facultades natas, llegando a fastidiarles el órgano para siempre.


Pero tener voz, técnica, figura y, para él fundamental, histrionismo, no lo es todo. Lo sabe porque ha formado a innumerables talentos que no han encontrado un lugar en el cada vez más escueto paisaje operístico de México.


"En la ópera hay mucha intriga, mucho favoritismo. Es impenetrable si no eres afin a los directores. Esto es de pura política, cada quién trae a su equipo y fuera de él no hay oportunidad para nadie. ¿Cuántos artistas están frustrados porque no los dejaron?".


Mas por encima de los bemoles, está la música. Es ella y su enseñanza, asegura, la que lo mantiene vivo y le permite superar las crisis de salud.


"Uno quisiera que nunca se acabara la vida, pero la vida se tiene que acabar. Quisiera por lo menos dejar algo, aunque no se me recuerde, porque para mí no es tan importante que lo recuerden a uno como lo que haya aportado".

 


 
 
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