En Ciudad Judicial ya huele a León


—Crónica—


En los jardines del enorme patio de la construcción pachequista, mientras la banda sigue con la “Marcha Imperial”, escuchas a los abogados decir: “Mi licenciado, vamos a buscar a León Dumit


Zeus Munive Rivera

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Terminados los aplausos, lo primero que se escucha entre la chiquillada que se despide en Ciudad Judicial es la frase: “¿Ya sabes? Es León Dumit”.


Pacheco Pulido inicia la última caminata acompañado por el gobernador por los pasillos de esta edificación. La banda de la Policía Estatal entona en ese justo instante la “Marcha Imperial” de Star Wars, la misma que es usada en la película cada que sale el emperador Palpatine o Darth Vader.


En los jardines del enorme patio de la construcción pachequista, mientras la banda sigue con la “Marcha Imperial”, escuchas a los abogados decir: “Mi licenciado, vamos a buscar a León Dumit”.


Y los de medio pelo empiezan a recorrer el inmueble con la vista en busca de Dumit Espinal para ponerse a sus órdenes, para hincársele, para lambisconearlo, para pasar lista, para lo que se ofrezca, pero éste, hábil y con mucha agilidad, comienza su propio éxodo con pasos rápidos y sale de la escena sin que nadie se percate de su sagaz escapada.


En tanto, los flashes de las cámaras reporteriles caen sobre Pacheco Pulido. El viejo jurista en la víspera de su cumpleaños 75 es parco en las respuestas que le da a la prensa, prefiere tomar del brazo a Mario Marín, quien en otro tiempo fuera su mejor alumno en materia política.


León Dumit desaparece totalmente.


Los demás magistrados escoltan al aún presidente del Tribunal Superior de Justicia (TSJ).


Uno de ellos, aparentemente molesto, toma del brazo a Gerardo Villar Borja. Es Alfredo Mendoza, el dueño de la estructura judicial, el encargado de las cafeterías y las copias en este inmueble.


Ambos se salen de la fila que escolta al gobernador y al presidente del Poder Judicial. A Alfredo Mendoza no lo calienta ni el sol que alumbra todo el patio de este inmueble concebido por Melquiades Morales y el propio Pacheco Pulido.


Mendoza camina como si pateara un bote imaginario.


Con las manos en los bolsillos.


Entre la molestia y la resignación.


Alguien atinadamente le llama “el Germán Sierra del Poder Judicial”, porque siempre la busca, pero siempre se queda como el Tipitoche.


Ambos, suben las escaleras como en búsqueda de la comitiva que despedía a Mario Marín, quien a su vez va rumbo al informe de su esposa, Margarita García.


Entran a una oficina.


Quien más habla es el magistrado Mendoza.


Villar Borja sólo asiente y hasta cierto punto es cómplice de quien aún se niega a aceptar la virtual llegada de León Dumit.


Mendoza parece pirinola: va de un lado a otro. Villar Borja y el desilusionado magistrado bajan hasta el estacionamiento.


Siguen charlando.


Unos minutos más tarde a Villar Borja se le ve platicando con otros magistrados y con algunos jueces en el patio de Ciudad Judicial. A Mendoza sólo le queda el ostracismo, que es algo parecido a la Junta de Administración del Tribunal.

 

El león del desierto


No es Erick Rommel, pero es un estratega que está sentado justo en medio de los magistrados que escuchan el último informe del jurista Pacheco.


Tiene puesto unos lentes que tienen una considerable graduación. Sus zapatos parecen nuevos: están lustradísimos y aún no tienen las marcas que da el uso.


Son unos mocasines discretos.


El traje que lleva puesto es gris oscuro y no aparenta ser carísimo ni el último grito de la moda.


“El modelo es sencillo, republicano y austero”, comenta alguno de sus exégetas.


De espalda se ve un hombre grande por las canas y porque ha perdido algo de cabello, pero de frente su mirada es profunda, directa, parece que está en serenidad plena. No es alguien que tema, que dé grandes sobresaltos. No es alguien que quiera o intente aparentar quedar bien, al contrario.


Está derecho, no encorvado. Casi no se mueve. Está sentado en una misma posición escuchando las palabras tanto de los magistrados, como de su aún presidente, así como del gobernador.


Mucho de lo que dicen sus compañeros es una buena sarta de demagogia que se reparte de uno a otro lado.


Él está impávido.


Pero las miradas de los abogados caen sobre él y nada más que él.


Terminando los aplausos para Guillermo Pacheco a quien no le tocaron “Las Golondrinas”, Marín se despide de cada uno de los magistrados. Lo sigue Mario Montero. El secretario de Gobernación, tras estrechar la mano de León Dumit, le dice algo y ambos sonríen de manera cómplice.


León Dumit inicia su propio éxodo de tal forma que no se entretiene entre abrazos o comentarios. Fernando García Rosas sigue sentado, mientras de pronto desaparece de la escena el presidente del Tribunal Electoral en tiempos de Bartlett, Anatere Aranda y Huejotzingo.


Los abogados buscan quedar bien con el virtual presidente del Tribunal Electoral. En otro lado, un magistrado vestido de azul camina como si pateara un bote, entre la molestia y la resignación.

 


 
 
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