Me siento despistado: Quino


Con un humor más ácido, el dibujante argentino alza su voz contra el oscurantismo que recorre el mundo

 

Érika P. Bucio / Agencia Reforma

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La realidad ha vuelto más reflexivo y menos gracioso a Quino (Mendoza, Argentina, 1932) y con los años, su humor se ha tornado más ácido.


"El mundo está muy poco divertido. Esto de la globalización es un aburrimiento", afirma el dibujante argentino, en entrevista telefónica desde España.


Admite sentirse despistado en un mundo que atraviesa por un periodo de oscurantismo.


"Sí, uno se pone más ácido, pero es lógico también. Cuando uno era joven, se acababa una guerra, creía que era la última y no aparecería otra, y a esta edad, todavía no se acaba una y empieza otra. Eso lo va poniendo a uno muy pesimista sobre la conducta del ser humano".


Desde que comenzó a publicar sus tiras y cartones hace más de medio siglo, Quino se ha asumido como una voz de la denuncia.


"Me siento despistado a partir de Ronald Reagan y gente tan descarada", admite. "Siempre uno ha pretendido ser elemento de denuncia de temas que me molestaban mucho, pero si ahora Estados Unidos admite que tortura gente y no pasa nada ¿Qué va uno a denunciar? Uno se ha quedado con la temática colgando en el aire", lamenta.


Si durante la dictadura en Argentina debió autocensurarse para poder trabajar, e incluso debió abandonar el país por razones de seguridad, piensa que ahora el margen de libertad para los caricaturistas se ha estrechado.


"Después del 11 de septiembre se ha puesto mucho peor la falta de libertad, porque además ahora se ha sumado el mundo islámico, que no le gustan las bromas sobre sus creencias. Ahora hay que trabajar tratando de no herir susceptibilidades, como lo ocurrido con el diario danés y las caricaturas sobre Mahoma. Ese tipo de cosas hay que medirlas y ser responsable", reflexiona.


Ahora publica La aventura de comer (Tusquets), que no es la confesión de un sibarita sino una pintura sobre los riesgos que ofrece hoy la comida, sea comprada en el supermercado o en un restaurante.
"Me parece que las cocinas se están complicando demasiado. Esto empezó con la nouvelle cuisine en los años 70 y los cocineros españoles que se han puesto también muy de moda. Aquella comida en que uno se comía un plato de lentejas y era un plato de lentejas, se está acabando".

 

¿Esa mescolanza en la cocina está arruinando el paladar?
También tienen mucho que ver los McDonald's, los Kentucky... Se está comiendo muy mal.

 

¿Y lo suyo es una protesta?
Siempre en mis libros incluyo una página con un tema de restaurantes porque me parece un tema donde se da un juego político. Los pueblos quieren comer, y cuando uno va al restaurante también. Los pueblos dependen de que sus gobiernos les den o no de comer, o de sus capitalismos, y uno depende también del camarero. Y al final todos tenemos que pagar. Como figura política me parece muy útil el restaurante.

 

¿Se pueden mezclar política y gastronomía?
Por supuesto. Sobre todo estas barbaridades que están haciendo compañías multinacionales de patentar granos, que luego los pobres campesinos deben pagar patentes para sembrarlos. Es un horror. Es un nuevo modo de explotación que se ha inventado.

 

Cristina Kirchner como presidenta de Argentina ¿es un caldito más fácil de digerir?
No sé. Vamos a ver, por ahora le estamos sintiendo el perfume a la comida. Vamos a ver qué gusto tiene.

 

¿Comparte con Mafalda la fobia por la sopa?
La sopa tenía un significado político, eran los gobiernos que uno se tiene que tragar a diario, sobre todo en la época de las dictaduras en América Latina, era en realidad un alegoría sobre eso.

 

¿Cuáles han sido sus causas?
Basta leer Mafalda para darse cuenta qué he tratado de decir a los lectores: estar por la paz, contra la explotación humana y del planeta, pensar que dentro de dos generaciones va a estar todo contaminado, no va a haber agua, no habrá bosques. Todo eso me preocupa mucho.

 

¿Se ha perdido la línea del humor reflexivo?
Se ha abandonado bastante. En la misma Argentina, a partir de la llegada de la democracia en 1983, se empezó a hacer humor político pero con personajes del momento, ministros, diputados, políticos, y se perdió lo que uno ha tratado de hacer: un humor que perdure en el tiempo. No me gusta que alguien mire un libro mío, y diga '¿A qué se estará refiriendo este dibujante?' Prefiero hacer temas siempre muy políticos como las ambiciones humanas, la corrupción, la contaminación, los intereses políticos, pero que perduran en el tiempo, que se entienden siempre.

 

¿A qué ritmo trabaja ahora?
Sigo publicando en el dominical en Buenos Aires (en el Clarín). Llevo 54 años publicando, después de tantos años es muy difícil no repetirse.

 

¿Qué disgustos le ha traído la fama?
Ninguno en realidad... Aparte de una gente un poco impaciente que cuando uno está en un restaurante se acerca para que le haga un dibujo, son cosas molestas pero disgustos, no.

 

¿Tiene algún reclamo para sus lectores?
Al contrario... Es bueno establecer un contacto directo con los lectores porque el trabajo nuestro es muy solitario, uno trabaja en un habitación en una mesa de dibujo, envía al periódico o a la revista, salvo lo que opinan algunos amigos, poco se entera de cómo se recibe lo que uno hace.

 

 


 
 
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