Plutarco amenazó con tirarse


Borracho quería aventarse de una torre; paraliza la 11 Sur -CRÓNICA-

 

A dos metros de tocar el suelo, Plutarco Fortino Ruiz Vallejo se arrepintió cuando escuchó los gritos de la muchedumbre. Fue entonces que los paramédicos pidieron a los curiosos que se alejaran del lugar y no sacaran más fotografías

 


Edmundo Velázquez

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Plutarco Fortino Ruiz Vallejo escaló una torre de energía eléctrica de más de 20 metros de altura y amenazó con quitarse la vida. Sentado en la punta de la estructura vio el atardecer, vio la puesta del sol y bajo el influjo del alcohol estuvo ahí dos horas deteniendo el tráfico de la avenida las Torres y la 11 Sur. Decenas de mirones que salían del Wal-Mart y el mercado Independencia llamaron desesperados al 066: “¡Hay un loco queriéndose tirar de la torre!”


Plutarco llevaba una bolsita amarrada al cinturón y tenía puestos sus espejuelos de fondo de botella. Columpiaba sus piernas a 20 metros de altura y le gritaba a los mirones: “¡Váyanse a la chingada!”


Pero los mirones no son de palo: sacaron sus celulares para fotografiar a Plutarco y lo picaban gritándole: “¡Ya tírate, cabrón!”


Eran casi las cinco y media de la tarde cuando motopatrullas de la Policía Municipal de Puebla llegaron para cerrar la vialidad. Al lugar también llegó una grúa de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y miembros del cuerpo de Bomberos de la zona sur, así como rescatistas del Sistema 066.


Para el atardecer, Plutrarco había comenzado a descender de la torre. Se bamboleaba. Parecía que en cualquier momento caería. El ambiente entre las decenas de mirones se volvió tenso. En ese momento, las autoridades de forma imperativa —casi enjundiosos— pedían a gritos que no se sacaran fotos con flash “¡No vayan a deslumbrarlo. Y se cae!”


Un bombero comenzó a hablarle desde la grúa que llevó CFE, pero Plutarco permaneció medio metro bajo la punta de la estructura y se sentó por espacio de diez minutos más. Según los paramédicos presentes, fue probable que el frío de la noche comenzó a calarle los huesos y provocó que se comenzara a entumir.
“Ya se entumió”, dijeron los especialistas que observaron como Plutarco se detenía al momento de su descenso.


Los mirones seguían ahí. Los cláxones de automovilistas desesperados se escuchaban a lo lejos, insensibles, ignorantes como siempre.


Entre tanto, comenzó a llegar más gente que se mantuvo a la expectativa del borracho que quiso protestar contra la vida.


Con gritos de “¡Ya bájate, cabrón!”, chiflidos y abucheos la gente respondió cuando Plutarco reinició su descenso, el cual evidenció aún más su estado de ebriedad y de euforia.


A pesar de su poca agilidad, Plutarco bajó por la estructura haciendo movimientos malabáricos con sus piernas para poder alcanzar las barras de la torre, las cuales fueron utilizadas como peldaños.
A dos metros de tocar el suelo, el hombre que paralizó Puebla se arrepintió cuando escuchó los gritos de la muchedumbre.


Fue entonces que los paramédicos pidieron a los curiosos que se alejaran del lugar y no sacaran más fotografías.


—¡¿Qué me van a hacer?! ¡¿Qué me van a hacer?! —comenzó a gritar a los rescatistas
—¡Nada! Nada, ya bájate…—comentaron los paramédicos del 066, policías y bomberos.


—¡Es que se me atoró mi bota…! —dijo cuando intentó bajarse de un sólo brinco.
Ya cuando estuvo en el piso miembros de la policía municipal lo aseguraron mientras se le intentó entrevistar.


Entre sus motivos explicó que se había subido a la torre “por protesta” debido a que no lo quisieron atender cuando quiso regularizar el predio que tiene en la colonia Unión Antorchista, trámite que le urgía para venderlo, pues recién había perdido su empleo como ayudante de herrero.


Plutarco explicó además que tras el enojo porque no quisieron arreglar la situación de su predio ante el Ayuntamiento —ubicado en la manzana nueve, lote uno de la calle Ignacio Zaragoza— se había tomado unas cervezas.


Tres caguamas y una pequeña botana que consistió en unos chicharrones de Sabritas, según explicó ante el juzgado calificador ubicado en la colonia La Popular.


La historia de Plutarco terminó en los separos.


Detenido por el terrible delito de escandalizar y alterar el orden público, dictó el juez calificador que de sensibilidad tiene lo que un carnicero al momento de aplanar bisteces.


“Hágase y cúmplase”, dijo el susodicho juez al pobre hombre que sólo quiso admirar por unas cuantas horas el atardecer sentado en la punta de la torre de energía eléctrica.


El que subió en tercer grado de intoxicación etílica hizo su hazaña, pero la autoridad nunca lo reconocerá.

 


 
 
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