El frenesí de los turistas por comprar provoca envidia en Nueva York


Alex Williams


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Negin Farsad, una cineasta y comediante que vive en Manhattan, recordó que no hace mucho sus amistades europeas visitaban Nueva York para verla y no para usar su departamento como un “casillero temporal para sus bolsas de compras”.


Farsad de 32 años, escoltó recientemente a dos amigos londinenses en su inevitable excursión de compras; los europeos limpian las tiendas de la Manzana, en la que compraron una MacBook Pro por casi tres mil dólares, más memoria extra con valor de cientos de dólares (¿por qué no?), y continuaron en un frenesí que incluyó las boutiques del este del Village y Bloomingdale en el centro.

 

Por las noches, la pareja —que trabaja en la producción de televisión en Londres— cenaba en restaurantes del centro y se divertía en bares elegantes, sin preocuparse para nada por lo que costara.


Este verano, Nueva York estará inundado con visitantes extranjeros, que se espera rebasen la cantidad récord del verano pasado, dicen funcionarios de turismo. Gracias en parte a que las monedas nacionales se sostienen fuertes frente al dólar, incluso vacacionistas de clase media de Hamburgo, Yokohama o Perth pueden darse el lujo de recoger con palas el estilo neoyorquino —la ropa, los restaurantes de moda, los centros nocturnos— a precios de ganga.


Sin embargo, para los neoyorquinos atrapados del otro lado del desequilibrio monetario, es fácil sentir la ambivalencia de la invasión. Una inyección de dinero extranjero se recibe bien en una ciudad que se enfrenta a una economía poco firme y con un déficit presupuestal de miles de millones de dólares. Sin embargo, incluso algunos lugareños que se consideran cosmopolitas e internacionales confiesan sentir envidia, sin olvidar el territorialismo, cuando observan a los extranjeros tratar a su ciudad como un Wal Mart.


Sus festejos están a todo lo que dan, justo cuando los estadounidenses empiezan a sentir la resaca. Sí surgen fricciones, en especial en un verano en el que se avecina una recesión, en el que muchos neoyorquinos no se sienten lo suficientemente adinerados o seguros como para viajar al extranjero.


“Es Psicología I, envidia”, dijo Randi Ungar de 30 años, un gerente de ventas de publicidad en línea que vive en Manhattan. “Me da envidia que no puedo ir a Italia y comprar 12 bolsas de Prada, pero ellos pueden venir y comprar 18”.
Polly Blitzer, exeditora de una revista de belleza, quien ahora tiene un sitio en la Red, dijo que cree que se desató una guerra territorial este verano entre los europeos que gastan libremente y los neoyorquinos por las cafeterías elegantes, los gimnasios, las boutiques y las tiendas departamentales que ella, originaria de Nueva York, solía considerar su patio de recreo.


Mencionó una ocasión reciente en la que fue a la tienda elegante Bergdorf Goodman para ayudar a su prometido a escoger un par de zapatos que hicieran juego con el esmoquin que usará en su boda.


Llevaba puesto el tipo de atuendo que por lo general funciona como una sirena para los empleados de las tiendas departamentales —un vestido suelto, línea A, de Tory Burch, con zapatos de tacón alto y sin talón de Jimmy Choo—, y tuvo que esperar a que atendieran a una pareja europea que llevaba pantalones cortos para andar en bicicleta y tenis, pero que “había comprado tantísimas cosas que no logramos que nadie nos diera un poco de su tiempo para nuestros zapatos de fiesta Ferragamo, tamaño 11 y medio”, recordó Blitzer de 32 años.


Los europeos, dijo, “compraron bolsas y bolsas de zapatos” mientras el vendedor envolvía sus órdenes y platicaba sobre restaurantes y viajes. “No quería hacer eso de ‘ajem’, aquí estoy, pero tuvimos que sentarnos ahí por cinco o 10 minutos mientras estos grandes gastadores hablaban de trivialidades”.


Estaba acostumbrada a recibir siempre un servicio de primera clase, y agregó: “Pero ahora, existe una ultraprimera”.


Se espera que aumente la cantidad de viajeros internacionales que llegan a Nueva York en junio, julio y agosto en cerca de 118 millones con respecto a los 3.12 millones del verano pasado (la cual, en sí misma, ya fue un récord, y aproximadamente un salto de 20 por ciento con respecto a 2006), según las proyecciones de NYC & Company, la oficina de turismo y comercialización del Ayuntamiento.


Entre tanto, el euro ha merodeado alturas casi récord en relación al dólar todo el verano. Ha subido 22 por ciento en los dos últimos años y, desde 2001, casi se ha duplicado frente al dólar. En los últimos cinco años, el yen ha subido casi 12 por ciento; la libra británica, 23 por ciento; el franco suizo, casi 31 por ciento; la corona danesa, 42 por ciento, y; el dólar australiano, casi 45 por ciento.


Al sentirse adinerados, los visitantes extranjeros son más derrochadores en sus hábitos de compra, dijeron algunos comerciantes y restauranteros neoyorquinos.


Richard Thomas, el director de mercadotecnia de Marquee, en el centro nocturno Chelsea, dijo que ha visto un aumento considerable en los clientes europeos este verano, e, incluso, los visitantes que parecen tener orígenes más humildes que los usuales que usan Gucci y son del jet set, ahora están “dispuestos a jugar en la arena del servicio por botella”, dijo, refiriéndose a la práctica mediante la que sólo se compra a una botella a la vez en cientos de dólares o más.


Eytan Sugarman, uno de los propietarios, junto con sus socios, Trace Ayala y Justin Timberlake, del restaurante Hospitalidad Sureña en el elegante lado este de Manhattan, dijo que este verano no ha sido inusual ver turistas extranjeros que ordenan unas cuantas entradas diferentes cada uno, sólo para probar y no se terminan ninguna.


Funcionarios municipales y propietarios de negocios reciben con agrado semejantes extravagancias. Muchos han aclamado la oleada de turistas en Nueva York por considerarla un factor importante para mantener a flote la economía municipal en un período económico difícil.


En Buddakan, un restaurante panasiático en el distrito de las empacadoras de carne, el tránsito de extranjeros se ha incrementado en 20 a 30 por ciento en los últimos cuatro meses, dijo Stephen Starr, el propietario.


“Es algo maravilloso que en un clima difícil económicamente, se tenga esta especie de póliza de seguro del dinero extranjero”, dijo Starr. “Y para ser honesto con usted, es grandioso estar en un restaurante y escuchar tantos idiomas diferentes. Añade algo al escenario de la experiencia”.


Marie Monte de 23 años, estudiante de Derecho, originaria de París, se encontraba de vacaciones en Nueva York, y dijo que sentía pena por los estadounidenses debido a las deficiencias actuales de la moneda. “Pero yo recuerdo”, dijo, “no hace mucho tiempo, era muchísimo más difícil, cuando el dinero aquí estaba fuerte. Si se quería ir de vacaciones a Nueva York, no se sabía qué se podría hacer ahí”. Mientras que es posible que algunos neoyorquinos luchen con la envidia, otros admiten que la tendencia tiene su aspecto benéfico también.


Sarah Geary, nacida en Gran Bretaña y directora de mercadotecnia en Mulberry, la compañía inglesa de modas, con frecuencia trabaja gratis para sus amistades británicas como guía de turistas y compradora personal.


A cambio, las visitas están dispuestas a pagar la cuenta al final del día, algo poco común. “Dicen literalmente: ‘¡Ven a cenar conmigo, y trae algunos amigos!’”, dijo Geary.


“Eso”, dijo, “es algo que los británicos nunca hacen”.

 

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