Un país maldecido por la anarquía busca un gobierno participativo


Jeffrey Gettleman


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Vagar libremente en una tierra de restricciones

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¿Acaso la comunidad internacional se ha equivocado totalmente con Somalia?
Después de 17 años, 14 gobiernos de transición y más de ocho mil millones de dólares en ayuda extranjera, el país es tan violento, anárquico —y muchos dicen que no tiene remedio— como nunca antes.


A principios de agosto, le dispararon fatalmente en la cabeza a un hombre que había estado administrando un orfanato por 18 años. Unos días antes, 20 mujeres que barrían una calle murieron al explotar una bomba escondida en un montón de basura. Nadie está a salvo, y quizá no haya un lugar en la Tierra que se parezca más a la descripción que hizo Thomas Hobbes de un estado de la naturaleza en el que la vida es “horrible, brutal y corta”.


Nada parece poder levantar la maldición de la anarquía de Somalia. Y parte del problema, argumentan un número creciente de académicos occidentales y profesionales somalíes, es que la mayor parte de los esfuerzos externos se ha concentrado en levantar un gobierno central fuerte, lo que podría ser un anatema en un país donde la autoridad tiende a ser difusa y estar basada en los clanes.


Las Naciones Unidas y los países donadores están metiendo millones de dólares en el Gobierno Federal de Transición, una entidad esencialmente creada por el organismo mundial, con la idea de poner orden en Somalia de arriba hacia abajo.


Sin embargo, el gobierno de transición sobrevive con apoyo vital, esencialmente. Su presencia en Mogadishu, la capital, se limita a unas cuantas manzanas a las que bombardean constantemente. Es impopular y, por extensión, débil. Sus líderes están consumidos en otra ronda más de luchas internas.


El presidente Abdullahi Yusuf Ahmed, un excaudillo, está muy enojado porque el primer ministro Nur Hassan Hussein, un exfuncionario de Creciente Rojo, tuvo la desvergüenza de tratar de correr al alcalde de Mogadishu, otro excaudillo —donde el “ex” es un tecnicismo— al que se acusa ampliamente de dirigir una red de extorsión.


Ken Mankhaus, un catedrático del Colegio Davidson de Carolina del Norte, especializado en Somalia, equiparó al gobierno de transición con “un reloj de arena”, sin una clase profesional o servicio civil en su médula. Más bien, hay “todo un montón de ministros hasta arriba, todo un montón de soldados hasta abajo, y nada en medio”.
Sin embargo, podría haber otra respuesta: ir al nivel local.


Muchos intelectuales somalíes y académicos occidentales están impulsando una forma alterna de gobierno que podría ser más apropiada para la sociedad inestable, fragmentada y descentralizada de Somalia. La idea nueva, que en realidad ya es vieja y parece estar teniendo un renacimiento debido a los defectos del gobierno de transición, es reconstruir al país de abajo arriba.


Se le denomina el enfoque de construcción por bloques. Los primeros bloques serían gobiernos reducidos, en los niveles más bajos, en aldeas y pueblos. Se apilarían para formar gobiernos distritales y regionales. El último paso sería unificar los regionales en una federación nacional flexible que controlara, por decir, las cuestiones de la moneda y la costa infestada de piratas, pero no haría a un lado a los líderes locales.


“Es la única forma viable”, dijo Alí Doy, un analista somalí que trabaja estrechamente con las Naciones Unidas. “El gobierno local es donde realmente está la gobernabilidad. Es más realista, es más sostenible, y es más seguro.”


Técnicamente, el actual gobierno de transición es un sistema federal que se supone debería compartir el poder con las diversas regiones, pero no hay claridad, ni siquiera entre las personas en el gobierno, de lo que eso significa exactamente.


Somalia siempre ha sido un lugar difícil de gobernar. En la superficie, parece uno de los países más homogéneos del planeta: casi todos los aproximadamente siete millones a ocho millones de habitantes comparten el mismo idioma, la misma religión, la misma cultura y el mismo origen étnico. Sin embargo, de hecho, es uno de los más fragmentados: en Somalia, todo se trata de los clanes.


Los italianos y los británicos colonizaron partes diferentes, pero en realidad nunca funcionó ninguna de sus acciones para imponer las leyes occidentales. Se tendía a que las disputas las resolvieran los mayores de los clanes. La clave fue la disuasión. “Me asesinas y padecerás la ira de todo mi clan”, eso, para muchas personas, era el orden social.


Al parecer, a los lugares donde prácticamente no se tocaron los usos y costumbres locales, como Somalilandia, gobernada por los británicos, les ha ido mejor en el largo plazo, ya que hoy tienen menos combates que en las áreas donde el gobierno colonial italiano reemplazó el papel tradicional de los mayores.


Muchos somalíes son suspicaces de un gobierno central fuerte, en especial después de los años sombríos de Mohammed Siad Barre, el dictador militar que gobernó de 1969 a 1991.


“El Estado nunca ha tenido legitimidad”, dijo Tobías Hagmann, un académico especializado en Somalia de la Universidad de Zurich.


Los caudillos de los clanes derrocaron a Siad Barre, y después se fueron unos contra los otros. En algunos lugares, surgieron gobiernos locales limitados que llenaron el vacío de autoridad. Se hicieron llamar “gobiernos” y proporcionaron algunos servicios, como la solución de disputas por propiedades o el juicio de sospechosos de robo en tribunales basados en leyes islámicas y en el derecho consuetudinario somalí.


Para principios de los 2000, varios de esos tribunales locales empezaron a ganar fuerza, y para 2006, se unificaron bajo una bandera islamista para combatir a los caudillos a quienes les pagaba la Dependencia Central de Inteligencia. Los tribunales islámicos ganaron, y desarmaron y pacificaron gran parte del centro y sur del país, siguiendo su propia versión del enfoque de la construcción por bloques. Sin embargo, Estados Unidos y Etiopía consideraron que los tribunales islámicos eran una amenaza terrorista, así es que aquél ayudó a este a invadir Somalia.


El resultado hoy en día es una fuerza guerrillera islamista en ascenso, un gobierno de transición herido y dividido, y una Etiopía a quien se le acaba la paciencia. Se mezclan los especuladores de la guerra, incluidos los traficantes de armas y los importadores de leche para infantes caduca, y Somalia parece ser la receta para un desastre a largo plazo.


Funcionarios del socorrismo dicen que Somalia se podría dirigir hacia otra hambruna, ya que casi tres millones de personas dependen de la ayuda alimentaria de emergencia, hay 1.5 millones de desplazados, y han asesinado a socorristas.


A pesar de todo esto, no se ha eliminado al gobierno local. En una zona, un grupo de somalí-estadounidenses ha usado su propio dinero para establecer una fuerza policial y un rudimentario sistema judicial basado en los vínculos de los clanes.


“No se puede empezar de arriba hacia abajo; eso es un desperdicio de energía”, dijo Mohamed Aden, un gerente de servicios de salud, de 36 años, de Minnesota, que arriesgó sus ahorros —y su vida— para establecer un gobierno local en el centro de Somalia.


Explicó: “Se tiene que empezar por las bases. La gente no confía una en otra. Se empieza con poco, y cuando las personas vean que funciona, van a querer incorporarse.”


Sin embargo, el enfoque de construir por bloques tiene sus desafíos. Las Naciones Unidas trataron de fomentar los consejos distritales representativos a principios de los 1990, pero los caudillos de Mogadishu se sintieron amenazados y torpedearon el esfuerzo.


Siempre “va a haber saboteadores del centro”, dijo Hassan Sheik Mohamud, el decano de una pequeña universidad en Mogadishu. “Idealmente, ir de abajo hacia arriba es muy bueno para Somalia. Pero el problema son los caudillos. Para que funcione cualquier gobierno, de alguna forma se les tiene que incluir”.


También existen las realidades burocráticas. Diplomáticos occidentales, donadores y las Naciones Unidas prefieren tratar con un solo gobierno, no con 26.


“No creo que el gobierno de transición sea tan efectivo”, dijo Ahmedou Ould-Abdallah, principal enviado de las Naciones Unidas a Somalia. “Pero eso es lo que tenemos”.

 

 

 

 

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