Recrea Glass el arte surreal


Al canadiense no le gustan los reflectores; preparan retrospectiva en Museo de Arte Moderno


Oscar Cid de León /Agencia Reforma

Notas Relacionadas

Recrea Glass el arte surreal

Notas Anteriores

MÉXICO, DF, 21-Ene .- Alan Glass vino a México en un barco carguero que zarpó de Barcelona en 1961, y apenas pisó tierra, asegura, signó su destino. Viviría en el País, aunque en las sombras, profanando, en nombre del surrealismo, el más grande "cementerio de objetos" de la Ciudad, es decir, La Lagunilla.


Atrás quedaba la tarde parisina en que André Bretón y Benjamin Péret le organizaron su primera exposición en la extinta librería Le Terrain Vague de la Rue de Cherchemidy, y ahora se entregaba a la exploración de "la poesía de las cosas", como él mismo dice, baratijas que traería del olvido para hacerlas protagonistas de sus cajas-objeto.


Su casa de la Colonia Roma, sobre la calle de Tabasco, está llena de ellas.


Las hay sobre el suelo, en los pasillos, colgando de la paredes, apoderándose del sitio que debió ocupar la sala o, incluso, invadiendo el comedor, y son vitrinas que contienen chácharas y figuras yuxtapuestas de discursos surrealistas.


En realidad parecieran ser ojos, y en todo momento se muestran atentos a esta entrevista.


Glass —quien en octubre recibirá un homenaje a través de una exposición en el Museo de Arte Moderno— es un hombre tímido y solitario, acepta, y antes de comenzar la charla ha decidido entrar en su cocina y traer consigo pastel de frutas secas y café, buscando romper el hielo.


Enemigo de los reflectores y las multitudes, el artista de 75 años refiere que su casa es ejemplo de una vida dedicada a su arte-objeto, cuyas formas evocan los collages tridimensionales del neoyorquino Joseph Cornell, con quien siente afinidad.


"Cada fin de semana voy a La Lagunilla", comenta con voz pausada, "o a un mercado de pulgas a unas cuadras de aquí, en Chapultepec y Cuauhtémoc, y cada vez voy llenando y llenando de cosas mi casa, y no sé si voy a utilizarlas antes de morirme, pero a ver, esperemos que sí".


Nacido en Montreal en 1932, Glass es un personaje ya conocido entre los marchantes y anticuarios.


Incluso le dan trato de amigo, asegura, y a veces sólo aguardan su llegada para ofrecerle chácharas que, un segundo antes, no estaban dispuestas sobre el puesto.


Pero él no compra cualquier cosa, aclara, sino sólo aquellos objetos que son capaces de generarle cierta conexión.


"Pueden ser cualquier cosa, y no sabes por qué, pero, a veces, esas cosas te hacen guiños", refiere el artista mientras le da un sorbo a su café.


El último objeto que le cerró el ojo, y que, por cierto, no compró y ahora se arrepiente, fue una hélice de barco. En realidad, aún no sabe, a ciencia cierta, para qué tipo de pieza pudiera servirle, pero esa hélice es ahora una necesidad.


"Estoy esperando a que sea fin de semana, y ojalá que el sábado todavía la encuentre", señala quien después de sus andanzas sabatinas se encamina al domicilio de su vecina, la también surrealista Leonora Carrington, con quien comparte una amistad que se acerca al medio siglo.


Muchos de los objetos que Glass adquiere terminan acumulándose en los rincones de la casa, reconoce, pero así pasen décadas de cada adquisición, él siempre sabe lo que tiene.


"Antes tenía todas las cosas sobre el suelo, pero encontré un gatito y me hizo todo un desastre, así que puse orden y metí las cosas en cajas, pero para mí eso es problemático, porque a mí me gusta tener las cosas a la vista".


—Y ese gato, ¿aún existe?—, se le interrumpe.
Ante la pregunta, Glass se levanta de su sitio y se acerca a una pequeña consola de donde toma un par de fotografías que muestra.


"Por desgracia murió", refiere con tristeza. "Era un gato lindo y se llamaba Fantômas. En realidad no tenía mucho tiempo con él, pero yo le quería mucho a ese gato".


Glass, quien recién realizó un viaje a París, en donde adquirió objetos como una bola de cristal para videntes que halló en el mercado de pulgas de Porte de Vanves, cuenta que al llegar a casa se encontró con la muerte de Fantômas: "Por eso ahora estoy un poco así y no me ubico desde que volví".


Ahora quizás vuelva a desempacar los objetos guardados, señala el artista, y a entregarse de nueva cuenta al arte-objeto; no permitir que le venga la nostalgia cuando de nostalgia ya tiene demasiado, sobre todo cuando evoca el movimiento surrealista de los años 50, reconoce.


"Pero aunque el surrealismo, como movimiento, está terminado, tiene un sentido más amplio", asegura: "un sentido que siempre existirá y trascenderá las épocas".


 
 
Todos los Columnistas