Surge un hábil jinete de las estepas de Mongolia


Edward Wong / Khui Doloon Khudag, Mongolia


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El muchacho montaba al garañón en un trote alrededor del campo, enfriándolo después de una larga cabalgata a lo largo de la estepa. Iba tarareando sus canciones favoritas del hip-hop mongol, cantadas por grupos como Tartar, Flash y Guy 666. En la cercanía, en la tienda de campaña redonda, conocida como “ger”, propiedad de la familia, el padre del niño había conectado el cable de una antena parabólica a una televisión de pantalla grande. Su madre caminaba cerca de ahí con botas de tacón alto.


“Cuando estoy en la ciudad, extraño mis caballos”, dijo Munkherdene, de 13 años de edad. “Cuando estoy en el campo, extraño a mis amigos y los juegos. Realmente extraño mi PlayStation”.


Así es la vida de un chico de ciudad convertido en jinete infantil en las áreas silvestres de Mongolia.


La familia de Munkherdene, quien al igual que la mayoría de la gente en la localidad, usa solamente los nombres de pila, está entre un creciente número de mongoles provenientes de Ulan Bator, la capital sofocada por el tránsito vehicular, en un intento por regresar a sus raíces nómadas. El padre del muchacho es un exitoso empresario que importa aparatos electrónicos, bicicletas y equipo de minería de Japón. Pero de la misma forma que muchos mongoles ricos, a últimas fechas también es criador de caballos de carreras.


“Este verano, lo iba a mandar a Singapur para que mejorará su inglés”, dijo el padre, Enkhbayar, con respecto a su hijo. “Pero, él decidió quedarse conmigo para ayudarme con los caballos”.


Las carreras de caballos se están volviendo cada vez más populares a lo largo de las mismas estepas del centro de Asia en las que Genghis Khan y sus hordas de guerreros galoparon en otros tiempos. La mayor carrera del año se llevó a cabo el fin de semana del 12 y 13 de julio, a unos 50 kilómetros al oeste de la capital.


El evento forma parte del Festival Naadam celebrado anualmente, reunión que reviste mayor importancia para los mongoles que los Juegos Olímpicos. Niños de apenas cinco años compiten en carreras que pueden resultar peligrosas, al tiempo que cientos de caballos pasan juntos y a todo galope por toda la planicie abierta, alcanzando velocidades de casi 80 kilómetros por hora. En total, más de mil 800 caballos compitieron durante el fin de semana.


A medida que las competencias se intensifican, los empresarios importan caballos más grandes de tierras extranjeras para cruzarlos con los más pequeños caballos mongoles, el monto del premio se hace cada vez más cuantioso, y, en vez de montarlos, los propietarios transportan a los caballos en camionetas y remolques cuando se dirigen a otras competencias.


También otras tradiciones están cambiando. Las carreras de caballos solían ser una parte de lo que el pueblo mongol conocía como los “tres deportes masculinos” (junto con la lucha y la arquería), pero han empezado a surgir mujeres jinete.


En su esencia, sin embargo, las carreras de caballos aún son una experiencia tan rústica aquí como beber la leche fermentada de la yegua, y están profundamente grabadas en su cultura.


Munkherdene y Enkhbayar, de 49 años de edad, pasan los veranos viajando por el campo, de carrera en carrera, durmiendo en la acaudalada versión familiar del tradicional ger, una que cuesta miles de dólares y provoca miradas aprobatorias de quienes pasan por ahí.


“Lo mejor de todo es el aire, y montar a caballo, y cuando llueve”, comentó Munkherdene una noche, mientras un arco iris doble formaba un arco a través de las planicies, tras una tormenta de rayos al ocaso.


El martes anterior a la carrera, la familia condujo hacia los pastizales verde eléctrico de la zona de competición, desde su apartamento en Ulan Bator. Para esta ocasión, ellos levantaron dos gers: una para dormir y otra para cocinar. Sus ocho caballos de carreras estaban atados a los postes de madera, traídos aquí por media docena de caballistas contratados como entrenadores.


La familia es dueña de más de 100 equinos, mismos que mantienen en Tov, provincia rural alrededor de Ulan Bator, en una propiedad que fue habitada en otra época por los abuelos de Enkhbayar. Su padre, quien trabajó en la capital para una casa editorial administrada por el Estado, lo llevaba ahí durante los veranos, y le enseñaba a montar y cuidar a los animales.


Y ahora él está haciendo lo mismo con su hijo. “Los propietarios de caballos no suelen permitir que sus hijos o hijas corran sus caballos”, explicó Enkhbayar. “Sin embargo, yo permití que mi hijo empezara a competir hace ya tres años. Es importante que él herede de mí el conocimiento de los caballos. El seguirá entrenando caballos”.


Enkhbayar, padre de cuatro hijos, observaba mientras Munkherdene, vestido con una camisa roja del Manchester United, bajaba de un salto del caballo y lo ataba a un poste. Dejando a un lado las competencias, todo parece indicar que él es como cualquier muchacho de 13 años de cualquier capital del mundo. El mes pasado, se desveló para ver los partidos de la Eurocopa 2008 de futbol. Sus juegos favoritos en el PlayStation son “NBA Street” y “FIFA Street”. ô Su familia es una de docenas que montan gers a media semana en este lugar, en la pista de carreras conocida como Khui Doloon Khudag, que significa Ombligo de los Siete Pozos.


Algunas de las familias son nómadas que van llegando provenientes de lugares a varios cientos de kilómetros de ahí, con simples tiendas de plástico y uno o dos caballos de carreras. Otros llevan consigo docenas de caballos y erigen gers complejas. (Les toma varias horas montarlas.)


Para el jueves de la semana pasada, el lugar se había convertido en el equivalente mongol de una feria estatal, con restaurantes, y puestos de recuerdos y de trueque.


Hasta el siglo XX, los caballos estaban en la sangre de todos los mongoles, cuyo lenguaje tiene más de 70 palabras para describir el color del pelaje equino. Cuando muere un gran caballo, se coloca el cráneo encima de una lápida en una montaña y los mongoles llevan ofrendas a esos sitios.


Los caballos mongoles son bajos y fuertes, pero eso es exactamente lo que ayudó a Genghis Khan en la conquista de la mitad del mundo conocido. De un salto, sus guerreros podían descender de sus caballos o subirse a ellos en plena batalla. De manera similar, ellos aprendieron a lanzar y disparar flechas mientras se alejaban a caballo de sus enemigos”.


Un caballo de carreras cuesta entre 300 y más de 80 mil dólares, comentó Enkhbayar. Uno de sus caballos favoritos es Jiinst, el semental que montaba Munkherdene. El padre de Jiinst fue un semental ganador de premios, y Enkhbayar compró a Jiinst tan sólo para fines de cría, cuando el animal apenas tenía dos años.


A últimas fechas, algunos empresarios compran caballos más grandes en el extranjero —Rusia, la Península Arábiga, Pakistán, China, dijo Enkhbayar— para reproducirlos y criarlos.


El dinero del premio puede ser jugoso bajo los estándares de Mongolia. Si bien el premio mayor en Naadam es de apenas un millón de togrog, o el equivalente a 870 dólares, en competiciones más pequeñas y selectas, los premios pueden ser incluso mayores; por ejemplo, una camioneta deportiva de lujo.


Enkhbayar dijo que sus caballos habían ganado más de 10 medallas, varias de las cuales penden de alfileres clavados en un banderín rojo que él guarda en el ger. Sin embargo, ninguna de ellas fue ganada por su hijo.


La noche del martes, al tiempo que masticaba órganos de oveja, Enkhbayar sopesaba si debería o no permitirle a su hijo participar en la carrera del fin de semana, ¿Había Munkherdene subido demasiado de peso? ¿Haría más lento al caballo?


La mañana siguiente trajo más inquietudes. Una profusa tormenta había barrido a la planicie. Enkhbayar y sus caballistas desplegaron lonas de plástico sobre los ocho caballos de carreras.


“Si llueve mucho, me preocupo”, dijo. “Los caballos podrían resfriarse. Sus narices podrían presentar escurrimiento”.


La rutina normal de entrenamiento consiste en galopar los caballos una vez al día para hacerlos sudar. Sin embargo, la lluvia en siete de los últimos nueve días había sembrado el caos en el horario.


No obstante, para media tarde, el cielo azul empezó a materializarse entre las nubes, y Enkhbayar había decidido que Munkherdene montaría este fin de semana, en lo que probablemente sería su última oportunidad de competir en Naadam.


“Si quedo entre los primeros cinco, me sentiré muy contento”, dijo Munkherdene. “Es posible que llore”.


Su caballo terminó en el lugar 78, entre más de 200. Fue un lugar respetable, pero no lo que había esperado el muchacho.


“No estoy contento”, dijo. “Estoy muy insatisfecho. Quería que mi caballo estuviera entre los primeros cinco”.

 


 
 
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