Un juicio británico sobre la privacidad en el cual todo queda al descubierto


John F. Burns / Londres


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Por momentos, parece la sátira británica en su mejor y caprichoso estilo Monty Python: un juez y una bancada de abogados, todos de apariencia severa con sus pelucas de pelo de caballo, explorando los puntos más finos de una zurra protagonizada por un multimillonario anciano y varias jóvenes que se le unieron en un departamento de Chelsea el invierno pasado, por una tarifa de 5 mil dólares, para lo que se describió como cinco horas de juego de “fantasía” sadomasoquista.


El edificio gótico victoriano en el centro de Londres que alberga a los Reales Tribunales de Justicia ha sido testigo de muchos juicios extraños en sus 126 años de historia, pero el que se desarrolla este mes en el Tribunal 13, de panales de roble y ventanas con arcos de piedra —el caso de Max Mosley contra The News of the World— habría estado a la cabeza de cualquier lista de lo más inusual.


¿Cuán a menudo cualquier tribunal escucha una divagación sobre los placeres de recibir castigo de una mujer que se especializa en juegos de fantasía sexual, riendo entre dientes mientras ella comparaba recibir 12 azotes en el trasero con el gozo de terminar una maratón? ¿Y cuántos tribunales han sido testigos, como éste, de una grabación de audio que incluía lo que uno de los tabloides que hizo un festín de este juicio, The Daily Mail, describió como “los sonidos de palmadas y golpes” durante la sesión de Chelsea?


Gran parte del testimonio se centró en un aspecto de la “fiesta” de Chelsea, como los participantes la han llamado, que ha convertido un escándalo sexual común en algo más contencioso: si el tema para el evento fue el de un campamento de concentración nazi, como alegó el tabloide que publicó un relato del mismo en toda su primera plana en marzo o, como dicen los participantes, una ocasión en que el uso de órdenes guturales en alemán, una antigua chamarra del Luftwaffe y gorras y botas de estilo militar no tuvieron nada que ver con fantasías nazis.


Intensificando la improbabilidad, el juicio fue iniciado por el hombre que pagó por la sesión sexual, el delgado, atildado y elocuente Mosley, de 68 años de edad. Valiente o tontamente, como el juicio podría determinar, está buscando indemnización punitiva por daños y perjuicios contra el tabloide, que publicó el artículo y lo acompañó con un video de la zurra filmado en secreto, que el abogado de Mosley dijo había sido visto 3.5 millones de veces en el sitio de Web del periódico y en YouTube.


Mosley ha vivido gran parte de su vida en el brillo de la publicidad, deseada o indeseada. Como dijo voluntariamente en el juicio, describiéndolo como algo “que lo acompañará” el resto de su vida, es hijo del destacado fascista británico de antes de la Segunda Guerra Mundial Sir Oswald Mosley, y la esposa de éste, Diana, que tuvo a Hitler como invitado de honor en su boda secreta en Berlín en 1936. Por su propio derecho, después de una breve carrera como abogado y como piloto de carreras, Mosley es el notoriamente didáctico presidente de la Federación Internacional del Automóvil, conocida como FIA. Su puesto le hace supervisor de los deportes automovilísticos internacionales, incluida la Fórmula Uno.


A diferencia de muchos personajes de alto perfil atrapados en aventuras sexuales vergonzosas, Mosley ha elegido convertirla en una pelea. Ante la condena de los poderosos fabricantes de autos que financian la Fórmula Uno, se ha negado a renunciar a su puesto de la FIA, que ha ocupado durante 14 años. Ha sido más astuto que una galaxia de oponentes entre los grupos automovilísticos más grandes del mundo al reunir el apoyo de una veintena de asociaciones automovilísticas del mundo en desarrollo, más pequeñas que le dieron un voto de confianza de 103-55, en una reunión de crisis de la FIA el mes pasado.


Esa táctica ha decaído, conforme ha sido rechazado por los gobernantes de varias naciones que albergan carreras de Fórmula Uno, incluida, más vergonzosamente pues vive ahí, la carrera en Mónaco, la joya de la corona de la Fórmula Uno. Pero gran parte de la apuesta mayor es la que se desarrolla en el tribunal. De hecho, él está tratando de hacer historia con una demanda costosísima que busca establecer una nueva referencia en Gran Bretaña para el derecho de privacidad de un individuo contra las intrusiones de los medios noticiosos, particularmente por parte de los agresivos tabloides de Gran Bretaña, famosos por su implacable persecución de celebridades.


Al argumentar que The News of the World fue culpable de una “intrusión flagrante e indispensable”, ha hablado francamente de su pasión por el sadomasoquismo, que, según dijo al tribunal, ha durado por 45 años.


Ha admitido dar a una de las cinco mujeres involucradas el equivalente de unos 70 mil dólares para rentar el departamento de Chelsea para sesiones regulares y ha ofrecido una insistente defensa de su pasatiempo. Lejos de ser depravado, dijo, el sadomasoquismo era “una actividad perfectamente inofensiva siempre que sea entre adultos que consientan hacerlo, mentalmente sanos y que sea en privado”.


Dijo que su esposa por 48 años no sabía nada de sus gustos sadomasoquistas. “De manera que el titular en el periódico fue completa y totalmente devastador para ella y no hay nada que yo pueda decir para reparar eso”, dijo.


En cuanto a los alegatos del periódico de que él había pedido un tema nazi, él dijo que podía pensar en “pocas cosas más poco eróticas que un juego de interpretación de papeles nazis”, y añadió: “Toda mi vida han pendido sobre mi mis antecedentes, mis padres y lo último que quiero hacer en algún contexto sexual es que se me recuerde”.


En el tribunal fue apoyado por cuatro de las cinco mujeres involucradas, a cada una de las cuales le concedió el anonimato el tribunal y cada una de las cuales presentó al sadomasoquismo como algo bastante normal. Mosley testificó que el fuete que usó en la sesión tenía sangre, pero dijo que la gente que se involucra en frecuentes azotes desarrollaba piel sensible y “sangraba muy fácilmente”.


Una de las mujeres involucradas en la sesión de Chelsea, identificada sólo como Miss D y que se presentó ante la corte como una estudiante de doctorado en una universidad británica, dijo que ser azotada era “ciertamente no del gusto de todos”, pero ella lo disfrutaba. La mujer, que pareció tener poco más de 30 años, añadió: “Por mucho prefiero hacer esto que ir al dentista”.


Las cuatro mujeres negaron que hubiera un tema nazi, sin embargo, en una trascripción de la sesión sexual presentada en la corte, una mujer involucrada pudo ser escuchada diciendo en inglés: “Pero somos la raza aria, las rubias”.


La principal organizadora, identificada como Miss A, una rubia delgada de alrededor de 30 años, dijo que la idea de una sesión con el tema de una prisión se originó de una fantasía de Miss D de ser interrogada por extranjeros. Dijo que se dio a la ocasión un tema alemán porque Mosley hablaba alemán y una de las mujeres era alemana. “Para nada fue un evento con tema nazi”, dijo.


El juez, sir David Eady, ha escuchado con rostro imperturbable, mostrando ocasional impaciencia. Pero The Times de Londres sugirió el mes pasado que Mosley quizá haya encontrado un oído que simpatiza con él.


El juez, dijo el periódico, estaba “casi individualmente creando una nueva ley sobre privacidad”, con una serie de juicios famosos contra periódicos en casos de calumnia e invasión de la privacidad.


El Times citó un caso de 2006 en el cual el juez concedió una “orden de silencio” a un famoso deportista británico que había tenido un romance con una mujer casada, para evitar que el esposo de ella fuera a los periódicos y expusiera al deportista como mujeriego.


El caso fue ante el juez el 14 de julio y se espera pronto un fallo.

 

 

 


 
 
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