Lágrimas por Teddy


Bob Herbert / Nueva York


Notas Relevantes

Una pasión por (y en contra de) Sarkozy

Mi padre se vio aquejado de cáncer de garganta a principios de los años 90, y recuerdo haber hablado con su médico (tan claramente como si hubiera sido ayer) sobre su pronóstico.


Estaba en el consultorio del doctor en Nueva Jersey y mi papá, Chester Herbert, estaba sentado en una pequeña sala de espera fuera del alcance de nuestras voces pero muy cerca. El médico había colocado las imágenes de rayos X en la pared y señalaba el punto original del cáncer y las regiones a las cuales se había extendido.


Inoperable, dijo. Incurable.


“¿Cuanto tiempo le queda?”, le pregunté.


El médico conocía bien a mi familia, y tenía el semblante más triste en su rostro. “Quizá unos cuantos meses, Bob.”
Después de analizar mi rostro, añadió: “Nunca se sabe con estas cosas. Pudiera ser más tiempo.”


Ese encuentro siempre estará en mi cabeza, y me vino a la mente vigorosamente de nuevo con la terrible noticia de que el senador Edward Kennedy tiene cáncer cerebral. La familia Kennedy se ha apoderado de manera tan fenomenal de la imaginación y las emociones de los estadounidenses que cuando un problema aqueja a un Kennedy (lo cual es muy frecuente) millones de personas reaccionan casi como si algo hubiera sucedido dentro de su propia familia.


Este fenómeno no puede ser explicado totalmente por el glamour, la riqueza, las tragedias y el melodrama de nunca acabar de saga de los Kennedy. Va más profundo que eso. Mi teléfono ha estado sonando con llamadas con personas de varias partes del país, viejos amigos, que sólo querían hablar, para expresar su tristeza y rememorar recuerdos de años —ahora extendidos a décadas— para los cuales Jack, Bob y Ted siguen siendo las piedras angulares.


Brian Pussilano fue uno de los que llamó. Él y yo éramos los mejores amigos en la preparatoria cuando Ted fue elegido para el Senado en 1962. Jack era presidente en ese entonces, Bobby era procurador general, y ya los Kennedy estaban ofreciendo al país el desafío que fue por mucho la contribución más importante de sus muchos años de servicio público.


Es ese desafío lo que explica mejor el control emocional que ejercen los Kennedy. Cualesquiera que sean sus fallas personales e incluso trágicas, el mensaje de los Kennedy (el mensaje que resonó tan poderosamente entre la juventud de los años 60) era que podíamos ir más allá de nuestras estrechas preocupaciones personales para lograr cosas grandiosas, que podíamos hacerlo mejor, ser mejores, si sólo teníamos la fuerza y el valor de trabajar más duro y soñar más en grande.


Así que ahí estaba Jack diciéndonos que pasáramos por alto el hecho de que la vida era injusta, y nos abocáramos al importante trabajo de hacer del planeta un lugar mejor para vivir. En su discurso de toma de posesión, justo antes del famoso: “No se pregunten qué puede hacer su país por ustedes”, Jack instó a su audiencia a unirse a la “lucha contra los enemigos comunes del hombre: la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra misma”.


Fue, como lo ha señalado el biógrafo Robert Dallek, un llamado al involucramiento cívico, al compromiso nacional y el sacrificio; algo que rara vez oímos de los políticos.


La gente se unió a los Cuerpos de Paz por veintenas. Fuimos a la luna. Y Bobby y Ted, portando la antorcha, nunca dejaron de implorar a los votantes que hicieran el esfuerzo de tocar lo mejor en sí mismos. Los hermanos Kennedy ayudaron a impulsar nuestra capacidad de creer.


Cuando mi amigo Brian llamó, dijo, con una voz ronca por haber fumado demasiados cigarrillos durante demasiados años: “Déjame decirte, este asunto de Teddy me ha afectado demasiado. Los hermanos significaron mucho. Fueron motivo de inspiración. No me importa lo que otros digan.”


Mucha de la cobertura de prensa de la enfermedad de Kennedy ha tenido la inequívoca calidad de un obituario. The New York Post pregonó: “TED ESTÁ MURIENDO”.


Lo cual me hace regresar a mi papá. Chester Herbert era un tipo duro, en el mejor sentido, que creció en la Depresión y trabajó muy duro para criar a una familia exitosa en los años posteriores a la guerra. No estuvo dispuesto para morir cuando los médicos y las gráficas y los rayos X dijeron que se suponía que lo haría.


Combatió el cáncer, luchó a través de la radiación y la quimioterapia, y vivió una docena de años después de ese horrible día en el consultorio del doctor.


La prensa dirá que ésta es la pelea más difícil de Kennedy. Yo ni siquiera sé si eso sea cierto. ¿Quién sabe cuál ha sido la pelea más difícil para alguien llamado Kennedy? Éste es un hombre que ha experimentado todo tipo de horrores, que cayó en un avión, que tuvo que responder después de que una mujer se ahogó en su auto en Chappaquiddick, que ha tenido a dos hijos aquejados de cáncer, etcétera, etcétera. Así que, ¿quién sabe?


Todo lo que sé es que el espectáculo no acaba hasta que el telón baja, las luces se apagan y todos salen del teatro.

Aún no estamos en eso. Aguanta, Ted.


 
 
Todos los Columnistas