¿Acaso funcionará?


Peter S. Goodman


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Conforme el gobierno estadounidense se mete en el centro de la crisis financiera, diseñando planes para hacerse con cientos de miles de millones de dólares en hipotecas de mala calidad, destacan un par de preguntas simples: ¿Esta intervención finalmente será suficiente para restaurar el orden? Y ¿cuánto les va a costar a los contribuyentes este gran rescate?


El Departamento del Tesoro, en tanto supervisor del sistema financiero, ha desencadenado en las últimas semanas un conjunto asombroso de iniciativas en un intento por conjurar la catástrofe. Se hizo cargo de las compañías financieras hipotecarias más grandes del país y puso en peligro cantidades incalculables de dólares de los contribuyentes para apuntalar otros prestamistas.


Ahora, aun cuando todavía se está trabajando en los detalles, el gobierno está dejando de rescatar una compañía a la vez, para en su lugar engullir de un jalón una pila vasta de deudas incobrables. Si todo llega a pasar —si el Tío Sam se convierte en depositario de los restos radiactivos de las apuestas en bienes raíces de mala calidad—, ¿acabará la crisis? ¿El temor que ha hecho que los bancos se aferren a sus dólares, privando de capital a la economía, dará paso al flujo libre de créditos?


Hay muchos escépticos de la propuesta del Tesoro, aunque hay un acuerdo generalizado de que se necesita una especie de intervención amplia.


"Da muchas vueltas. Hay una mejora muy sustancial", dijo Alan S. Blinder, un economista de Princeton y exvicepresidente de la junta de gobernadores de la Reserva Federal, quien por meses ha dicho que el gobierno debía intervenir enérgicamente comprando inversiones vinculadas con las hipotecas.


"Estamos muy dentro del hoyo del conejo de Alicia en el País de las Maravillas", dijo.


Sin embargo, un escepticismo significativo confronta la iniciativa. El Tesoro podría gastar algo así como 700 mil millones de dólares para comprar inversiones vinculadas con las hipotecas, y vender lo que pueda mientras resuelve los detalles turbios de los préstamos. Sin embargo, en realidad, nadie sabe cuánto valdrá esta red cósmicamente compleja de las finanzas, lo que hace que sea desconocido el precio final para el contribuyente. Uno bien podría intentar pronosticar el tiempo para dentro de tres años a partir del jueves.


Algunos cuestionan la prudencia de agregar a la deuda de conjunto del país en un momento en el que el Tesoro depende de la generosidad de los extranjeros para cubrir las cuentas. En forma más generalizada, ¿cuáles son los costos a largo plazo de que el gobierno intervenga para restaurar el orden después de que tantos financieros acaudalados se han vuelto muchísimo más adinerados por medio de lo que ahora parecen riesgos imprudentes con los bienes raíces, mismos que se están cubriendo con dólares públicos?


Asimismo, ¿qué mensaje se le envía al siguiente banco atrapado en la siguiente burbuja especulativa, que contempla los riesgos de meterse mientras se pregunta quién pagará los platos rotos al final si las cosas salen mal?


Muchos economistas dicen que tales preguntas no vienen al caso. El país está atrapado en la peor crisis financiera desde la Gran Depresión. Antes de que el secretario del Tesoro, el presidente de la Reserva Federal y los líderes en el Capitolio proclamaran sus intenciones de hacerse cargo de las deudas incobrables, los pronósticos para el sistema financiero estadounidense se deslizaban de desalentadores a potencialmente apocalípticos.


"Parecía que podríamos estar cayendo en un abismo", dijo Blinder.


Conforme se discuten los detalles de los planes gubernamentales, no se alcanzan a escuchar los coros de aleluyas en Washington, ni en Wall Street, ni en los condominios brillantes de todo el país. Son demasiadas las familias que tienen problemas para pagar sus hipotecas. Son demasiadas las personas que están desempleadas. Son demasiados los bancos heridos de muerte.


No obstante, la posibilidad de que el gobierno se esté preparando para meterse a fondo —quizás evitando las ejecuciones hipotecarias contra las familias y la insolvencia de los bancos— ha acallado los rumores de las posibilidades más alarmantes: una escasez severa de créditos que obstaculizaría la disponibilidad de financiamientos durante muchos años, deteniendo efectivamente el crecimiento económico.


"Ahora se ha aminorado mucho el riesgo de terminar como Japón, con 10 años de estancamiento", dijo Nouriel Roubini, un economista de la Escuela Stern de Administración de Empresas de la Universidad de Nueva York. "Ya salió de la estación el tren de la recesión, y van a ser 18 meses en lugar de cinco años".


Si funciona el plan, se atacará la causa central de la penuria económica estadounidense —la caída continua de los precios de la vivienda. Si los bancos reanudaran los préstamos más liberalmente, las hipotecas serían accesibles fácilmente. Eso les daría medios a más personas para comprar casas, lo que haría que aumentaran los precios o por lo menos evitaría que cayeran aun más. Esto evitaría que salieran mal más inversiones vinculadas con las hipotecas, lo que relajaría aun más la tensión sobre los bancos. Como resultado, la actual espiral descendente terminaría y empezaría a ascender.


Para muchos estadounidenses, los sucesos que han paralizado y horrorizado Wall Street en los últimos días —la desintegración de instituciones supuestamente inexpugnables, rescates gubernamentales con precios de 11 dígitos— han sido más inescrutables que asombrosos. Los titulares proclaman que el contribuyente ahora es propietario de los gigantes de las finanzas hipotecarias, Fannie Mae y Freddie Mac, junto con las obligaciones de un misterioso coloso llamado Grupo Asegurador Estadounidense, que, da la casualidad, asegura contra moras corporativas. En forma muy parecida al apéndice humano, estos eran órganos cuya existencia sólo era vagamente evidente para muchos hasta que empezó el dolor.


Y, no obstante, estas instituciones están profundamente interrelacionadas con la economía estadounidense. Cuando el sistema financiero está en peligro, dejan de invertir y prestar privando a la gente común de financiamiento para casas, coches y educación. Los negocios no pueden pedir préstamos para emprender y expandirse.


La crisis financiera que se ha apoderado de Estados Unidos es el producto directo de la orgía especulativa en los bienes inmuebles que empezó a principios de esta década. Una vez que los valores de la vivienda empezaron a caer hace dos años, las instituciones financieras que habían metido capital en los bienes raíces confrontaron un gran problema.


Merrill Lynch —un nombre que es sinónimo de Wall Street— se vio obligado a venderse al Bank of America. Lehman Brothers, un gigante de la banca de inversiones, se colapsó en la bancarrota.


"Es posible que no haya terminado", dijo Blinder, el exvicepresidente de la Reserva.


Algunos dicen que la restricción del crédito es un correctivo inevitable. Por un cuarto de siglo, la economía estadounidense se ha atiborrado de dinero prestado, desde las inversiones especulativas hasta el creado auge del punto com, hasta los préstamos exuberantes que hicieron que las operaciones con casas en Las Vegas fueran como las de acciones en tecnología.


Otros dicen que en las últimas semanas, la era del derroche de dinero fácil osciló al extremo opuesto: una renuencia generalizada para prestar.


La economía se ha deshecho de aproximadamente 600 mil empleos desde el inicio del año. Si las compañías saludables no pueden tener acceso al financiamiento, no podrán expandirse y contratar.


Y, aún nadie sabe la magnitud de la carnicería. Hasta ahora, el sistema financiero ha reconocido aproximadamente 400 mil millones de dólares en pérdidas, estima Roubini, pero algo así como otros 1.1 billones de dólares podrían estar a la espera.


Mientras el gobierno interviene para hacerse cargo de las deudas impagables, se orienta a limpiar los desechos y levantar la incertidumbre animando a los bancos a que vuelvan a prestar.


Si va a funcionar a largo plazo es una cuestión que espera la reacción de los inversionistas. Sin embargo, incluso los economistas más escépticos dicen que es el camino que debe tomar el gobierno para que cristalice la confianza de que se está llevando a cabo un arreglo genuino.


"No es suficiente", dijo Roubini. "Pero es la primera vez que hacen algo que cambia las cosas".

 

 

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