De lunes a viernes sale de su domicilio en la ciudad de Puebla y en la zona de Amalucan toma un autobús AU o Valles para llegar hasta Acatzingo, municipio ubicado en el corazón del “Triángulo Rojo”. En esa población trabaja. Hace unas semanas uno de sus alumnos, de tan solo diez años de edad, se acercó y le dijo: 

 

–Maestra usted siempre viene en camión ¿verdad?

 

–Sí, siempre vengo en el autobús, lo puedo tomar cerca de mi casa y me deja a dos cuadras de la primaria ¿Por qué?

 

–¿Pero usted tiene coche?

 

–Sí, si tengo, pero para mí es más cómodo y fácil venir en el autobús.

 

–Bueno yo decía porque si un día quiere yo le puedo llenar el tanque de su coche, porque en mi casa tenemos los galones.

 

“M” claramente se mostró sorprendida.

 

–¿Y no te da miedo que puedas tener problemas por vender esa gasolina? ¿Tus papás no tienen miedo?

 

–No maestra no pasa nada, mi papá dice que sus amigos tienen un cuaderno donde anotan todo lo que le pagan cada semana al federal y a otro teniente… también le dieron un número de celular y si alguien viene a espantar a mi papá él llama a ese celular y vienen unos señores en camionetas y se los llevan…

 

“M” contó esto a sus amistades y la recomendación de rigor fue: “Amiga tu no escuchaste nada”.

 

Esta historia real, narrada apenas hace 15 días coincide con la versión que expresa el Secretario de Seguridad Pública Jesús Rodríguez Almeida quien expresa que el negocio del huachicol es estrictamente una empresa familiar, en contraste con la versión que ofrece el fiscal Víctor Carrancá Bourget, quien ha sostenido que el crimen organizado está detrás de esta actividad.

 

Ambas versiones son reales; una no se contradice con la otra; no están separadas; sólo son vistas desde ángulos diferentes, en distintos momentos de la ruta delictiva.

 

La visión empresarial, la logística, la ordeña profesionalizada de ductos de Pemex, la carga de cientos de pipas y camionetas cada semana obedecen a una estrategia criminal propia de los cárteles. Toda esa estructura organizacional impecable no es dirigida ni orquestada por familias de Acatzingo o Palmar de Bravo. De ninguna manera.

 

En realidad la directriz y el diseño de la maquinaria tienen todo el sello de un cártel.

 

Y como sucede en Michoacán, en Guerrero o Sinaloa los criminales hacen “política delictiva”, crean redes ciudadanas, una base social que simpatiza con ellas porque las hacen parte coadyuvante del negocio.

 

Entregarles contenedores llenos de gasolina a familias de la región logra que esas cientos o miles de personas se constituyan en aliados y cómplices incondicionales.

 

Lamentablemente, Rodríguez Almeida centró su formación policiaca en la Ciudad de México, pero si se hubiera dado una vuelta por Michoacán sabría que el crimen organizado tiene una amplia base social: campesinos, transportistas, taxistas, tianguistas. Miles de familias son aliadas de la delincuencia organizada; y así han formado una cultura de vida.

 

Esto es lo que comienza a suceder en Puebla; el crimen organizado hace de familias enteras, mujeres y niños, parte de su andamiaje; y se constituyen en el piso, la base social del cártel.

 

El repentino protagonismo de Rodríguez Almeida indica que –sin duda–, está más que interesado en repetir en el cargo durante el periodo de Gali Fayad, lo cual no sólo sería errado, sería lamentable.

 

Tony Gali debe crear una escuela de policías auténticamente poblanos que vengan a reforzar la otra base social: la de agentes locales, que tengan un amplio conocimiento de la entidad, pero sobre todo un profundo compromiso con su gente.

 

Algo que un policía foráneo nunca tendrá.

 

 

Como siempre quedo a sus órdenes en cupula99@yahoo.com, sin mx.